Minch observaba los cuerpos chamuscados de quien horas antes fuera el Padre Ciriaco y el Monseñor Derima. La pira de fuego había ardido lo suficiente para alertar a los vecinos para que llamaran a bomberos, pero fue el pestilente olor que dejó al descubierto que otra cosa se había quemado. Minch y Felicia habían acudido al llamado de los bomberos. A Felicia le sorprendía que los monaguillos y demás curas que habitaban el convento tuvieran que dormir en habitaciones cerradas desde fuera. Según uno de los curas, el Padre Ciriaco era el que tenía esa regla desde que estuviera carga hacía más de una década. En cuanto al Monseñor Derima, era un amigo íntimo del Padre, al parecer se conocían desde que fueran monaguillos.
El fétido hedor que rondaba esa zona hacía que se les revolviera el estómago a los presentes, pero de cualquier modo tenían que resolver todo ese desastre. Minch y Felicia comentaban la evidencia cuando un oficial de policía se les acercó para decirle que había otro hallazgo. Los tres salieron del convento y cruzaron a la calle de enfrente donde estaba la tétrica iglesia, en la entrada había estacionado una patrulla con las balizas prendidas. La compañera del policía estaba parada en los peldaños de entrada de la iglesia con al menos una veintena de niños pequeños.
–Buenas noches –los saludó la oficial –soy la oficial Ríos.
–Buenas noches –Dijo Felicia –¿Quiénes son?
–Estos niños estaban dentro del convento –dijo ella con una mueca –me dijeron que una chica de capa roja los sacó de ahí y luego los trajo hasta aquí y les dijo que esperaran.
–Emily Tate –sentenció Fedora Minch.
– ¿Cómo se encuentran? –preguntó Felicia al verlos asustados.
–Físicamente creo que bien, pero...no sé qué les habrán hecho –dijo la oficial teniendo un leve presentimiento –algunos no quieren hablar. De todos modos, ya avisamos a servicios infantiles quienes traerán ambulancias para llevarlos al hospital a constatar lesiones y nosotros buscaremos a sus padres.
–Muchas gracias –dijo Felicia evocando a sus dos pequeñas que estaban en casa sanas y salvas.
Minch y Felicia se retiraron del lugar, pero antes de que salieron del resinto, un pequeño los atajó.
– ¿Usted es Fedora Minch? –preguntó un pequeño que no iba más que tapado con una frazada que de seguro debía ser de los policías.
–Así es pequeño –a Minch le pareció extraño que un niño supiera su nombre –¿por qué?
El pequeño se descubrió de la frazada dejando ver su pecho desnudo y sacó su delgado brazo y le entregó un sobre blanco a Minch. Fedora lo tomó con desconfianza, pues no había remitentes ni nada por el estilo.
–De parte de la señorita –dijo el niño con brillo en los ojos.
♢ ♢ ♢
Una vez Minch y Felicia se encerraron en la camioneta en la que viajaban, fue cuando Fedora se atrevió a abrir el sobre. Era obvio quien lo había mandado y lo mejor era que nadie más lo supiese. El sobre contenía una carta impresa que Minch leyó en voz alta para Felicia.
Estimado Comisario:
La noche ha sido ideal para cazar bestias, dos de ellas eran fieles amigos del Padre Volker Shaffer.
Déjeme decirle que subir hasta tocar el cielo, puede ser agradable, pero se debe tener cuidado, pues la caída puede ser dolorosa. Sin embargo, es necesario quemar las raíces de un árbol para que este muera definitivamente.
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La Bestia de la Calle
Mystery / ThrillerLa ciudad de Escaris, es una ciudad cosmopolita que nunca duerme, con una población que va en aumento. Pero las noches no son seguras, al menos no para los violadores y asesinos. El investigador Fedora Minch y su inexperto compañero, Bert Linker, bu...