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—En todos mis años como indagador jamás me había topado con un caso de mutismo tan... extraordinario —dice Mobutu desde la pantalla del vífono empotrado en el muro del departamento—. Lo usual es que los niños posean una pequeña abertura mental, algo tan delicado que un mínimo estímulo puede abrir sus mentes para las siguientes etapas de su entrenamiento. Pero en el caso de su hijo he utilizado técnicas reservadas a criminales adultos con capacidades de bloqueo muy superiores y aún así me es imposible llegar a la primera capa de su conciencia. Es una cebolla imposible de pelar...

—Señor Mobutu —comienza Matilde tomándose el cabello en una cola, sintiendo que su ira crece y a punto de estallar en furia volcánica—, si vuelve a comparar a mi hijo con una cebolla voy a poner una queja contra usted en el departamento de indagadores del Estado y exigiré que se nos asigne un nuevo tutor y que usted sea reasignado a algún lejano orfanato del Norte.

Andrés permanece sentado junto a ella, con los ojos cerrados y su mente cerrada a los embates de su mujer que son como patadas en su sistema nervioso periférico. Cuando los abre ve el rostro de un anciano con las manos en alto y gesto de genuino arrepentimiento.

—Desearía estar a su lado para hacerle entender —se disculpa Mobutu—. Odio los vífonos, porque no son capaces de transmitir el verdadero sentido de las palabras. Le pido disculpas, sinceramente. Pero eso no le resta seriedad al asunto. La mente de su hijo es impenetrable para un indagador experto. Sólo puedo imaginar un terrible accidente o negligencia durante el embarazo, o algún abuso durante los años...

Andrés siente la explosión sináptica quemando la piel de su antebrazo allí donde Matilde mantiene la mano. Salta hacia el vífono y lo apaga. Al girarse, la silla que iba destinada al aparato le da de lleno en la cara.

—¡Voy a matar a ese negro! —ruge Matilde dando patadas a los muebles. Andrés, con la nariz quebrada y sangre manchando su pecho, intenta abrazarla y se aleja inmediatamente, repelido por los pensamientos criminales que brotan de su mujer como radioactividad—. ¡Me haré un collar con sus tripas!

Matilde coloca los ojos en blanco y cae al suelo, convulsionando. Andrés no se acerca a ella hasta que llega la ambulancia.

SordomudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora