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¿Destino? —pregunta la IA de vialidad cuando ingresa al paradero de buses.

—Chuchunco tres —dice Ignacio.

Tiempo estimado de espera, cinco minutos. Tiempo estimado de viaje, cuarenta minutos. Buen día.

El bus se detiene ante el paradero exactamente cinco minutos después. Ignacio sube, admirando la diversidad de actitudes del resto de los pasajeros, imbuidos en alguna lectura recreativa, escuchando música o simplemente roncando. La puerta se cierra con un siseo y el bus reinicia su marcha silenciosa. Ignacio se instala en un asiento sin ventana, extiende el respaldo y se duerme casi de inmediato con la música ambiental y el suave vaivén de la máquina sin ruedas.

Despierta con un chirrido en el altavoz de su asiento.

“Chuchunco tres” dice la IA menor del bus indicándole que llegaron a su destino. Ignacio se despereza, mira a su alrededor y nota que está solo en la máquina. Desciende en el paradero, las puertas del bus se cierran a su espalda y el artefacto desaparece detrás de los árboles en la siguiente curva.

El polímero con el mapa dibujado a mano no es de mucha ayuda. ¿Dónde está el norte? La hoja es de las económicas y no tiene conexión a la red local. Decide seguir la única ruta visible por entre medio del parque boscoso, notando con algo de aprehensión que no muy lejos de allí un grupo de gente desnuda está realizando una orgía, gimiendo y gruñendo de placer a la vista de los transeúntes.

En ese momento siente en su calzoncillo la vibración del vífono desechable que le dio su padre esa mañana. Es Carmen.

—Me había olvidado contarte de las orgías —dice ella con el rostro encendido de vergüenza—. Ignóralos, son inofensivos. Sigue por ese mismo camino y te vas a topar con un mapa del parque junto a los trenes del museo. Ve a la salida norte y desde allí mi casa está en el único edificio de la zona, lo verás desde lejos.

—¿Y es normal que estén haciendo eso aquí? —quiere saber Ignacio. Ver una felación en vivo no es algo que se presencie todos los días.

—Siempre están allí y siempre hay alguien fornicando en el parque. Ésta es zona permitida para la mantención de colmenas de placer. En serio Ignacio, ignóralos. No están haciendo nada ilegal.

—Okey —Ignacio devuelve el vífono al bolsillo delantero de su calzoncillo, avergonzado al notar su erección. Intenta pensar en otra cosa mientras sigue las indicaciones de Carmen.

—Encantado de conocerle... señora Peters —dice quince minutos más tarde al ser recibido por la madre de Carmen en la puerta del departamento 702. La mujer lleva una blusa opaca y parece no tener senos.

—¡Qué bien! hacía tiempo que quería conocer al joven que nos hizo mudar hasta acá —dice la mujer con voz rasposa y Carmen, de pie junto a ella, está roja como un tomate—. Puedes llamarme Úrsula. Adelante, siéntete como en tu casa. Hija, ve a servir un vaso de limonada a tu invitado.

Sin decir palabra, Carmen va a la cocina y regresa a los pocos segundos con una bandeja y tres vasos llenos de jugo, que se balancean peligrosamente.

—Cuéntame Ignacio —dice Úrsula, mortalmente seria—, cómo es la vida de un sordomudo por estos días.

Los vasos caen al suelo y Carmen se cubre el rostro avergonzada. Pero su madre no tiene intención de ayudarla. Sigue mirando fijamente a Ignacio en espera de una respuesta.

—Pues... Es como vivir a principios del siglo XXI, creo. Para saber algo debo investigarlo, leer o escuchar... Imaginar. No puedo acudir a ningún grupo enciclopedista para pedir consejo sin obligarlos a relatarme la información, que puede ser extensa; tampoco puedo aceptar o enviar memes. Es un bloqueo absoluto de la capacidad empática del sistema nervioso periférico y central... al menos eso dicen los neurólogos.

—¿Y cuál es el impedimento entonces? Carmen me ha contado que temes por tu futuro.

—¡Mamá! —chilla la aludida, dejando caer los trozos de vidrio que llevaba en las manos, horrorizada. Uno de sus dedos sangra, pero su madre sigue sin moverse.

—Pues... —Ignacio decide que la sinceridad es su mejor arma en una situación como ésta—. Mi proceso de aprendizaje es más lento. También tengo problemas para hacer entender lo que realmente siento o quiero, o incluso lo que pretendo decir con mis palabras. Pero aún soy joven, todavía tengo esperanzas de lograr... abrir mi corazón, si me entiende lo que digo.

—Claro, claro —dice la mujer asintiendo, mirando por primera vez a su hija que llora a raudales sin emitir ningún sonido—. ¿Te ha incomodado el interrogatorio, Ignacio?

—En realidad no, señora Úrsula. Poder decir estas cosas es... liberador, si me entiende lo que digo.

—Claro, claro —comenta ella tomando a su hija de la mano y examinando la herida—. Con Carmencita conversamos mucho. No te voy a ocultar que cuando nació fui una mala madre, con varias demandas por negligencias menores. Pero desde que te conoció, incluso cuando todavía no lograba empatizar, su actitud cambió. Fuiste una excelente influencia y lo sigues siendo. Tus padres deben ser un gran ejemplo. Y pensé que teniéndote cerca, ella podría ser una mejor mujer. Por eso nos mudamos.

Ignacio no siente asombro. Ahora Carmen es incapaz de mirarlo. Pobre, piensa él, tener que soportar esta humillación. Y al mismo tiempo nota algo en la mirada de Úrsula que le recuerda a sus padres y sus artimañas educativas, algo muy parecido a “sígueme el juego”.

—Carmen es la única persona a la que considero mi amiga —dice Ignacio sin pensar en sus palabras. Carmen lo ve a través del muro de lágrimas y se seca con una manga—. Yo... la aprecio mucho.

La sonrisa de alivio en el rostro de Úrsula le da a entender que se trató de una prueba y Carmen aprobó. Tras monitorear los pensamientos de su hija, la deja ir para que se lave el rostro y ponga un adhesivo en la herida, llenándola de instrucciones para cumplir con todas las tareas sin miedo a equivocarse.

La prueba era simple empatía, a la antigua.

—Gracias —susurra Úrsula con tono de alivio apenas se quedan solos—. Sigo siendo una pésima madre, lamento decirlo, pero el grado de resiliencia que desarrolló mi hija me asombra y debo admitir que es gracias a ti. Tiene el potencial para ser lo que quiera ser en el futuro. La empatía es una herramienta poderosa, pero no basta para vivir en el mundo competitivo de los adultos. Yo trabajo con un equipo de gente muy inteligente, pero todos tienen los mismos vicios de comportamiento y ninguno posee rasgos de inteligencia emocional, ni hablar de imaginación creativa. Si los pones ante un mismo problema, todos llegan a la misma solución, calcada...

»Espero no haberte incomodado, joven Ignacio —dice la mujer recuperando su tono indiferente, apenas Carmen regresa a la sala—. A tus nueve años eres todavía un niño, pero me parece que eres más maduro que muchos de los mocosos que rondan por estos barrios y que sueñan con las orgías.

»Debe ser por la introversión, ¿cierto? Tu madurez, a eso me refiero. Gran capacidad de análisis, mínima posibilidad de contaminación por ideas ajenas... ¡Ah! hija, estabas acá. ¿Les sirvo yo esa limonada?

Al salir Úrsula, Carmen sigue lagrimeando. Se sienta junto a Ignacio y entierra el rostro en su pecho. No hablan mucho en lo que resta de la tarde.

Vaya primera impresión.

SordomudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora