Capítulo 6.

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—Eso hago, Christian. No me molestan.

Incliné mi cabeza hacia un lado y alcé mis cejas.

Anastasia sacudió la cabeza.

—No lo hacen. Lo prometo —intentó mentir. Anastasia miró por sobre mi hombro y se encogió. Cuando me miró a los ojos dijo—: Pero lo entiendo. Quiero decir, mírate, Christian. Eres hermoso. Alto, misterioso, exótico… ¡Noruego! —Se rió y presionó su palma sobre mi pecho—. Tienes todo ese estilo de chico malo y alternativo. Las chicas no pueden evitar quererte. Eres tú. Eres perfecto.

Me moví más cerca y vi sus ojos azules abrirse más.

—Y tuyo —añadí.

La tensión se desvaneció de sus hombros.

Deslicé la mano sobre la pequeña en mi pecho.

—Y no soy misterioso, Anamin. Sabes todo lo que hay que saber de mí: nada de secretos, ni misterios.

—Para mí —discutió, mirándome a los ojos de nuevo—. No eres un misterio para mí, pero lo eres para todas las chicas de nuestra escuela. Todas te desean.

Suspiré, comenzando a sentirme enojado.

—Y lo único que yo quiero es a ti. —Anastasia me miró, como si estuviera intentando encontrar algo en mi expresión. Eso sólo me enojó más. Enlacé nuestros dedos y susurré—: Por la eternidad.

Con eso, una genuina sonrisa tiró de los labios de Anastasia.

—Para siempre —susurró eventualmente como respuesta.

Dejé caer mi frente contra la suya.

Mis manos acunaron sus mejillas, y le aseguré:

—Te quiero a ti y sólo a ti. Lo he hecho desde que tenías cinco años y estrechaste mi  mano. Ninguna otra chica cambiara eso.

—¿Sí? —preguntó Anastasia, pero pude escuchar el humor de regreso en su dulce voz.

—Ja —contesté en noruego, escuchando el dulce sonido de su risa bañar mis orejas.

A ella le encantaba cuando hablaba en mi idioma nativo.

Besé su frente, luego di un paso
atrás y tomé sus manos

—. Tu mamá y tu papá se llevaron a las chicas a casa; me dijeron
que te lo dijera.

Asintió, luego me miró, nerviosa.

—¿Qué pensaste de esta noche?.

Puse mis ojos en blanco y arrugué la nariz.

—Terrible, como siempre —dije secamente.

Anastasia se rió y golpeó mi brazo.

—¡Christian Grey! ¡No seas tan malo! —me regañó.

—Bien —dije, pretendiendo estar molesto.

La estrellé contra mi pecho, envolviendo mis brazos alrededor de su espalda, atrapándola contra mí.

Ella chilló cuando comencé a
besarla de arriba abajo por la mejilla, manteniendo sus brazos aferrados a su costado.

Dejé caer mis labios en su cuello y atrapé su aliento, toda la risa olvidada.

Moví mi boca hacia arriba hasta que tiré de su lóbulo con mis dientes.

—Estuviste maravillosa —susurré suavemente—. Como siempre. Estuviste perfecta ahí arriba. Te apoderaste de ese escenario. Te apoderaste de todos en el cuarto.

—Christian —murmuró.

Escuché el tono feliz de su voz.

Me eché hacia atrás, sin mover mis brazos.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora