Capítulo 3. no quiero que beses a chicos.

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-¿Anastasia?

Miré hacia atrás, y mi abuelita estaba sonriendo.

-Recuerda, corazones de rayos de luna y sonrisas de rayos de sol...

-Siempre lo recordaré -le dije, pero no me sentía feliz.

Todo lo que sentía era tristeza.

Oí a mi mamá llorar detrás de mí.

DeeDee nos pasó en el pasillo.

Me apretó el hombro.

Su cara estaba tan triste también.

No quería estar aquí.

No quería estar en esta casa nunca más.

Girándome, miré a mi papá.

-Papi, ¿puedo ir a la arboleda de flores?

Papá suspiró.

-Sí, bebé. Voy a ir a ver cómo estás más tarde. Sólo ten cuidado. -Vi a mi papá tomar su teléfono y llamar a alguien.

Les pidió que me echaran un ojo mientras estaba en la arboleda, pero corrí antes de saber con quién hablaba.

Me dirigí a la puerta principal,


agarrando fuerte mi frasco vacío de los mil besos contra mi pecho.

Salí corriendo de la casa, y del porche.

Corrí y corrí, y nunca paré.

Las lágrimas caían por mi cara.

Oí que me llamaban.

-¡Anastasia! ¡Anastasia, espera!

Miré hacia atrás y vi a Christian observándome.

Él estaba en su porche, pero


inmediatamente comenzó a perseguirme por la hierba.

Pero nunca me detuve, ni siquiera


por Christian.

Tenía que llegar a los árboles de cerezo.

Era el lugar favorito de mi abuelita.

Yo quería estar en su lugar favorito.

Porque estaba triste de que se fuera a ir.

A ir al cielo.

Su verdadero hogar.

-¡Anastasia, espera! ¡Ve más despacio! -gritó Christian mientras daba la vuelta a la esquina de la arboleda en el parque.

Corrí atravesando la entrada; los grandes árboles de cerezo, que estaban en plena floración, formaban un túnel por encima de mi cabeza.

La hierba era verde debajo de mis pies, y el cielo arriba estaba azul.

Pétalos de rosas brillantes y blancos cubrían los árboles.

Luego, en el otro extremo de la arboleda, estaba el árbol más


grande de todos.

Sus ramas colgaban.

Su tronco era el más grueso de todo el bosque.

Era el preferido de Christian y mío.

Era el de mi abuelita también.

Estaba sin aliento.

Cuando llegué debajo del árbol favorito de abuelita, me dejé caer


al suelo, agarrando mi frasco, mientras las lágrimas caían por mis mejillas.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora