—No volveré al Liceo —dice Ignacio a la hora del desayuno, adormilado por el sopor de las pastillas a primera hora en la mañana y con un hambre de diez tiranosaurios.
Andrés lo mira de reojo sorbiendo su té de menta, anticipando una discusión de la que no se podrá librar. Matilde siente un hielo crecer en su pecho, hace días esperaba este momento. Ambos saben lo que dirá a continuación.
—No volveré a ese Liceo de mierda —continúa Ignacio—. Es repugnante. Cada minuto que pasa la población entera me recuerda que soy un bicho raro. Todos los días soy segregado y discriminado. Y a ellos les llaman el futuro de la sociedad...
—¿Y qué harás entonces? —pregunta su madre con el rostro inexpresivo y las manos entrelazadas ante su rostro.
—Me acogeré al plan de mantenimiento para personas con dificultades de aprendizaje, por deficiencia mental o lo primero que salga —dice él, despertando la ira de Andrés.
—¡No serás un vago en esta casa! —grita su padre, rojo de indignación.
—¡Y una puta!
—Hijo —Matilde lo sostiene de los hombros para evitar un altercado—. Sabes cómo funciona nuestra sociedad. Para obtener algo, tienes que dar a cambio. Para exigir tus derechos debes cumplir tus deberes. Es la regla básica. Para acogerte a un plan especial primero debes fallar tres veces a tu plan de estudios, ¡son tres años! Y después someterte a estudios neurológicos extensivos, esos no los puedes fingir. Si quieres un lugar propio para vivir cuando cumplas los diecisiete, tienes que demostrar que lo mereces, por nosotros ojala nos acompañes para siempre pero no podrás aportar en esta casa sin trabajar y la mayoría de las labores exigen una licencia de estudios, aunque te demores diez años en obtenerla.
»Lo que propones es demostrar que eres un idiota que se caga en los pantalones. Incluso con tus cualidades ocultistas es posible que no logres engañar a los especialistas, que se valen de IAs correlacionales de última generación y toman decisiones en comité. Yo misma iré a denunciarte si pretendes seguir en esa línea delictual...
—¿Acaso no merezco vivir en paz? —Ignacio se libera de las manos de su madre, herido y traicionado. Mi propia madre...
—¡Eres un hombre inteligente! —grita Andrés con el rostro crispado—. ¡Eres un hombre con ideas, con imaginación! ¡Eres un puto artista! ¿Quién te va a creer que eres incapaz de valerte por ti mismo?
Ignacio ruge de rabia, empuja la mesa gritando a todo pulmón, haciendo que Andrés se queme el regazo con el té mientras el mueble cae a un lado desparramando el desayuno de todos.
Matilde le da una palmada en rostro con tal fuerza que Ignacio cae de espaldas contra el muro y se golpea en la nuca.
—Llamen a la policía —dice ella sin mirar a ninguno de los hombres en la habitación—. Acabo de golpear a mi propio hijo inválido. Los medicamentos que tomo ya no proveen ninguna seguridad a esta familia. Es tiempo de que me interne y que permanezca allí...
—¡No! —llora Ignacio y abraza a su madre sobre las rodillas—. ¡No lo harás! Soy yo el que está mal, yo soy el violento. Negaré todo, diré que me golpeé contra la mesa. Diré que te defendiste. Mentiré hasta que se me caiga el rostro de vergüenza. ¡Pero no me dejes! El Liceo es un infierno, soñé tanto por este momento, con Carmen, como hiciste tú con papá... Y ahora no tiene sentido. ¡Tiene que haber otra forma!
—Hijo —Andrés lo levanta sosteniéndolo de los codos—. Hay muchas maneras para convertirse en un adulto útil y todas requieren voluntad y algún grado de sacrificio. Yo trabajo en una empresa sanitaria leyendo las etiquetas en los fardos de basura porque soy un adicto a la lectura. ¿Te parece un trabajo adecuado? Es digno y seguro, tenemos casa, comida y vacaciones, pero me aburro como una almeja. Tengo mucho tiempo libre para estar con mi familia. No poseo nada lujoso, pero también sé que nada me falta porque no necesito nada más. Mira tu casa, vivimos como reyes...
—¡Como reyes, mi culo! —gruñe Matilde y Andrés se queda lívido mirándola con la boca abierta. Ella le encara con el ceño fruncido, pero en su rostro hay dibujada una gran sonrisa.
Los tres se abrazan y permanecen así hasta que sienten náuseas.
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Sordomudo
Science FictionSegunda mitad del siglo XXIII. En un mundo en el que la comunicación directa de las mentes a través del tacto es tan normal como respirar, un joven demuestra tener el don más raro de todos: la capacidad de mantener secretos. Sordomudo es una novela...