capítulo 33.

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—Está bien —le aseguré—. Voy a estar bien. —Parecía que mi papá no podía
moverse.

Utilicé este incómodo momento para caminar alrededor de la puerta y saludar a Christian.

Sentí que mis pulmones y mi corazón se detuvieron en seco.

Christian estaba vestido todo de negro: camiseta, vaqueros, botas de piel, y una chaqueta de cuero de motociclista.

Llevaba el pelo suelto.

Saboreé el momento en que levantó la mano y la empujó por su pelo.

Estaba apoyado en la puerta, con un aire de arrogancia
irradiando de su postura casual.

Cuando sus ojos, brillantes bajo las cejas fruncidas color rubio oscuro, cayeron sobre mí, vi un destello de luz en su mirada.

Sus ojos siguieron lentamente sobre mi cuerpo, por encima de mi vestido amarillo de manga larga, por mis piernas y de regreso hasta el lazo blanco sosteniendo un lado de mi pelo.

Sus fosas nasales dilatadas y sus pupilas agrandándose, fueron la única prueba de que le gustaba lo que veía.

Sonrojándome bajo su pesada mirada, respiré.

El aire estaba denso y lleno.

La tensión entre nosotros era palpable.

En ese momento, me di cuenta que era posible extrañar a alguien con ferocidad, a pesar que habían pasado pocas horas desde que habíamos estado
juntos.

Mi padre, aclarándose la garganta, me devolvió a la realidad.

Miré hacia atrás.

Poniendo una mano tranquilizadora en su brazo, le dije:

—Volveré más tarde, papá, ¿de acuerdo?

Sin esperar su respuesta, me agaché bajo su brazo, que estaba apoyado en la puerta, y salí al porche.

Christian apartó lentamente su cuerpo del marco de la puerta y se volvió para
seguirme.

Cuando llegamos al final del camino me volví hacia él.

Su intensa mirada ya estaba en mí, apretando su mandíbula mientras esperé a que hablara.

Mirando por encima de su hombro, vi a mi padre viéndonos irnos, esa expresión preocupada aún estropeando su rostro.

Christian miró hacia atrás, pero no reaccionó.

No dijo una sola palabra.

Metiendo la mano en el bolsillo, sacó un juego de llaves.

Movió su barbilla hacia el Range Rover de su mamá.

—Tengo el auto. —Fue todo lo que dijo, mientras avanzábamos.

Lo seguí, con mi corazón latiendo silencioso, mientas caminaba hacia el auto.

Me concentré en el suelo para calmar mis nervios.

Al levantar la vista, Christian había abierto la puerta del pasajero para mí.

De repente, todos mis nervios se escabulleron.

Allí estaba de pie, como un ángel oscuro, mirándome, esperando a que subiera.

Sonriéndole al pasar, me subí al auto, sonrojándome de felicidad mientras suavemente cerró la puerta y se metió en el lado del conductor.

Christian puso en marcha el motor sin una palabra, su atención fija en mi casa a través del parabrisas.

Ahí estaba mi papá, inmóvil como una piedra,observando mientras nos íbamos.

La mandíbula de Christian se apretó una vez más.

—Sólo es protector, eso es todo —le expliqué, mi voz rompiendo el silencio.

Christian me echó una mirada de soslayo.

Con una mirada oscura a mi papá, Christian salió de la calle, un silencio espeso intensificándose progresivamente cuanto más nos desplazamos.

Un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora