16. Mordiendose la cola

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En cuanto llegaron a la casa de Benito Longhborn, ya estaba congestionado de periodistas y varios policías que tenían cercado el lugar, para que no pasara nadie.

Felicia había forzado la cerradura, cuando notó que nadie contestaba, al ingresar, buscó a Benito, pero en la cocina notó que había vidrio quebrado. Buscó su habitación pero no estaba, al entrar en el baño, lo encontró en la bañera, bajo el agua. Su cuerpo estaba pálido, pero su boca y párpados estaban morados.

Las primeras pericias apuntaban a un suicidio, pero el vidrio roto de la cocina, dejaba la duda en la mente de los demás. Minch estaba seguro que esto era asesinato, pero no había indicios de quien era, no había huellas, sangre, cabello...nada. Solo el vidrio desparramado por la cocina.

Longhborn era un hombre divorciado, que no había tenido hijos, solo una mascota que tampoco había aparecido. Tampoco había familia directa o alguna pareja, era un hombre dedicado a su trabajo. Ya habían comenzado a entrevistar a los vecinos, que resultaban ser en su mayorías matrimonios ancianos, era una zona residencial, bastante tranquila.

–Pobrecito, era tan bueno con nosotros –comentó una anciana vecina de Benito –siempre nos ayudaba cuando no entendíamos algo. Era un cielo, cualquiera le dirá lo mismo.

Un investigador muerto, dos tipos arrestados, y un asesino serial suelto. ¿Acaso Emily Tate había asesinado a Longhborn? No había marcas y dudaba en realidad que ella hubiese sido la autora de aquel crimen, ella lo hacía con un motivo, y hasta donde sabía, no había motivo alguno para matar a su compañero, o ¿sí?

El cuerpo de Benito fue llevado a la morgue para hacerle la autopsia, y determinar si realmente se había ahogado. A todos les hacía falta dormir, así que Óscar Poly los envío a todos a descansar, deberían volver a las 4 de la tarde.

Minch prefirió quedarse un poco más, para poder interrogar a uno de los hombres que habían arrestado. Respondía al nombre de Taddeo Fiori. Era el hombre de cabello largo y regordete que se había asustado, estaba seguro que sería más fácil de quebrarlo.

Lo sacaron de la celda para llevarlo a la sala de interrogación, se notaba asustado y de vez en cuando le salia un puchero, que daba risa. Una vez dentro de la sala, Minch ingresó y el hombre se sobresaltó.

–E...está-ta vivo –apenas era capaz de modular –creí que estaba muerto.

–Supongo que tu amigo es pésimo tirador –quería hacer el papel del policía bueno, pero su semblante le daba aspecto de policía malo -necesito que me digas porqué lo hicieron.

El hombre gordo bajó la mirada, no tenía aspecto de ser un maleante, pero estaba envuelto en un mundo peligroso que no perdonaba.

–Si abro la boca, ellos me mataran –sollozaba –tengo que mantener a mi madre, y si abro la boca, ambos estaremos muertos.

–Nadie va a matarte o a dañar a tú madre –le calmó –pero necesito que me digas la verdad, porqué me dispararon.

–Giovanni y yo, siempre nos hemos encargado de la receptación de mercancía –dijo sorbiéndo los mocos –la mercancía siempre debe ser de la mejor calidad, de eso dependía nuestra paga, siempre la entregábamos en un viejo almacén, no sé que hacían con la mercancía, pero imagino que nada bueno.

–¿Qué tipo de mercancía era? –la intriga se lo comía –¿Joyas? ¿Armas? ¿Órganos?...

Taddeo miraba su alrededor, como si alguien fuera a matarlo en cualquier momento, aunque en la sala solo estaban ellos dos.

–Necesito que me digas que es lo que transportaban –le pidió con dulzura.

–Mujeres –una lágrima salió disparada, junto a un ahogo –a veces también niños.

La Bestia de la CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora