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El lugar es una casa de locos. Para trabajar allí Piscis más algunos voluntarios y practicantes efímeros, deben tener aptitudes de Indagador sin serlo realmente y un largo entrenamiento en las técnicas del Ocultismo, más una marcada vocación de ayuda por los menos afortunados y diez años dedicados al estudio intensivo de la mente y el comportamiento humanos.

Esa primera noche en la Clínica, Piscis relató la historia de su antiguo ayudante sordomudo que actualmente opera como embajador en algún remoto planeta del Imperio. Su nombre es Gustav y a diferencia de Ignacio, podía emitir algunos impulsos con el tacto, que lamentablemente no eran el tipo de pensamientos que una persona quiere compartir.

La propia Piscis tuvo un hermano que enloqueció en la adolescencia, cuando ella era aún una niña. Desde entonces convivió con el sufrimiento familiar ante la bipolaridad de un ser querido, desarrollando aptitudes de trato con el enfermo mental a temprana edad. Eso marcó su vocación para siempre.

De los enfermeros no supo gran cosa y aún hoy no sabe mucho más de ellos, aparte que son pareja. Apenas hablan para decir “hola” y “hasta mañana”. Piscis los llama King y Kong indistintamente sin causar ninguna pizca de ira en ellos.

Su primera tarea como el empleado más joven del establecimiento es la limpieza, con lo que ha hecho muy feliz a King, o Kong... da lo mismo.

Tiene prohibido tocar a los enfermos, aunque eso no causase ningún efecto positivo ni negativo. Y si alguno de los internos intentara tocarle o hablarle, debe ignorarlo.

El establecimiento es mixto y hombres y mujeres duermen en sectores separados. Se les suministran supresores de la libido en los alimentos junto con el cóctel de medicamentos para alivianar sus atribuladas mentes. El lugar es tan pacífico y el trabajo es tan tranquilo que llega a ser aburrido.

En el sector mixto del edificio hay una habitación que permanece la mayor parte del tiempo cerrada, monitoreada por una IA médica capaz de tomar decisiones en nanosegundos que pueden significar la diferencia entre la vida o la muerte. Carmen está allí. Aunque no está loca, pertenece al desafortunado grupo de accidentados con secuelas cerebrales que requieren monitoreo constante. Aún no despierta del coma y los implantes neuronales llevan poco tiempo en su dañado cerebro. Podría demorar años en desarrollar nuevas conexiones sinápticas y existe una alta probabilidad que jamás vuelva a ser ella misma.

Ignacio pasa por fuera de esa puerta muchas veces todos los días. Y antes de marcharse cada mañana de vuelta al departamento, toca la puerta con una mano y dice “nos vemos mañana” a una Carmen imaginaria, sentada en su cama con una bella sonrisa en su cara sin cicatrices y un vaso de limonada entre las manos.

SordomudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora