Sordomudo

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Transcurridos tres años en el Centro sin encontrar su voz empática, tiempo suficiente para haber curado su problema según los estándares del Ministerio, los padres de Ignacio exigieron su derecho de ingresarlo en el colegio normal correspondiente a su zona de residencia, obligando por ley al establecimiento a tomar las medidas necesarias para asegurar su aprendizaje.

Cuando al fin llegó ese ansiado primer día en el colegio, Carmen le esperaba en la puerta, radiante y feliz. Como por arte de magia se mudó con su madre dentro del radio de influencia del mismo colegio y desde entonces son inseparables.

Hoy están en el patio durante el recreo de media tarde, el primer mes de su tercer año en el colegio, hablando de cualquier cosa con otros chicos que se mueren de ganas por mejorar su capacidad discursiva.

—Me gustaría saber qué estás pensando —dice Carmen de pie a su lado, vestida con una enagua semi transparente que le pone siempre muy nervioso. El grupo que oyera atentamente su relato ahora está enfrascado en algún pensamiento grupal, con las cabezas pegadas, formando un círculo variopinto de delantales, calzones y calzoncillos de todos los colores del arcoíris.

—Anda, no te quedes fuera —indica Ignacio apuntando al grupo.

—Naaah... Están redescubriendo la pólvora. Me aburren... No me gusta revolver lo que sé con lo que otros creen saber. Es como lo que dicen de las colmenas, te pierdes ahí dentro y cuando sales eres una especie de zángano que sabe y piensa lo mismo que el zángano de al lado... incapaz de distinguirte del otro ni de tener una idea original. Por suerte no hay ningún insertor en potencia entre estos niñatos o hace tiempo que habríamos terminado fundidos...

Ignacio asiente y parpadea muy interesado, aunque no tiene idea qué es lo que Carmen le acaba de decir. Ver su belleza y su cuerpo en desarrollo debajo de esa enagua delicada y femenina le hace soñar con el futuro.