Capitulo 36.

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Cerrando la brecha entre nosotros, dije en voz baja.

—Porque estoy bastante segura de que nunca lo perdiste.

Esperé.

Esperé conteniendo el aliento para ver lo que iba a hacer después.

No estaba esperando ternura y suavidad.

No me esperaba que mi corazón cantara y mi alma suspirara hasta derretirse.

Christian, con el más cuidadoso de los movimientos, se adelantó y me dio un beso en la
mejilla, sólo retrocediendo un centímetro para arrastrar sus labios al otro lado de los míos.

Contuve la respiración esperando un beso en los labios.

Un beso de verdad.

Un beso que anhelaba.

Pero en cambio, paso por alto mi boca hasta mi otra mejilla, dándole el beso que mis labios anhelaban ganar.

Cuando Christian retrocedió, mi corazón latía como un tambor.

Un bajo fuerte en mi pecho.

Christian se recostó, pero su mano, en mi mano, se había apretado una fracción.

Una sonrisa secreta se refugió detrás de mis labios.

Un sonido sobre el arroyo tiró de mi atención, un pato retomando el vuelo en el cielo oscuro.

Cuando miré a Christian, vi que también estaba viéndolo.

Cuando volvió a mirar en mi dirección, bromeé:

—Ya eres un vikingo. No es necesaria ninguna moto.

Esta vez Christian sonrió.

Mostró el mero indicio de sus dientes.

Sonreí con orgullo.

El mesero se acercó, llevando nuestros cangrejos, y colocó los cubos sobre la mesa
cubierta con papel.

Christian liberó a regañadientes mi mano, y empezamos a devorar la
montaña de mariscos.

Cerré los ojos cuando probé la jugosa carne en mi lengua, una ráfaga de limón impactando mi garganta.

Gemí de lo buena que estaba.

Christian negó con la cabeza, riéndose de mí.

Tiré una pequeña concha rota en su regazo y frunció el ceño.

Limpiando mi mano en la servilleta, incliné mi cabeza hacia el cielo nocturno.

Las estrellas eran brillantes en su manta de nubes negras.

—¿Alguna vez has visto algo tan hermoso como este pequeño arroyo? —pregunté.

Christian miró hacia arriba, luego a lo largo de la tranquila cala, con el reflejo de las luces azules
destellando hacia nosotros.

—Yo diría que sí —respondió en un tono preciso, y luego me señaló—. Pero entiendo lo que estás diciendo. Incluso cuando estaba en Oslo, a veces imaginaba este
lugar, preguntándome si habías vuelto.

—No, esta es la primera vez. Mamá y papá no son verdaderos grandes fans de los cangrejos; siempre lo era abuela. —Sonreí, imaginándola sentada junto a nosotros en esta
mesa, después de escabullirnos—.¿Recuerdas… —me reí—, que traía su petaca llena de bourbon con ella, para ponerle a su té dulce? —Me reí más fuerte—. La recuerdas poner su
dedo sobre sus labios y decir “Ahora no le vayan a decir a sus padres sobre esto. Tuve la buena voluntad de traerlos aquí, rescatándolos de la iglesia. ¡Así que nada de bocas sueltas!”. —Christian también estaba sonriendo, pero sus ojos estaban viéndome reír.

—La extrañas —dijo.

Asentí.

—Cada día. Me pregunto en qué otras aventuras podríamos haber estado juntas. A menudo me pregunto si hubiéramos ido a Italia para ver a Asís como lo habíamos hablado.
Me pregunto si hubiéramos ido a España, a correr con los toros. —Ante ese pensamiento me reí de nuevo.

Una paz se apoderó de mí, entonces añadí

—: Pero, la mejor parte de todo esto es que pronto la veré de nuevo. —Me encontré con los ojos de Christian—. Cuando
vuelva a casa.

Como mi abuela me había enseñado, nunca jamás pensé en lo que me sucedería al morir.

El fin.

Era el comienzo de algo grande.

Mi alma estaría volviendo a casa donde pertenecía.

No me había dado cuenta que había alterado a Christian, hasta que se levantó de la silla para caminar a lo largo del pequeño muelle al lado de nuestra mesa, el muelle que conducía a la mitad del arroyo.

El mesero se acercó.

Vi a Christian encender un cigarrillo mientras desaparecía en la oscuridad, solamente una nube de humo delatando dónde se encontraba.

—¿Debería limpiar, señora? —preguntó el mesero.

Sonreí y asentí.

—Sí, por favor. —Me puse de pie, y él se quedó perplejo, viendo a Christian en el
muelle—. ¿Podría traernos la cuenta, también, por favor?

—Sí, señora —respondió.

Salí al muelle a reunirme con Christian, siguiendo la pequeña mancha de su cigarrillo encendido.

Cuando llegué a su lado estaba apoyado sobre la barandilla, mirando
distraídamente a la nada.

Un ligero pliegue estaba estropeando su frente.

Su espalda estaba tensa; se tensó aún más cuando me detuve a su lado.

Tomó una larga calada del cigarrillo y lo lanzó a la suave brisa.

—No puedo negar lo que me está pasando, Christian—dije con cautela. Él permaneció
en silencio—. No puedo vivir en una fantasía. Sé lo que viene. Sé cómo va a pasar.

La respiración de Christian era cansada y dejó caer la cabeza.

Cuando levantó los ojos,
con voz entrecortada dijo:

—No es justo.

Mi corazón lloró por su dolor.

Pude verlo retorciendo su cara, en el anudamiento de
sus músculos.

Inclinándome hacia adelante en la barandilla, inhalé el aire fresco.

Cuando la respiración de Christian se había nivelado, dije:

—Hubiera sido muy injusto si no nos hubieran otorgado los próximos preciosos
meses.

La frente de Christian cayó lentamente para descansar sobre sus manos.

—¿No ves la imagen más grande para nosotros, aquí, Christian? Volviste a Blossom Grove sólo unas pocas semanas después de haber sido enviada a casa para vivir el resto de mi vida. Para disfrutar de los pocos meses limitados otorgados por los medicamentos. —Miré las estrellas de nuevo, sintiendo la presencia de algo más grande sonriendo sobre
nosotros—. Para ti es injusto. Yo pienso lo contrario. Volvimos a unirnos por una razón. Tal vez es una lección que podamos tener dificultades para aprender hasta que sea aprendida.

Me di la vuelta y empujé hacia atrás el pelo largo cubriendo su cara.

En la luz de la luna, bajo las estrellas brillando, vi una lágrima caer por sus mejillas.

La limpié con un beso.

Christian se giró hacia mí, metiendo la cabeza en el hueco de mi cuello.

Envolví mi mano alrededor de su cabeza, sosteniéndolo cerca.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora