El chico de la carrera

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Quince. El sábado por la mañana Catleen había acumulado un total de quince llamadas perdidas de la casa de sus padres, otras veinte del móvil de su padre y unas cincuenta del de su madre; todas intercaladas en los diferentes días. Ya había hablado con Ángel y él mismo le había advertido que su padre estaba furioso y no tardaría en buscarla por toda la ciudad, ella jamás contestó y había optado por apagar el teléfono en horarios de oficina. Ese día había ido a Readings a recoger su cheque, una numeralia de la semana y al no encontrarse con el ramo de tulipanes, no se sorprendió, pues esa edición de la revista la había dedicado a un especial, por lo que su cuento debía esperar. Después, había ido hasta el circuito de ciclistas mientras usaba un pantalón deportivo algo ajustado, una blusa y sudadera rojas, además de llevar el cabello recogido en una coleta y una banda roja en la cabeza.

Había una multitud esperando y calentando los músculos para iniciar, mientras que ella buscaba a su amigo con la mirada. Ante el fallido intento llamó a sus amigos a los teléfonos celulares, pero no contestaban, algo enojada esperó recargada en un auto mientras intentaba que los mensajes llegaran a los móviles de los chicos, entonces recordó que su hermano mayor iba a estar ahí y justo cuando iba a llamar, se acercó un muchacho a entregarle una pulsera, enseguida se acercó otro y otro más a entregarle adornos y folletos, ella notaba en sus movimientos y voces su homosexualidad, no era intencional, era una clase de sexto sentido, hasta que se acercó uno más, que claramente no era homosexual.

—¿Tienes pin?—. Le preguntó, iba enfundado en un pantalón corto color rojo y una playera blanca sin mangas, sus piernas eran torneadas y aunque solo era 5 o 6 centímetros más alto que ella, lucía bastante bien detrás de las gafas.

—No—. Y él, sonriendo le entregó uno. Su sonrisa no había agradado del todo a la chica, pero era bastante coqueto y tenía los labios gruesos.

—Oh, dime que no eres lesbiana—.

—Claro que no—. Sonrió ella. —Vengo a apoyar a mi amigo, pero no lo encuentro—.

—Yo vengo con mi familia, mi prima apenas contrajo ese maldito virus y por eso estamos aquí—.

—Es una lástima... y pensar que muchas veces es por transfusiones y no por contacto sexual—.

—Lo sé, oye ¿Gustas ayudarme a repartir estos? Quizá encuentres a tu amigo—. La chica asintió y caminó a su lado mientras repartía botones. —Soy Jaime—.

—Catleen, mucho gusto—.

—El gusto es mío—. Había todo tipo de personas, incluso había niños; Caty se sentía muy bien realizando aquello y el chico en tan solo cinco minutos ya la había hecho reír un par de veces. —¿Cuántos años tienes, Catleen?—.

—Veintidós ¿Tú?—.

—Treinta—.

—Júralo, te ves más joven, yo creí que tenías veinticinco—.

—¿Eso fue un cumplido?—.

—No, solo digo lo que veo—. Soltó ella en medio de una risita y entonces se escuchó un gritito cerca de ahí.

—¡Catleen!—. La chica se giró y vio a Mariano junto a Camila y Serel.

—Ahí están, ven te los presentaré—. Tomó a Jaime de la mano y lo llevó hasta sus amigos. —Hola chicos—. Les besó las mejillas mientras Serel observaba al muchacho detenidamente.

—¿Dónde estabas?—.

—Oh, es que me encontré con Jaime chicos, él es Jaime y viene a apoyar a su prima—.

Un manual para disfrutar de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora