12. El nombre

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Fedora, Linker y Bürry, llegaron al hospital central, subieron al tercer piso, y encontraron al policía, hablando con el doctor de turno.

– Buenas tardes, soy Fedora Minch y ellos son mis compañeros –los presentó –recibimos una llamada de un hombre en estado critico.

– Así es, soy el cabo Oyarzún, y encontré al hombre tirado en un parque en pésimas condiciones, por suerte aun estaba consciente –comentó el policía.

– ¿Qué diagnóstico nos puede decir doctor?

–Presenta una deshidratación avanzada, tiene sus órganos internos muy dañados –el doctor parecía compadecido del hombre –también tiene fracturadas dos costillas, tiene una herida en la zona sacra, lo que es posible que no pueda volver a caminar, tiene hematomas en la zona facial y genital.

–¿Podemos hablar con él? –preguntó Linker.

–Si, pero porfavor sea breve, está en estado critico y no debe alterarse, debe descansar.

Los tres ingresaron a la habitación, y a Bert le sorprendió ver al hombre de la camilla, lleno de agujas y maquinas que hacian pip, pip,pip, cada cierto segundo. Tenía el rostro morado, y sus ojos apenas si podían abrirse, producto que estaban inflamados de tal forma que parecía un sapo grotesco. Felicia se acercó a los pies de la cama y sacó la ficha clínica, se llamaba Anselmo Gutierrez.

–Señor Anselmo –le llamó Bert, acercándose mas a él –¿Puede oírme?

El hombre abrió su boca tan lentamente, que Linker sintió que había envejecido en ese breve rato.

– ¿Q...que..qui...quie.... quieren? –moduló a penas.

– Venimos de la estación de policía, queremos saber que fue lo que le ocurrió –dijo suave.

El hombre parecía mirar al infinito y los tres no estaban seguros de cómo actuar.

– Me atacaron –dijo sin problema.

– Pero ¿Quién? –preguntó Minch.

El hombre se quedó en silencio y parecía muerto, de no ser por los pequeños movimientos en su pecho que demostraban que estaba respirando.

– Está muriendo –dijo de repente Minch, sin ápice de emoción –su declaración nos podría ser de gran ayuda, usted está vivo y es más que probable que sepa quién fue su atacante, y el motivo del porque lo dejó así.

El hombre comenzó a sollozar, mientras miraba al cielo de la habitación, la leve luz que pasaba por las ventanas, daba un aire azulado y tétrico a la habitación, pero él seguía sin hablar.

– Señor Anselmo, es necesario saber que fue lo que pasó –intervino Felicia, mientras se acercaba a su lado, con los brazos cruzados –creemos que quien lo atacó, es un asesino serial y necesitamos de su ayuda.

El hombre la miró por unos segundos y luego volvió a mirar al cielo, entonces Bert notó que sus ojos se cristalizaron y comenzaban a correr lágrimas por su inflamado rostro magullado. Comenzó hacer un molesto ruido con la nariz, y cuando Minch estaba perdiendo la paciencia, el hombre gimió tratando de moverse.

– Yo...yo...–dijo a penas –yo se porqué...me atacó.

– ¿Porqué fue? –preguntó Fedora seriamente.

– Hace años....hi..hice algo horrible a unas niñas –comenzó a llorar –y yo...lo negué todo...porque no sentía culpa y...y...no quería perder todo lo que había logrado...pero, al final....e...ella me encontró....la chica de cabello morado....ella hizo...lo que los demás no sé atrevieron hacer....me lo merecía.

– ¿Recuerda algo más de la chica? -preguntó Felicia –¿Como era, su porte, algo?

– Era pequeña...y llevaba...llevaba un abrigo rojo...y...tenía los ojos color negro....pero estaban llenos de ira y...y...dijo que...que..–el hombre intentó hablar pero lo único que hacía era mover su lengua de forma reiterativa de arriba hacia abajo, haciéndolo aún más grotesco, como un molusco asustado –Emm...Emily..Ta...Ta...te...Emily Tate.

Los tres investigadores se quedaron mirando entre ellos, al final, si era una chica, y por fin tenía nombre....Emily Tate. El problema era que la ciudad en su mayoría tenía ojos oscuros. Y no había algún tatuaje o una cicatriz o algo que pudiese diferenciarla de tantas otras.

Se retiraron del hospital en silencio y calma. Una vez en el auto, Felicia condujo a la estación sin decir una sola palabra. Su rostro no demostraba en que estaba pensando, no dejaba dilucidar nada. Bert fue el primero en romper el silencio.

– Jefe ¿Qué piensa de la chica?

– Mucho y a la vez nada ¿Y tú Felicia? ¿Qué opinas?

Bürry conducía aún en silencio sepulcral, a tal punto que parecía un robot que solo se dedicaba a eso.

– Una chica está haciendo justicia con sus propias manos, suele llevar ciertos accesorios que la hacen reconocible, como una marca personal –dijo sin dejar de ver al frente –suele llevar una capa roja, como ¿Caperucita roja? La chica que es comida por el lobo...

– Solo que ella es el lobo que viste como Caperucita –terminó Minch.

– Utiliza la metáfora del cuento de hadas, e imagino que la peluca es para no ser reconocida, pero –Bert trataba hacer encajar las minúsculas piezas en aquel rompecabezas –ella usa colores llamativos, con los que cualquiera podría reconocerla más tarde e informar a la policia.

–Yo tengo una teoría -comentó Minch mirando por la ventana –la chica quiere crear un movimiento social, donde se haga justicia por las manos de cada uno, donde solo se apliquen las leyes de la justicia de cada uno.

Bert y Felicia estuvieron de acuerdo con él, pues era muy convincente desde ese punto de vista.

– Esto es como una cacería de brujas –comentó Bert, jugando con sus manos.

Una vez en el cuartel general, Minch llamó a una reunión a los agentes que estaban en el caso, para comentar de la información recopilada.

– Asique, después de todo si era una chica -dijo Fermín.

– Podemos patrullar las calles –comentó a modo de petición Meg –de esa forma podríamos atraparla más rápido.

– Podría aparecer en cualquier lado, seguimos sin saber sus características físicas –comentó Hernán.

– Mi compañero, Bert Linker, ah creado una pauta para encontrar alguna futura víctima, y cree que es necesario ir donde un microtraficante del barrio Rojo, es un informante que suele ayudar mientras se le ayude a él también –dijo Minch de forma autoritaria.

–¿Un traficante? –preguntó con sorna Fermín –de seguro nos dará una información de mierda, que no servirá de nada.

Pero todos hicieron caso omiso a su comentario. Y se decidió que quiénes irían serían Minch, Linker y Hedo. Los demás deberían quedarse para gestionar los patrullajes exhaustivos en la ciudad, ir a visitar nuevamente a Anselmo Gutiérrez, en caso de nueva información y buscar a posibles víctimas, para E.T.

En cuanto salieron de la sala de reuniones, Bert salió rápidamente, pues deseaba ir a comprar un sándwich o un panecillo. Pero fue atajado por Meg.

–Hola –dijo con su cautivante sonrisa –¿Bert?¿Cierto?

El pobre muchacho sintió que su cuerpo ardía, que se paralizaba y volvía a la época escolar, donde la chica guapa de la escuela le dirigía la palabra. Pero no era el pasado, ni era un sueño. La chica realmente le estaba hablando, y parecía calmada en su presencia.

– Eh..si, soy yo.

– Soy Meg Hedo, ahora somos compañeros –le ofreció su mano a modo de saludo –es un placer.

– El placer es mío –dijo mientras sentía su rostro arder.

Linker olvidó por un momento, que quizás debía comentarle que se conocían desde que estaban en la academia, hace no muchos años. Pero Hedo no parecía conocerlo de otro lugar.

La Bestia de la CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora