La chica que lloraba con The Notebook

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Siete. Después de aquella ocasión, habían pasado 2 meses y lo había hecho siete veces con Julián, unas tres veces en esa casa, dos en casa del chico, una en la de la chica y la última, en un lugar especial alejado de la ciudad mientras conocían un lugar turístico de su estado. Habían pasado muchas cosas entre ellos y parecía que cada que se miraban, descubrían algo nuevo el uno del otro, sin embargo, eso no había cambiado la perspectiva de la chica respecto al matrimonio, si de algo estaba segura era de que estaba muy despistada.

—Tierra llamando a Isabel—. Le dijo Aba y ella reaccionó dejando de agitar la cuchara de su café. —Tu tío Diego está al teléfono— Le dijo y la chica lanzando una sonrisa enorme, corrió a tomar el aparato. —Ahora sí vendrá, este fin de semana—.

—¿Enserio? Hace dos meses prometió eso—. La chica contestó el teléfono, bromeó con su tío un par de veces, luego le dijo cuánto lo extrañaba y finalmente terminó la llamada. —Me voy o llego tarde a la oficina—. Se despidió de su abuela con un beso en la mejilla; en ese momento apareció Ángel por la puerta.

—¡Hola Caty!—.

—¡No molestes, Ángel!—. Lo empujó y salió casi corriendo. Para respuesta de muchos, efectivamente Ángel no habló con Saraí y el trato había vuelto a ser el mismo, cosa que tenía a la pelinegra, pendiendo de un hilo mientras Catleen le había rogado que la dejara en paz. La castaña salió de su hogar ante una nube gris que amenazaba con empapar la ciudad y observó un taxi estacionarse frente a la casa de Saraí, dentro estaban Camila y su madre, el padre de Saraí, Alfonso, salió de su casa y comenzó a ayudarles con algunas maletas y cajas de cartón, Camila ayudó un poco y enseguida salieron los trillizos. Durante esos dos meses las cosas habían salido tan bien que estaban a punto de vivir los siete juntos.

La chica sin compromisos sonrió y en vez de acercarse, caminó en la dirección contraria para tomar el autobús que la llevaba directo al centro, se sentía bien por las chicas, pero aún había algo en su corazón, como un vacío. Estaba tan sumergida en sus pensamientos que no se dio cuenta que justo a su lado estaba Javier.

—Hola Cat Cat—. Le susurró recordándole su apodo de secundaria.

—Hola Javi, perdona, estoy en otro mundo ¿Cómo estás?—.

—Muy bien, el trabajo es relativamente sencillo y bueno, ya estaba ansioso por hacer algo productivo. Por cierto, me encantó ese cuento tuyo del viernes, fue algo verdaderamente revelador, no creí que fueras apasionada de la política, pero me encanta que escribas de muchos temas—.

—Verás, debo hacerlo... he escrito miles de cuentos y tengo un fetiche con los hombres inteligentes—.

—Sapiosexual, se dice. Lo he notado, tus protagonistas no son guapos, pero tienen algo que atraen a las chicas, incluso me han hecho dudar de mi sexualidad—. Ambos soltaron una leve risita.

—Lo dices porque me quieres—.

—No, es cierto. Pero para reforzar mi sexualidad, ¿Has visto a los nuevos dueños de la casa de al lado de la tuya?—.

—No, solo escuché que ya la habían vendido—.

—Así es... se supone que es una familia de la capital. No suena muy bien, pero dicen que son guapos todos, dos chicas, un chico y la mamá—.

—Deberías seducir a la madre, quizá es rica y viuda—.

—¡Catleen!—. Ambos rieron— Bueno, chica sin compromisos, debo irme, cuídate mucho y nos vemos pronto—. Javier la besó en la mejilla y ella le regaló una sonrisa enorme, el muchacho hizo sonar el timbre de bajada y el autobús lo dejó frente a un gran edificio.

Un manual para disfrutar de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora