Baile de máscaras

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María se había criado en una familia acomodada. Había tenido todo lo que ella había pedido. La habían consentido como a la que más. Había sido la primera, casi siempre, en todo. Y cosa que quería, tenía. A pesar de ello, cabe decir, que no había sido una niña mimada de esas de culo veo culo quiero. Sus cumpleaños, sobre todo de pequeña, siempre habían sido lo más esperado por todos sus amigos y el lujo en las fiestas que daban sus padres nunca faltaba... pero nunca se había encontrado con nada parecido a lo que estaban viendo. El resplandor que le provocó el brillo que había en todo el hall cuando aquellos dos hombres les abrieron la puerta para dejarles entrar la dejó anonadada. Ella que tenía apretada la mano de él, sin darse cuenta la había soltado y se había quedado parada, en tránsito, mirando cada rincón de aquel grandioso espacio que quedaba delante de ellos. Adrián la miraba resplandeciente y emocionado. Ella, una chica que podía tenerlo casi todo, asombrada por aquello que él creía que ella vería simple. Pero no... a ella eso le asombraba. Porque había leído libros que describían escenas de amor que empezaban en una escenario así, porque había visto películas que recurrían a escenas mágicas que seguramente habían, seguro, ella estaba segura, grabado alguna ahí mismo. Magia, ese lugar desprendía magia. Parecía que en cualquier momento podía salir un hada de cualquier rincón. Todo parecía tener encima una especie de brillo, o como ella se imaginaba, polvo de hadas, y todo el mundo con esas lujosas máscaras venecianas. Los vestidos de las mujeres también brillaban. Se alegraba haber elegido ese atuendo, que a pesar de no brillar, estaba guapa, no, preciosa, y no desentonaba ahí, no demasiado, por lo menos.

Recorrieron el hall y entraron en una sala donde la decoración dejó a María asombrada de nuevo. Parecía que habían entrado en un lugar totalmente nuevo. Esta vez era todo más oscuro. Si el hall era todo brillo, este sitio era todo oscuridad. Luces de neón hacían que todo lo blanco brillara y el vestido amarillo de María parecía una bombilla encendida. Se sentía el centro de atención y veía cómo la gente la miraba. Adrián le apretaba la mano. Y el olor, un olor conocido pero que no conseguía reconocer abrió sus fosas nasales e hinchó sus pulmones. ¿Que olor era ese? ¡Ah! Embriagador. Sexo. Olía a sexo. A Carne. A sudor. A cuerpos. A pasión. De pronto agudizó sus oídos y pudo sentir algún que otro gemido, miró alrededor y cerca suyo una chica, sentada en un taburete de la barra, como si fuese lo más normal del mundo, sentada se abría de piernas, con un hombre tras ella que la tocaba y la abría más y otros tanto delante que la miraban y analizaron. María sin quererlo ni saberlo se humedeció, esa escena la encendió. Se quedó mirando unos minutos. Los ojos de la mujer brillaban y sus labios estaban hinchados de placer. El hombre le introducía dos dedos para empaparlos y luego los llevaba al clítoris donde la masturbaba mientras ella cada vez se abría más para que todo aquel y aquella que quería ver el espectáculo no se perdiera detalle. Adrián se puso detrás de María, eso a ella le puso los vellos de punta, la abrazó por la cintura lentamente, ella no dejó de mirar la escena y le puso sus labios en su oreja.

- ¿Te gusta lo que ves? - le preguntó entre susurros y leves cosquillas. Ella tuvo que tragar saliva antes de responder. Le gustaba lo que veía, pero por una extraña razón le gustaba porque se imaginaba a ella ahí. Siendo esa mujer y siendo vista por toda esa gente. Sintió como sus bragas se empapaban cada vez más.

- Si... - A penas le salió la voz y Adrián no pudo reprimir la sonrisa. Tuvo ganas de meter ahí mismo la mano entre sus bragas, arrancarlas y tocarla. Sabía que ella no se lo impediría y él se moría de ganas. Pero todo a su tiempo. No quería asustarla.

Caminaron un rato más por esa inmensa habitación, observando a cada pareja que había decidido jugar un poco. Adrián le contaba a una María ya más calmada que aquí solo se venía a mirar. En esta habitación estaba prohibido tocar lo que no era tuyo. Vieron a otra pareja incluso follando en un pequeño sofá con fundas de plástico, ella sentada encima de él. Se fijó que en cada rincón de la sala había un "señor" o "botones" con un carro al lado lleno de papel, toallas, sábanas, y varios artilugios de limpieza. Adrián le contó que cada vez que una pareja usaba algún lugar, como por ejemplo aquellos el sofá, inmediatamente iban a cambiar la funda para que otros pudieran usarlo después. También vieron una mujer arrodillada en el suelo lamiendo una polla de un hombre. Y otra mujer haciendo lo mismo con otra mujer. Si algo te gustaba hacían corrillo, mirabas y al parecer a los protagonistas no les importaba. María no sentía vergüenza tampoco por quedarse a mirar. Incluso había intercambiado miradas con los protagonistas y eso aun la había encendido más.

En la vida de María - Trilogía María parte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora