La chica de las pruebas

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Ciudad. Unos días después, la ciudad se había vuelto un caos, las compras navideñas se aceleraban, aunque aún faltaban dos semanas para la fecha; aquél día Catleen y Jesús iban saliendo de la sala de cine junto a Saraí y Román, fuera, en la plaza, la gente caminaba de un lado al otro cargando bolsas y de más, en cambio, la castaña tenía un brazo aferrado a la cintura de Jesús mientras él la rodeaba por los hombros y por momentos le daba besos en la frente. Saraí lucía radiante, había cortado su cabello oscuro y lucía más joven y llena de vida, el muchacho que la acompañaba era algo serio, pero ocurrente y entró en conversación con Jesús en cuanto el tema fue futbol americano, ambos tenían por equipo a los 49ers de San Francisco.

—Yo pienso que debemos ir a beber, es jueves y podemos hacerlo—. Dijo Saraí y Catleen sonrió.

—¿Quieres beber, en verdad? —. Le preguntó Román mientras le picaba una costilla.

—No... creo que prefiero que hagamos otra cosa—.

—¿Cómo qué? —. Preguntó Jesús.

—No lo sé, también tengo demasiado sueño como para pensar—. Dijo bostezando y Catleen sonrió.

—Yo creo, risitas, que debes ir a dormir un ratito, mañana debes levantarte muy temprano—. Le dijo Catleen.

—Sí, yo estoy de acuerdo con ella—. Comentó Román y Saraí hizo un puchero. Esa era la primera vez que salían juntos, la pelinegra había accedido solo si iban acompañados, el muchacho no había puesto objeción y Catleen tampoco. De pronto, el olor de las palomitas de cine los había invadido y la castaña hizo una mueca de asco.

—¿Qué tienes? —. Le preguntó Jesús.

—Nada... ¿No les pareció que las palomitas tenían demasiada mantequilla?—.

—Un poco, pero no demasiada—. Comentó Román y Saraí negó rotundamente.

—Me está matando ese olor, vámonos—. Dijo y Jesús la guio fuera del cine.

—¿Por eso no quisiste comer palomitas? —.

—Sí, no sé, probé una y su sabor me dio mucho asco—. El chico hizo una mueca pequeña y entonces se detuvieron a mitad del camino, él le acarició la mejilla y luego le dio un beso largo, apasionado y que la hizo suspirar como todos los que le daba.

—Hey, tórtolos, nosotros ya nos vamos—. Les dijo Saraí.

—Puedo llevarlos hasta tu casa, de todas maneras debo llevar a dulcesito a su casa—. Dijo Jesús y la castaña sonrió al escuchar el apodo que le había pertenecido desde unos años atrás. Cuando el chico lo escuchó por primera vez había aceptado que la chica era demasiado dulce en carácter y en sus gustos por la comida.

—¿Seguro? Creo que ayudaré a esta señorita a estudiar un rato y luego haré que se duerma—. Comentó Román mientras Saraí sonreía.

—¿Eso harás? —. Dijo sin dejar de lado la risita tonta, Catleen los miró y luego a Jesús, quien sonreía gustoso.

—Claro... podemos dormir en el sillón, en vista de que Ángel y Camila se adueñan de tu cuarto, últimamente—. Comentó Román.

—Yo... no quería saber eso—. Dijo Catleen y todos soltaron una risita. —Está bien, ya vamos... que ese olor de palomitas me está matando—.

—Pero... ya estamos muy lejos, ya no huele—. Le dijo Saraí.

—Lo siento aún en mi nariz, vámonos—. Tomó a Jesús de la mano y entrelazó sus dedos con los de él. Así, llegaron a su hogar, Sara y Román se despidieron de ellos y fueron directo a casa de la pelinegra mientras Caty y Jesús entraron en la de la castaña. Axel y Abo jugaban videojuegos y no parecía haber otra señal de vida.

Un manual para disfrutar de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora