Hijo, hay días en que despierto pensando en esa horrible decisión que preferimos no tomar. A tu padre y a mí se nos ofreció la posibilidad de descartarte y probar suerte con un nuevo hijo, uno que no tuviera tu dificultad. Pero ya sabes que no lo hicimos, te deseábamos con tanto ahínco que no nos importó el daño que te hicimos, con tal de tenerte a nuestro lado. Espero que algún día nos perdones.
No soy una persona estable, tu padre lo sabe, yo siempre lo he sabido. Trabajo desde casa revisando documentos, manteniendo un trato indirecto con mis superiores, liberada de interactuar con otras personas por causa de mi condición. Hay ocasiones en que difícilmente puedo controlar la ira, la estupidez humana me saca de quicio con facilidad. Pero pensar en ti, verte como te estoy viendo ahora junto a mí, tan pequeñito e indefenso, me trae de regreso a la tranquilidad de mi familia que me ama, la familia que yo amo. Incluso ver a tu desordenado padre roncando en el sillón luego de un arduo día de trabajo en los túneles del centro de la ciudad, me llena de paz.
Por qué soy así... quizá es por accidente, o porque la humanidad no se ha librado de la locura que trae embebida en sus genes. Ya ves que soy la prueba viviente de ello.
La gran mayoría de los desórdenes psiquiátricos se erradicaron mediante las políticas eugenésicas del siglo XXI y XXII, junto con muchas otras características indeseables. Si tenías un rasgo genético que te hiciera susceptible a enfermedades o vulnerable de una manera distinta al promedio de la población, incluso peligroso según la mirada de la época, se te prohibía el derecho a la procreación. Una simple inyección impedía irreversiblemente que te pudieras reproducir de manera natural.
A mediados del siglo XXI el planeta Tierra era un animal enfermo, plagado de parásitos llamados “humanos” y a un paso de la senda sin retorno de la auto destrucción. Miles de personas morían de hambre cada día. Los gobiernos estaban divididos, cada uno velaba por sus propios intereses y algunos países con alta población sencillamente prohibieron tener hijos. Sólo tras las revueltas revolucionarias de millones de seres humanos clamando por justicia reproductiva se logró un consenso ético, obligando a esas naciones a establecer una lista negra con las enfermedades y desórdenes de orden hereditario.
Al mismo tiempo, si eras poseedor de algún atributo que le diera a tu descendencia mejores herramientas para subsistir y ninguna de las taras en la lista negra, pues eras la persona más afortunada del mundo. Dichos donantes de esperma, óvulos y células madre se convirtieron en los tesoros más preciados de las naciones. El contrabando de embriones perfectos se volvió una práctica común.
Como dice tu padre y le encuentro toda la razón, “la naturaleza del ser humano no ha cambiado ni cambiará jamás”. Y por supuesto, la corruptibilidad del alma humana no era un ítem incluido en la lista negra.
En alguna parte del Oriente Medio se descubrió una tribu nómada con un atributo especial: la ausencia de apéndice. Ya te imaginas qué ocurrió entonces. Una gota de semen o un óvulo viable de esa tribu valía millones.
Con cada nueva generación, la lista negra y la portentosa “lista blanca” se hicieron más extensas. Y terminando el Siglo XXII la población joven se redujo a la mitad de lo que era a fines del XXI. Imagina ese mundo plagado de ancianos achacosos, con recursos apenas suficientes para sostener las economías locales, donde los padres debían sacrificarse voluntariamente en clínicas de eutanasia para asegurar un cupo para la educación y la salud de sus hijos.
En ese perverso proceso de selección antinatural, la diversidad genética que caracterizaba a la humanidad se apagó como una vela bajo la lluvia. Las listas se abolieron y los pueblos aislados geográficamente volvieron a caminar por la senda de la especialización genética, aunque ya nunca sería igual. La principal característica de la raza humana, su variedad, estaba extinta.
Hoy el pozo genético está más limpio que nunca. Tu padre, tú, yo y el resto de la humanidad somos resultado de esa selección genética forzada, aunque cueste admitirlo. Aún es necesario un permiso para procrear y debido al envejecimiento de la población cada cierto tiempo se conceden permisos especiales que dan rienda suelta a los hijos no planificados.
Y tú, hijo mío, eres el afortunado ganador de esa lotería.
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Sordomudo
Science FictionSegunda mitad del siglo XXIII. En un mundo en el que la comunicación directa de las mentes a través del tacto es tan normal como respirar, un joven demuestra tener el don más raro de todos: la capacidad de mantener secretos. Sordomudo es una novela...