Cap. 19

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Sin usar ese término.

Los mensajes de texto se hacían constantes, las llamadas en las madrugadas nuestro pasatiempo, éramos como un par de novios, (claro, sin usar ese término).

Mensaje de Gustavo:

[11:06 p.m.] Gustavo: ¿Estás allí?

[11:08 p.m.] Miranda: ¡Sí!

[11:10 p.m.] Gustavo: ¿Ya pensaste qué haremos para celebrar tu cumpleaños?

[11:15 p.m.] Miranda: La verdad había planeado algo.

[11:20 p.m.] Gustavo: ¿Y puedo saber qué es eso que planeaste sin mí?

Me ponía nerviosa el hecho de no haberlo incluido en mis planes, pero como le había dicho a Will, quería una celebración muy familiar. Tarde unos minutos en responderle, mientras trataba de resolver lo qué le diría.

[11:25 p.m.] Miranda: Pasare el día con mis padres y Will...

Sonaba sencillo...

[11:25 p.m.] Gustavo: Veo que no soy indispensable para tan importante celebración.

Aunque eran solo palabras escritas la resequedad y la esquivez eran palpable.

[11:25 p.m.] Miranda: ¿Qué tal si vienes a verme? 

[11:27 p.m.] Gustavo: ¿Con qué motivo?  

[11:27 p.m.] Miranda: ¿Tiene que haber un motivo? solo quiero que sepas que sí eres indispensable, y que puedo cambiar de opinión. Faltan cuatro días para eso.

Gustavo no respondió mi último mensaje de texto así que di la conversación por terminada, me eche a la cama y me arrope hasta cubrirme toda... Tenía los pies fríos, tan fríos que sentía como esa sensación gélida recorría todo mi cuerpo hasta llegar a mi pecho, me imagine que después de aquel desaire estaría sin saber de él por una o dos semanas al menos. Trataba de quedarme dormida de una vez, pero solo conseguía revolver las sabanas, me levante de la cama y camine hacia la ventana para correr las cortinas, las luces adyacentes invadían toda la habitación dejando manchadas las paredes con la esencia colorida de la ciudad, me encontraba parada justo al frente del cristal de la ventana y algunas luces también teñían mi piel. Me gire para visualizar la hora en el reloj despertador que se encontraba en la mesa de noche; marcaba las doce y quince.

Entre las sabanas el débil resplandor de la pantalla del celular me hizo dar un salto hasta la cama; tenía una llamada entrante de Gustavo. Atendí la llama con un gesto cauteloso — ¿podrías abrirme la puerta?— pregunto con un tono de voz autoritario —. Creo que deje mis llaves dentro.

Me tomo solo un minuto abrir la puerta, él entro y detrás de mí la cerré de nuevo, me recosté del mueble que se encontraba cerca de la entrada y lo observe por un segundo, pues aún me parecía tan extraño que no sintiera miedo de entrar a mi casa a la hora que fuera y cuando quisiera.

— Pensé que no vendrías — dije mientras me acercaba — no conseguía quedarme dormida después de que dejaste de responder.

— Estoy algo disgustado.

Ladeé la cabeza y deje escapar una risita nerviosa. Aquel disgusto no era más que un asunto fingido. Estaba parado frente a mí con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Parecía que había acabado de levantarse de la cama: tomo una sudadera y los primeros jeans que se le atravesaron. Su cabello estaba desordenado, era un desastre total, era evidente que había salido de prisa para venir a verme.

— Si has venido aquí es porque quieres que te haga cambiar de opinión ¿verdad? — me acerque un poco más. Coloque mi mano en su nuca y lo atraje hacia mí para rozar sus labios con los míos.

Todo el apartamento estaba a oscuras, las luces de afuera apenas tocaban los cristales de las ventanas. Difícilmente conseguíamos vernos a los ojos, éramos tan invisible pero vulnerables. Él coloco sus fuertes manos en mi cintura y apretó con firmeza, a lo que mi cuerpo respondió con un sobresalto.

— No deberíamos estar aquí — mis labios se movían con dificulta contra los suyos.

Caminamos hasta mi habitación como gatos en una casa desconocida en plena madrugada. Nuestros cuerpos estaban tan juntos que podía sentir su corazón latir desbocado contra mi pecho. Sus ansiosos brazos me cargaron hasta dejarme caer en la cama y luego todo él se dejó caer sobre mí, su boca invadió la mía y cuando me preparaba para algo más, él se detuvo. Se extendió a mi lago y guardo silencio mientras me observaba. Con la respiración aun agitada me senté a su lado — ¿qué sucede? — le pregunte tomándolo de la mano —. ¿Está todo bien?

— ¡Sí! es solo que me gusta mirarte...— se quedó pensativo como rememorando el motivo por el cual había ido — ¿Miranda?

— ¡¿Sí?!

— Llevamos un tiempo en esto, ¿no?

— Así es — respondí un poco nerviosa mientas buscaba su mirada —. ¿Pasa algo Gustavo?

— Sí... no sé. Miranda, yo nunca había estado en éstas condiciones. Estas dos últimas semanas contigo han sido muy arriesgadas. Vengo aquí y entro de madrugada sin que nada me importe...

— Ya sé lo que vas a decir — lo interrumpí—. Y no estoy de acuerdo.

Ni siquiera quería que terminara de hablar. Quería abrazarme a él y que olvidara lo que estaba por decir.

— Miranda, no es lo que estás pensando, solo quiero que sepas que a pesar de todo, contigo la paso muy bien, que a pesar del poco tiempo que hemos estado sosteniendo esto, qué no sé lo es, quiero ser algo más para ti.





Mi pequeño acto de rebeldía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora