Capitulo 10.

356 57 3
                                    

Ella lo sabía también.

Había sabido que nos íbamos antes que yo.

—¿Está Any aquí? —me las arreglé para preguntar, empujando las palabras a
través de mi garganta tensa.

La señora Steel me dio un abrazo.

—Está en la arboleda de cerezos, cielo. Ha estado allí toda la tarde, leyendo. —La
señora Steel besó mi cabeza—. Lo siento tanto, Christian. Esa hija mía tendrá el corazón roto cuando te vayas. Eres toda su vida.

Ella es toda mi vida también, quería añadir, pero no me atreví a decir una sola palabra.

La señora Steel me soltó y me alejé, saltando desde el porche, corriendo todo el
camino a la arboleda.

Llegué allí en cuestión de minutos, divisando inmediatamente a Any debajo de nuestro árbol de cerezo favorito.

Me detuve, manteniéndome fuera de la vista mientras la
veía leyendo su libro, sus auriculares púrpuras sobre su cabeza.

Ramas llenas de pétalos de
cerezo rosa caían a su alrededor como un escudo protector, protegiéndola del sol brillante.

Ella llevaba puesto un vestido blanco corto sin mangas, un gran lazo blanco fijado en el costado de su largo pelo castaño.

Me sentía como si hubiera entrado en un sueño.

Mi estómago se encogió.

Había visto a Any todos los días desde que tenía cinco
años.

Dormí a su lado cada noche.

La besé todos los días desde que tenía ocho años, y la
amaba con todo lo que tenía por tantos días que había dejado de llevar la cuenta.

No tenía idea de cómo vivir un día sin ella a mi lado.

Cómo respirar sin ella a mi
lado.

Como si hubiera sentido que estaba ahí, levantó la vista de la página de su libro.

Cuando me paré sobre la grama, me mostró su sonrisa más grande.

Era la sonrisa que sólo
tenía para mí.

Traté de devolverle la sonrisa, pero no pude.

Caminé sobre las flores de cerezo muertas, por lo que el camino cubierto de hojas
caídas parecía un río de color rosado y blanco debajo de mis pies.

Vi la sonrisa de Any
desvanecerse a medida que me acercaba.

No podía ocultar nada de ella.

Me conocía tan bien como me conocía yo mismo.

Ella podía ver que estaba molesto.

Le había dicho antes que no había ningún misterio conmigo.

No con ella.

Ella era la única persona que me conocía por completo.

Any se quedó inmóvil, moviéndose solamente para quitar los auriculares de su
cabeza.

Ella puso su libro a su lado en el suelo, envolvió sus brazos alrededor de sus
piernas dobladas y se limitó a esperar.

Tragando, caí de rodillas ante ella y mi cabeza cayó hacia adelante en derrota.

Luché contra la opresión en mi pecho.

Finalmente, levanté la cabeza.

Las lágrimas ya estaban en
los ojos de Any, como si supiera que lo que iba a salir de mi boca lo cambiaría todo.

Nos cambiara.

Cambiará toda nuestra vida.

El fin de nuestro mundo.

—Nos vamos —finalmente logró expresar.

Vi su rostro pálido.

Una sola lágrima deslizarse por su suave mejilla.

Alejando la mirada, me las arreglé para inhalar otra corta respiración,

y añadí:—Mañana, Anymin. De regreso a Oslo. Papa me va a llevar lejos de ti. Ni siquiera está tratando de quedarse.

—No —susurró en respuesta. Inclinada hacia delante—. Debe haber algo que
podamos hacer. —La respiración de any se aceleró—. ¿Quizás puedas quedarte con nosotros? ¿Irte a vivir con nosotros? Podemos arreglar algo. Podemos…

—No —interrumpí—. Sabes que mi papa nunca lo permitiría. Lo saben desde hace semanas, ya me han trasferido de escuela. Solo que no me lo dijeron porque sabían cómo iba a reaccionar. Tengo que ir, Anymin. No tengo otra opción. Tengo que ir.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora