Capítulo 34.

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Entonces, hice lo único que me había prometido, hace mucho tiempo, que nunca
haría: imaginé cómo nos veríamos en diez años, juntos.

Casados, viviendo en un
departamento en Soho, Nueva York.

Cocinaría en nuestra pequeña cocina.

Bailaría con la música de la radio en el fondo.

Y Christian estaría sentado en el mostrador mirándome, sacando fotos mientras documentaba nuestras vidas.

Y se estiraría, detrás de la lente, para pasar su dedo por mi mejilla.

Alejaría su mano juguetonamente y me reiría.

Ese sería el momento cuando presionara el botón de la cámara.

Esa sería la foto que vería más tarde esa noche, esperándome en la almohada.

Su momento perfectamente capturado en el tiempo.

Su segundo perfecto.

Amor aún en vida.

Una lágrima cayó de mis ojos mientras me aferraba a esa imagen.

La imagen que nunca podríamos ser.

Me permití un momento para sentir dolor, antes de enterrarlo.

Entonces me permití ser feliz porque iba a tener la oportunidad de cumplir con su pasión y convertirse en fotógrafo.

Lo estaría observando desde mi nuevo hogar en el cielo,
sonriéndole.

Mientras Christian se concentraba en el camino, susurré:

—Te he extrañado... Te he extrañado tanto.

Christian se congeló, cada parte de su cuerpo se quedó inmóvil.

Luego, puso la señal y
estacionó en el borde de la carretera.

Me enderecé,preguntándome qué estaba pasando.

El motor ronroneaba debajo de nosotros, pero las manos de Christian dejaron el volante.

Sus ojos estaban desconsolados; sus manos en su regazo.

Agarró momentáneamente
sus pantalones, y luego volvió la cabeza hacia mí.

Su expresión era torturada.

Desgarradora.

Pero se suavizó cuando fijó su mirada en mí, y dijo en un susurro áspero:

—También te he extrañado.
Malditamente demasiado, Anymin.

Mi corazón dio un vuelco, tomando mi pulso junto con él.

Ambos estaban acelerados, mareándome, mientras bebía la honestidad en su voz.

La hermosa expresión en
su cara.

Sin saber qué más decir, puse la mano en la consola.

Mi palma estaba hacia arriba con los dedos estirados.

Después de varios segundos de silencio, Christian colocó lentamente su mano en la mía y entrelazamos fuertemente nuestros dedos.

Escalofríos pasaron por mi
cuerpo al sentir su gran mano sosteniendo la mía.

Ayer fue confuso, ninguno de los dos sabía qué hacer, adónde ir, cómo encontrar el camino de vuelta a nosotros.

Esta cita era nuestro comienzo.

Estas manos unidas, un
recordatorio de que éramos Any y Christian.

En algún lugar, debajo de todo el daño y el dolor, debajo de todas las nuevas capas que habíamos adquirido, todavía estábamos aquí.

Enamorados.

Dos mitades de un corazón.

Y no me importaba lo que dijeran los demás.

Mi tiempo era valioso, pero me di cuenta que no era tan valioso para mí como lo era Christian.

Sin soltarnos, Christian llevó el auto a la carretera y seguimos nuestro camino.

Después de un momento, pude ver adónde íbamos.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora