El chico del concierto

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Fila 3. Tenía en sus manos los boletos para la fila 3 de la sección A para ver a la banda de Brooklyn, American Authors, no eran muy famosos, pero eso le bastaba a ella para pensar que eran muy buenos músicos. La fila para entrar al recinto que los recibiría era enorme y el lugar ya lucía abarrotado, Serel tarareaba las canciones mientras Catleen las cantaba.

—Ya es tarde y debemos entrar ¿Dónde estarán?—. Preguntó la rubia mirando a todas partes en búsqueda de las dos napolitanas que faltaban.

—Que no te sorprenda si no vienen—. Le dijo Catleen y Serel frunció el ceño.

—¿Pasó algo?—. La rubia escuchó a su amiga contarle la conversación con Saraí y luego la abrazó. —Lo siento, ustedes dos... nunca me imaginé que se fueran a separar, nunca las imaginé la una sin la otra... oye Caty, si esto es mi culpa...—.

—No seas tonta, no es tu culpa, solo que la gente cambia—. Susurró Catleen al ver caminar a Saraí y Camila hacia ellas.

—Hola chicas perdón el retazo, nos trajo papá—. Dijo Camila y ambas abrieron los ojos, Camila hablaba como si Alfonso fuera su padre.

—Me alegra que vinieran, estos son los suyos—. Serel les dio sus boletos mientras Catleen observaba a otro lado evitando la mirada de Saraí.

—Uh, que tensión, vamos chicas, dejen las caras largas—. La pelirroja las rodeó por los hombros y juntó a ella. Serel se unió y las abrazó, aunque ni Saraí ni Catleen pudieron verse.

—¡Dios! Es hora—. Gritó la rubia del grupo y todas se prepararon. Camila tomó de la mano a su mejor amiga y la llevó hasta la entrada. Las otras dos chicas las siguieron de cerca y luego de dar los boletos, entraron al recinto. Sus asientos estaban cerca del escenario, tanto que no podían creerlo. La rubia y la pelirroja tomaron sus lugares dejando a la castaña y pelinegra juntas. La chica sin compromisos miró a la pelinegra, quien sonrió.

—El único grupo que nos queda en común—. Dijo Sara.

—No seas dramática, son muchos más, eso jamás lo cambiaré, bueno espero—. Exclamó la escritora. —Entonces podemos pasárnosla bien hoy—.

—Está bien—. Se sonrieron mutuamente y solo les quedó esperar a que el concierto comenzara, mientras tanto se miraban y miraban a los chicos que llegaban mientras jugaban.

—Diug, no me gusta, tiene 7—. Dijo Camila.

—A mí si me gusta, tiene un 12 por esos brazos tan musculosos—. Saraí se mordió un labio y todas rieron.

—¿Cuál es la calificación más alta?—. Preguntó a rubia. —Yo le doy 15, quiero saber cómo tiene el abdomen—.

—¡Pervertida!—. Exclamó Catleen y entonces vio llegar a un muchacho rubio de ojos miel, alto y delgado pero musculoso, bien vestido y con porte, le hizo una seña a sus amigas, quienes lo vieron y abrieron la boca.

—Tiene 100, es muy guapísimo—.

—Tiene 1000, es extremadamente guapo... miren eso -. Dijo Camila y se tornó colorada.

—Yo también digo que tiene 1000, está que se quema—. Exclamó Caty.

—Oigan, no hay límite para eso, con ese hombre mis hijos saldrían rubios—. Serel se soltó el cabello y acomodó la mascada azul. El chico no las miró y se sentó en la fila frente a ellas. Las chicas se pisotearon y dieron codazos, el rubio se sentó y a su lado estaba otro chico con menos estatura, moreno, bastante risueño y de pestañas llamativas, pero a él solo Catleen lo vio de reojo puesto que todas estaban concentradas en el otro muchacho.

Un manual para disfrutar de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora