Capitulo 9. lagrimas saladas

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—Christia, tenemos que hablar contigo —dijo mi papa, mientras comíamos
nuestro almuerzo en el restaurante con vistas a la playa.

—¿Se van a divorciar?

La cara de papa palideció.

—Dios, no, Christian —me aseguró rápidamente y tomó la mano de mi mama para
hacer énfasis. Mi mama me sonrió, pero podía ver las lágrimas formándose en sus ojos.

—Entonces, ¿qué? —pregunté.

Mi pappa se inclinó lentamente hacia atrás en su silla.

—Tu mama ha estado molesta por mi trabajo, Christian, no conmigo. —Estaba completamente confundido, hasta que dijo—: Me están transfiriendo de vuelta a Oslo, Christian. La compañía se ha topado con un problema técnico allí y estoy siendo enviado de
regreso a solucionarlo.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté—. ¿Cuándo vas a estar de vuelta?

Mi papa pasó la mano por su pelo gris y corto, justo en la forma en que yo lo hacía.

—Aquí está la cosa, Christian—dijo con cautela—. Podrían ser años. Podrían ser meses. —Suspiró—. Siendo realistas, cualquier cosa, desde uno a tres años.

Mis ojos se abrieron.

—¿Nos estás dejando aquí en Georgia por tanto tiempo?

Mi mama alargó la mano y cubrió la mía con la de ella.

Me quedé mirándola
fijamente.

Luego, las verdaderas consecuencias de lo que estaba diciendo papa
comenzaron a filtrarse en mi cerebro.

—No —dije en voz baja, sabiendo que no me haría esto.

No podía hacerme esto.

Miré hacia arriba.

Vi la culpabilidad resbalar por toda su cara.

Supe que era cierto.

Ahora comprendía.

Por qué vinimos a la playa.

Por qué quería que estuviéramos solo.

Por qué se rehusó a que nos acompañara Any.

Mi corazón se estaba acelerando mientras mis manos no dejaban de moverse sobre la mesa.

Mi mente giraba en círculos... ellos no lo harían... él no lo haría... ¡Yo no lo haría!

—No —escupí, en voz fuerte, atrayendo las miradas de las mesas cercanas—. Yo no
voy. No voy a dejarla.

Me volví a mi mama en busca de ayuda, pero bajó la cabeza.

Retire rápidamente la
mano de debajo de ella.

—¿Mama? —le rogué, pero negó lentamente con la cabeza.—Somos una familia, Christian. No vamos a separarnos durante tanto tiempo. Tenemos que irnos. Somos una familia.

—¡No! —grité esta vez, empujando mi silla de la mesa.

Me puse de pie, mis puños
apretados a los costados

—. ¡No voy a dejarla! ¡No puedes obligarme! Este es nuestro hogar. ¡Aquí! ¡No quiero volver a Oslo!

—Christian —dijo mi papa, de manera conciliadora, levantándose de la mesa y
extendiendo las manos.

Pero no podía estar en este espacio cerrado, con él.

Girando sobre mis talones, corrí fuera del restaurante tan rápido como pude y me dirigí a la playa.

El sol había desaparecido tras densas nubes, causando que un viento frío azotara la arena.

Seguí corriendo, en dirección a las dunas, los granos ásperos golpeando mi rostro.

Mientras corría, traté de luchar contra la rabia que me desgarraba.

¿Cómo podían hacerme esto?

Ellos saben cuánto necesito a Any.

Estaba temblando de ira mientras subía la duna más alta y me dejé caer para sentarme en su punto más alto.

Me recosté, mirando al cielo grisáceo, y me imaginé una vida en Noruega sin ella.

Me sentí enfermo.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora