1. Fergus Gants

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La noche iba en crescencio y el frío se apoderaba de la ciudad de Escaris. Sus largas torres y edificios si bien eran espectaculares, solo habían contribuido a que hubiera más sombra y sobre todo, callejones oscuros donde todo podía pasar.

El comisario Fedora Minch llevaba 32 años en servicio y siempre encontraba que por muy cálido que fuera el día, todas las noches serian igual de heladas, no así su nuevo compañero, un novato transferido del otro lado del país. Minch se había especializado en homicidios y con los años, se había ganado el apodo de Sabueso, porque siempre terminaba por encontrar al asesino por muy pocas pistas que hubieran. Solo había tenido dos casos que no pudo resolver, dos chicas que habían desaparecido hacia 11 años y nunca más se les volvió a ver. Eso aún le revolvía el estómago por las noches, sobretodo ahora que venía una nieta en camino.

En la comisaría ya conocían a Minch y su necesidad por salir a patrullar por las noches, pero hacia diez horas, habían hallado el cadáver de un hombre de no más de 45 años. Los diarios no le habían puesto mucha atención, aunque si se hubieran detenido a investigar bien, lo habrían puesto en primera plana y le habrían dedicado al menos 4 páginas.

El hombre era Fergus Gants, un violador. Tenía un largo prontuario de delitos, había comenzado a los 12 años a consumir drogas, a las 13 tuvo su primer robo a mano armada, a los 15 violó a una niña de no más de 8 años y luego violó a 8 más de diferentes edades. Su última víctima era una mujer anciana a la que había torturado y sodomizado. No contento con ello, había robado todo cuánto quiso e incluso asesinó al perro de la mujer solo por gusto. Aún así, había quedado en libertad.

Los jueces había tomado una nueva medida para no tener que llenar las cárceles. Cada ocho meses, se soltaban al menos 800 convictos en diferentes ciudades. Fergus Gants, había sido uno de los beneficiarios. Las familias de las víctimas había alegado a los tribunales, pero los jueces hacían oídos sordos.

A las cuatro de la mañana de un martes, cuando Fedora Minch patrullaba junto al novato por una concurrida calle durante el día pero totalmente desierta por la noche, notó algo extraño. Condujo el auto hacia el semáforo y entonces lo vió.

Un hombre yacía colgado del semáforo y por la coloración de su rostro, supo que llevaba un buen tiempo muerto. Cuando lo bajaron pudo notar su expresión de dolor y pánico. Sus manos y pies habían sido amarradas con cinta aislante, le habían insertado un palo astillado por el ano y le habían cortado los genitales, al parecer con una cierra manual. Le habían introducido por la boca los genitales cercenados hasta tocar la garganta. Era macabro, aunque el malnacido se lo mereciera. Pero el detalle que quizás más llamó a Fedora Minch, era que en sus costillas estaban las iniciales E.T., las habían marcado con un cuchillo o quizás con algo muy afilado. Y por como estaba la sangre, fue antes de que muriera. Lo único que podía imaginar contra su voluntad, era que el autor del crimen le gustaba demasiado la película de E.T. o quizás hasta el mismísimo marcianito lo había cometido.

Pero para ser sinceros, lo que le preocupaba de verdad al comisario, era que alguien estuviera haciendo justicia por sus manos o peor aún, un asesino serial. No estaba en favor de los maleantes, pero tampoco estava a favor de alguien que hacía semejante daño.

Cuando un periodista llegó, solo dieron una breve información. Tal vez solo se trataba de una riña o cuentas pendientes y por eso había sido el deseso, pero la experiencia y el olfato de Sabueso de Minch le decía todo lo contrario.

♢♢♢

En una calle desolada donde nisiquiera los perros merodeaban por algo de comida, una silueta femenina y algo aniñada caminaba tranquilamente, talvez, sin percatarse que era seguida por una sombra de ojos lascivos y con una gran erección.

La chica llevaba un abrigo caperuza de color rojo e iba encapuchada, quizás por el frío que incluso cuando respiraba se podía notar el vapor. Sus delgadas piernas llamaban la atención con sus medias negras semi transparentes sobre todo con los bototos negro relucientes que le llegaban poco más arriba del tobillo.

 Parecía no ser consciente de la hora, ni del lugar tan poco iluminado y mucho menos del peligro que eso conllevaba. La sombra escurridiza la seguía de cerca, sin emitir ningún ruido o sonido. Sin embargo, su mente gemía de placer al imaginar a la chica sentada en su falo.

A seis pasos estaba la chica de llegar a una calle cerrada donde el foco de luz estaba quemado, la sombra ya había puesto en marcha su plan para interceptarla ahí.

En cuanto la chiquilla llegó a ese punto, la sombra se abalanzó lo más rápido que pudo, atrapándola desde atrás y la introdujo en la sombra del callejón. Tal vez si no hubiera estado tan excitado, habría notado que la chica no opuso resistencia y que apenas se movía. Habría notado que ella sonreía triunfante, que en su mano había algo brillante y que él...ya era un hombre muerto.

La Bestia de la CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora