Capitulo 27.

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—No lo hice —susurró.

Con mano temblorosa, un gesto oxidado del exceso de
tiempo, echó hacia atrás los mechones caídos de pelo de mi cara.

Cerré los ojos bajo sus
dedos, luego los abrí cuando dijo—: Cuando sucedió todo… —explicó—. Cuando estaba buscando tratamiento. —Las lágrimas, esta vez, resbalaron por sus mejillas—. Cuando el
tratamiento dejó de funcionar... Recordaba esa noche a menudo. —Cerró los ojos, sus largas pestañas oscuras besando su mejilla.

Luego sonrió.

Su mano se quedó quieta en mi pelo

—. Pensé en lo gentil que fuiste conmigo. Cómo se sentía... estar contigo, tan cerca. Como si fuéramos dos mitades del corazón que siempre nos llamamos a nosotros mismos. —Suspiró—. Fue como estar en casa. Tú y yo, juntos, hasta el infinito, unidos. En ese
momento, en ese instante en que nuestra respiración era áspera y me tomaste con tanta fuerza... Fue el mejor momento de mi vida.

Sus ojos se abrieron de nuevo.

—Era el momento que reproducía cuando dolía. El momento en el que pensaba cuando me deslizaba, cuando comenzaba a sentir miedo. Era el momento en que me recordaba que tenía suerte. Debido a que en ese momento experimenté el amor que mi abuelita me envió para encontrar en esta aventura de un millón de besos de chicos. Ese momento cuando sabes que eres amada tanto, que eres el centro del mundo de alguien tan maravilloso, que lo viviste... Aunque fuera sólo por un corto período de tiempo.

Sosteniendo el corazón de papel en una mano, extendí la mano y con la otra muñeca atraje los labios de Any.

Presioné un pequeño beso sobre su pulso, la sensación revoloteó por debajo de mi boca.

Ella respiró hondo.

—Nadie más te ha besado en los labios, excepto yo, ¿verdad? —pregunté.

—No —dijo—. Te prometí que no lo haría. A pesar de que no nos hablábamos. A
pesar de que nunca pensé que te vería de nuevo, nunca rompí mi promesa. Estos labios son tuyos. Siempre serán sólo tuyos.

Mi corazón brincó y, soltando su muñeca, levanté mis dedos para presionarlos en los labios que me había regalado.

La respiración de Any se redujo al tocar su boca.

Sus pestañas revolotearon y el calor creció en sus mejillas.

Mi respiración se aceleró.

Se aceleró porque tenía la propiedad de esos labios.

Eran míos.

Para siempre.

—Any —dije en voz baja, y me incliné hacia ella. Ella se congeló, pero no la besé.

No lo haría.

Podía ver que no podía leerme.

Que no me conocía.

Casi no me conocía a mí mismo en estos días.

En su lugar, puse mis labios en mis propios dedos aún sobre sus labios, formando
una barrera entre mi boca y la suya y sólo la inhalé.

Inhalé su aroma a azúcar y a vainilla.

Mi cuerpo se sentía lleno de energía simplemente por estar cerca de ella.

Entonces mi corazón se quebró por el centro mientras me movía hacia atrás y preguntó entrecortadamente:

—¿Cuántas?

Fruncí el ceño.

Buscando en su cara una pista de lo que estaba preguntando.

Any tragó y, esta vez, colocó sus dedos sobre mis labios.

—¿Cuántas?— repitió.

Entonces supe exactamente lo que estaba preguntando.

Debido a que se quedó
mirando mis labios como si fueran traidores.

Los miraba como algo que una vez amó, perdió, y nunca pudo recuperar.

Hielo frío me recorrió el cuerpo mientras Any tiraba de su mano.

Su expresión era vigilante, el aliento salía de su pecho, como si se protegiera contra lo que diría.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora