La chica entre dos tumbas

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Brazos. Miraba por la ventana mientras su hermano la mantenía entre sus brazos. Su madre la observaba desde el asiento del copiloto del auto y sentía sus lágrimas surcándole las mejillas.

—¿Qué le pasó? —. Preguntó media hora después.

—Un infarto a mitad de la noche, Abo dice que no se percató de nada, suponemos murió tranquila—. Contestó su hermano.

—¿Cuándo? —. Preguntó con la voz agravada y su madre se mordió un labio.

—Hace una semana—. Dijo Liliana.

—¿Por qué nadie me llamó? —.

—Lo intentamos, pero... no contestaste y Abo nos hizo prometer que no diríamos nada—. Explicó su padre.

—Pensó que Aba hubiera querido que disfrutaras tu viaje sin pensar en preocupaciones y estaba seguro que regresarías inmediatamente—. Dijo Ángel.

—Exactamente, eso hubiera hecho—. Dijo ella suspirando. —¿Qué voy a hacer sin ella? —. La chica lloró aún más mientras su hermano la sujetaba fuertemente, su madre le tocó la rodilla en seña de consuelo, entonces la castaña se percató que estaba muy tranquila ¿Qué acaso no le dolía?

Catleen no entendía nada, no podía creer que Aba no iba a estar cuando ella llegara a casa, no podía hacerse a la idea de que mientras ella se divertía en Europa, su persona favorita estaba muriendo, no había estado ahí para escuchar su último consejo, no vería de nuevo el rostro que la tranquilizaba. Aba era la única que la hacía olvidarse de la rebeldía, la que la amaba aún con su inmoralidad, locura, la que confiaba en ella y nunca había dudado de su potencial. Entre pensamientos y llanto vio caer la noche mientras su padre manejaba sin descanso por la carretera, dos horas más tarde entraron en su hermosa ciudad y la chica supo lo que era volver al hogar, sentir el aire familiar, extrañar tanto el ambiente y, sobre todo, supo que pertenecía ahí. Su padre la miró por el espejo retrovisor y le sonrió.

—¿Quieres ir a casa o a la tuya? —. Preguntó y ella se encogió de hombros.

—Sólo sé que quiero ver a Abo—. Al escucharla, su padre siguió hacia el poniente de la ciudad, los árboles, las casas y todo parecía estar triste, o quizá solo era que ella estaba muy triste y todo lo veía igual, además, tenía miedo de entrar a la casa y no recibir el cálido abrazo de su abuela o no ver la mágica sonrisa de su abuelo. Todo el cuerpo le pesaba, por lo que Ángel tuvo que ayudarle a bajar mientras sus padres cargaban con el equipaje de la chica, el de Serel lo habían dejado en el auto. Ángel casi la llevó cargando a la casa y en cuanto abrió la puerta Axel corrió hacia ella y la abrazó como nunca lo había hecho, la castaña respondió el abrazo y volvió a llorar, en ese momento bajó su abuelo por las escaleras, lucía cansado, más delgado y con ojos tristes, sin embargo, parecía tranquilo.

—Hola Caty—. Le dijo apenas verla y algo se le iluminó en los ojos, además soltó la maravillosa sonrisa que siempre le regalaba al verla.

—Hola Abo—. Soltó a Axel y corrió hacia su abuelo, cuando lo tuvo en sus brazos, sintió más lágrimas en las mejillas y la mano de su abuelo en su cabello. —¿Por qué, Abo? —.

—Porque así tenía que ser, tu abuela cumplió su misión, aunque para serte sincero, yo creo que su misión apenas empieza—. Le sonrió y Catleen frunció el ceño. —Isa, nadie quiere que esto suceda y sé que quizá justo ahora no lo entiendas, pero la muerte sirve para mantener vivos a los humanos, todas y cada una de las muertes nos dejan algo, todas las vidas dejan en nosotros una enseñanza y eso es lo que debemos de preservar, lo que Aba te enseñó es muy valioso. No estés triste, la muerte es renacer y aceptar la vida eterna por tus experiencias—. Su abuelo le apretó la nariz, un gesto que su padre había hecho muchos años y sus mismos hermanos y la abrazó. Catleen, aún llorando le agradeció por todo lo que había hecho por ella y luego se sentó junto a sus hermanos mientras miraba a su madre sin hacer seña de dolor.

Un manual para disfrutar de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora