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Sentado bajo un árbol en el patio del colegio durante una de sus muchas horas libres, Ignacio nota una mancha en su calzoncillo. Las poluciones nocturnas se han vuelto más frecuentes y Carmen no ha sido de mucha ayuda, con su cuerpo cambiando ante sus ojos, cada día más hermosa.

Guarda en su bolso de cadera el polímero que comenzaba a leer, disponiéndose a ir al baño para lavar la mancha, cuando reconoce un rostro familiar sonriendo desde el lobby.

El hombre está vestido completamente de blanco y calza zapatos negros de cuero lustroso, con el rostro más arrugado y la sonrisa más ancha.

—Buenas tardes, profesor —le saluda Ignacio con la cortesía que merece un hombre de más de cien años—. ¿A qué debo su visita?

—Es obvio para ti que no se trata de una coincidencia, ¿cierto? —sonríe Mobutu y suspira—. Al grano entonces. Desde la última vez que nos vimos, no perdí la esperanza de encontrar una solución a tu problema. Y hace una semana conocí a una persona que te puede ayudar...

¿Problema? Ignacio se prepara para insultar al anciano de la manera más educada posible, cuando ve al otro hombre a pocos pasos de Mobutu, vestido de negro y con una expresión intensa en su rostro nórdico de larga cabellera rubia y ojos que parecen de tiranosaurio.

—Veo que los rodeos no sirven contigo —ríe Mobutu e invita a su acompañante a que se les acerque—. Él es Wojciech, hijo de un gran amigo con quien trabajé en mis años de indagador criminal. Los mejores años de mi vida, debo decir... Wojciech, al igual que su padre, es lo que mitológicamente llamamos insertor.

Ignacio clava la mirada en los ojos de Wojciech, quien le mira sin parpadear. Ambos, como si pensaran en lo mismo, extienden la mano derecha y se aferran con fuerza. Hay algo en su mirada, en la tensión de su boca, que hace que Ignacio tiemble con la anticipación de un cambio abrupto. Hoy podría ser el día...

—Como te imaginarás, esto que te estoy diciendo es un secreto a voces y preferiría que se mantuviera así, he roto demasiadas reglas hoy para hacer posible este encuentro. El joven Wojciech se mostró muy ansioso por conocerte y comprobar si eres tan inescrutable como le relaté a él y otros colegas. Un indagador puede verlo todo en la mente de su... está bien, víctima. Pero el insertor en cambio es capaz de modificar los pensamientos en la mente de un sujeto y puede abrir puertas donde un indagador sólo puede ingresar luego de muchas horas de trabajo, borrar o colocar nuevos pensamientos, recuerdos... en fin... ¿Wojciech?

Mobutu se percata que Ignacio y Wojciech siguen tomados de la mano, mirándose fijamente. Ignacio está sereno mientras que Wojciech ha comenzado a sudar y temblar visiblemente.

—Amigo Wojciech, quizá deba tomárselo con calma, mejor nos sentamos y... ¡Ayeeeeeee!

Mobutu toma al hombre de negro por el hombro, sus ojos abiertos al máximo cuando emite el alarido aterrador. Cae de espaldas apretándose el pecho con ambas manos.

Ahora Wojciech tiembla de pies a cabeza y de su boca emergen burbujas y un ronco gruñido.

Algunos profesores acuden al lobby alertados por el grito del anciano. El profesor de historia toca a Mobutu en el cuello para sentir su pulso y se aleja como si hubiera vivido mil años en el infierno, llorando de espanto. Otros profesores se acercan a la pareja para prestarles ayuda.

—¡No lo toquen! —grita Ignacio—. Es un insertor... pero pase lo que pase no lo toquen.

Los profesores observan con ojos desorbitados. El encargado de matemáticas sale corriendo, mientras el resto mira incrédulo el espectáculo. ¿Un insertor en su escuela? ¿Los insertores existen?

Wojciech a pesar de sus temblores, extrae un pequeño objeto plateado del bolsillo de su chaqueta. Ignacio reconoce lo que es y comienza a forcejear para soltarse, gritando.

—¡Ayudaaaa!

Empuja, tira, patea al hombre en las canillas y la entrepierna...

Wojciech acerca lentamente el escalpelo a la mano de Ignacio y realiza una larga incisión desde el antebrazo hasta la muñeca con un solo corte preciso. Los gritos del joven atraen a todo el colegio cuando el hombre de negro deja caer el instrumento filoso y literalmente escarba con su mano izquierda en la herida de Ignacio, buscando el nervio cubital.

Ignacio se desmaya presa del dolor y queda colgando de la mano de su torturador, bañando con su propia sangre.

A los pocos segundos regresa el encargado de matemáticas al trote, portando una pistola con dardos de las que usan en el electivo de cacería. Se acerca a Wojciech hasta quedar a menos de un metro, apunta a la nalga izquierda y dispara.

El hombre de negro deja de temblar, suelta su presa y cae de bruces fracturándose la mandíbula contra el suelo. Nadie se acerca para ayudarle, ni siquiera los paramédicos cuando entregan los primeros auxilios a Ignacio.

Mobutu está muerto. Tampoco nadie se atreve a tocarlo. En su rostro sigue grabada la expresión de dolor y espanto de sus últimos segundos con vida.

A pocos minutos del incidente, un automóvil de vidrios espejados desciende en pleno patio del colegio y a la vista de todos. Dos mujeres vestidas igualmente de negro salen sin decir palabra, toman a Wojciech de los brazos usando guantes plateados y lo arrastran sin ceremonia hasta el vehículo, que despega cuando todavía no se han cerrado sus puertas.

SordomudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora