Cap. 25

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Consecuencias.

Nunca me había sentido más pequeña he insignificante como aquel día, el salón de clases se sentía monumental, las paredes parecían estar cayendo a mi alrededor. Solo quería salir de allí para estar completamente sola. En lugar de eso y aumentando mi desesperanza por mi mente pasaba el recordatorio de ir a casa para hacer los preparativos del viajes.

¡Ya no quiero ninguna celebración!

Ver al profesor y a los miserables compañeros de clase aumentaba mi temperatura corporal, era sin duda el día más caluroso de la semana, y las charlas "educativas" solo me causaban ganas de cortarme las venas.

Si me corto las venas me desangrare lentamente, tan lento que me dará tiempo de quedarme hasta la última clase. Prefiero un disparo, sí, así no tengo que oír la charla ni asistir a mi celebración de cumpleaños.

Miraba por la ventana mientras en mi mente reproducía la famosa melodía de Mozart, Requiem, para acompañar mi tortura.

« La desigualdad social no es algo que ha existido siempre, aunque hay un particular interés en hacerle creer a toda la sociedad que la pobreza, el desempleo, la desigualdad, la escasez son elementos que han existido siempre y que son eternos e inmutables, por lo que todos debemos adaptarnos pasivamente a ello y no intentar cambiar la realidad que nos rodea »

BLA, BLA, BLA...

***

Después de conducir 10 kilómetro hasta la casa de nuestros padres la tensión en mi cuello aumentaba. Gustavo iba en el auto con Will mientras que yo iba con mi padre y Novali. No era un viaje del cual uno pudiera quejarse, y menos sabiendo que llegaría a un lugar tan reconfortante como la casa donde crecí. Mi padre y yo nos bajamos del auto primero, iba tomada de su brazo y mirando todo a mí al rededor, sin duda mi madre cuidaba muy bien de la casa, es decir, hacia cuidar bien de la casa. Gustavo y Will llegaron unos minutos después. Espere con mi padre junto a la puerta hasta que se acercaran, la cara de Gustavo era de admiración.

— ¿Es linda mi casa, no? — en el rostro de mi padre se reflejaba una sonrisa de orgullo.

— ¡Por supuesto Jeremías! al igual que su hija — Gustavo dio una palmadita en el hombre de mi padre y entro a la casa.

¡¿Cómo se le ocurre?!

— ¿Este chico no se estará tomando algún tipo de confianza contigo verdad, Miranda?

— ¿De qué hablas papá? ¡Por supuesto que no! — dije apresurando mi paso para entrar antes a la casa.

Balbuceando tonterías me acerque a Gustavo que merodeaba por toda la casa, observando cada detalle — ¿así que aquí creciste? — preguntaba mientras se encontraba a mi lado cruzado de bazos.

— ¿Quieres ver el resto de la casa?

— ¡Por supuesto!

— Ésta casa cuenta con un amplio salón muy luminoso, despacho o zona de estar, comedor independiente, aseo de cortesía, armario gabanero, zona de dormitorios: tres dormitorios cada uno con su baño en suite, dormitorio principal con gran vestidor y baño en suite con bañera y ducha, cocina-office de gran tamaño con bajada a planta sótano, que por cierto es muy luminoso y tiene enormes ventanales.

— ¿Estas tratando de venderme tu casa? — Gustavo tenía una sonrisa amplia como de fascinación.

— ¡No! — dije golpeando su brazo, apenada por su mirada que no se apartaba de mi — ¿Quieres ir a ver la planta sótano?

Afirmo con la cabeza y mientras que nadie nos prestaba atención lo tome de la mano. Nos dirigimos a la cocina y seguimos hasta las escaleras — acá tenemos una zona diáfana de juegos, dormitorio y baño de invitados, zona de lavado, dormitorio y baño de servicio, salida al tendedero exterior y acceso al jardín, despensa y garaje para dos coches...

— Y... ¿yo estaré confinado a dormir en el cuarto de visitas? tan lejos de ti...

— Es lo más prudente.

— Prudente no es una palabra que me guste— acercándose hizo que me recostara de la pared y empezó a besarme por el cuello —. me encantan estas escaleras, las paredes negras hacen lucir aún más brillante tu piel, muero por hacerte mía aquí. Ven ésta noche, te esperare justo a las doce pare desearte un feliz cumpleaños. Quiero ser el primero.

Sus palabras se deslizaban hasta mis oídos dejándome un cosquilleo burbujeante en la sangre, sus dedos se movían entre mi cabello conquistando toda mi paz, ya casi no sentía tanta tensión, pero eso no duraría mucho tiempo. La voz de mi hermano retumbo por toda la casa, era como un ser vivo que venía bajando por las escaleras hasta llegar a nosotros.

— ¡Miranda!

Subí las escaleras tan rápido que en el primer escalón tropecé cayendo de rodillas al suelo, Gustavo subió para levantarme — ¿te has hecho daño? — pregunto. Negué con la cabeza y me levante de inmediato, mi corazón quería escapar por mi boca. Will apareció en la cocina nos observó inquieto y luego se retiró diciendo que necesitaba ayuda con el equipaje.

— Por si no lo has notado, Will ya lo sabe todo.

— Me hubiese dicho algo cariño.

Mis ojos quedaron en blanco y no me quedo de otra que salir de la cocina para ayudar a mi hermano, no quería reprocharle, pues yo era tan culpable como él.

Antes de dejarlo atrás me tomo de la mano para recordarme que me esperaría en las escaleras justo a las doce. Pero no todo era tan fácil como sonaba. Después del reposo, la cena y la ducha, todo en aquel orden, nos reunimos en la sala de estar. Íbamos vestidos casualmente de una manera muy cómoda y con tonos claros en la ropa. Mi madre se encontraba haciendo algunas llamada y mi padre conversaba con nosotros. Aquella reunión se extendió aproximadamente hasta las once de la noche, a Gustavo se le escapo una mirada recordadora, pero yo estaba pensando seriamente si me arriesgaría tanto.

En cuanto mi madre término de hablar por teléfono dejo de mirar la pequeña libreta que llevaba en las piernas y observo a Gustavo — Cariño, ¿ya te mostraron el lugar donde pasaras la noche? — sus gafas de media luna reposaban casi en la punta de su nariz. En aquel momento lucia tan cordial y maternal, me hacía preguntar qué sucedería si se llegara a enterar.

Agite la cabeza para deshacerme de aquel pensamiento y seguí conversando con ellos.

¡Qué momento tan placentero!

Justo a las doce todos nos despedimos con una sonrisa y la promesa de que mañana sería un gran día. Mi madre y mi padre me acompañaron hasta mi antigua habitación como si aún tuviese seis años, besaron mi frente, me dieron un abrazo y me desearon una excelente noche. Me sentí tan querida. Una vez recostada en mi cama y dispuesta a dormí de una vez para callar las voces en mi cabeza, mi celular sonó, era Gustavo (obviamente). En el mensaje no hacía más que recordarme que estaba esperándome y que empezaba a cazarse, pero no quería saber nada más de nadie ese día, incluso de él. Apague mi celular me arrope hasta la cabeza y cerré los ojos con fuerza, como cuando tenía seis años y me encontraba muy asustada.

Mi pequeño acto de rebeldía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora