Capítulo diecisiete.

22 9 0
                                    

   La multitud estaba conglomerada afuera del castillo real. Los guardias llegaron en masas para tratar de calmar la situación, los voceros explicaron de que trataba todo aquello y dejaron pasar a Dan y Fernanda para poder hablar con la reina. Ella esperaba sentada en su trono, a su lado estaba Erick, de pie sirviéndole comida en la boca, parecía una niña caprichosa, a pesar de tener ya veinte años.

— ¡Ustedes! — Apuntó a la pareja—  díganme, ¿qué es lo que quieren?, ¿Qué les y por aquí?

—Majestad, lo que pedimos nosotros, no solo los dos, sino que las aproximadamente treinta personas más que esperan allá afuera, es comida, o algo de oro, estamos muriéndonos prácticamente.

—El reino está pasando por una crisis económica, no podemos hacer mucho en este estado por el cual estamos pasando no es un buen momento para pedir cosas así.

—¡Que chiste!, ¿no es así?, mientras tú te revuelves en lujos y cosas innecesarias, tú, chica descarada y malcriada gozas de todo eso,  el pueblo se muere de hambre, y no haces nada al respecto, ¿así te haces llamar reina de Ebius?

—¡Oye!, ¿Quién te crees que eres para hablar de esa forma?

—Yo fui un gran soldado que por buena suerte mía, presté servicios para su padre, puedo tratarte como quiera.

—Risellote, deberíamos ayudarles— interrumpió Erick.

—Que bondadoso de tu parte, sirviente, pero no eres tú quien reina aquí, ¿o sí?

—Entonces mi reina, ¿Qué es lo que hará?— Dan volvió a llamar la atención de la princesa.

—¿Me hablas suave y educadamente ahora que me pides el favor?, ¿Dónde está tu sermón de un buen reinado?, no eres quién para tratarme así.

—Yo te trataré como quiera y...

—No sigas, no podemos negociar y discutir, no llegaremos a ninguna parte.

—Oh, mira, ¿es tu esposa?, por fin alguien que piensa, ahora retírense.

—No nos iremos— replicó Dan— ayúdanos, y no lo estoy pidiendo, ¡ayúdanos por la cresta!, reina de mierda.

—Pero que insolente, ¡guardias!, decapítenlo aquí mismo, frente a mí o talvez sea mejor frente a todos los que afuera estén.

—Reina, ¡no!, no haga eso.

—¡No!, a mi esposo no por favor.

—Haz lo que quieras pequeña engreída, pero ayuda a la gente que necesita comida ahí afuera.

—Vete a la mierda, insolente, decapítenlo ahora y se quemarán la cabeza para advertir a los demás.

Aquella acción asustó al grupo que esperaba ansioso afuera, y se retiró inmediatamente.

La mujer lloraba frente al cuerpo sin cabeza de su esposo.

—Me las pagarás, niña mal educada, me las pagarás—decía iracunda Fernanda.

—No tengo nada que pagarte, es más, muérete de hambre, quítale lo que le queda de armadura a tu esposo, y te llevas la espada, además ve el lado positivo, la armadura quedó con un hermoso color carmesí que combina con tu cabello.

—Mi reina, fuiste muy cruel...—comentó el sirviente.

—Tú, cállate y vete de aquí.

— Como ordene, señora, pido disculpas, quise decir señorita.

—Guardias, sáquenla de aquí.

Así fue, los guardias llevaron a la mujer hasta la salida, y allí le esperaba un chico, era el sirviente.

—¿Qué haces aquí malnacido?

—Vine a ayudarte.

—No quiero tu ayuda, déjame en paz.

El chico mostró una gran bolsa.

—Está llena de oro, les servirá a todos, y...

—Y, ¿qué?

—Perdone a la princesa, ella ha pasado por...

—Lo siento, no puedo prometerte eso, mi esposo... era una gran persona, solo quería el bien para los demás, y ella lo asesinó.

—Compréndela, ella está a la defensiva siempre, porque ya la han querido asesinar varias veces.

—Eso no es excusa, mi esposo nunca tuvo esa intención, pero, gracias, a comparación de esa chica, a pesar que ambos se parecen... demasiado para ser sincera, tú, tú, eres una gran persona, no sabes cuánto agradezco, te estimaré por siempre, pero lamentablemente tendré un gran odio hacia esa chica, me retiro ahora.

—Vaya en paz, señorita y debería descansar.

Ambos se despidieron y se fueron por caminos distintos.

Conflicto de los reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora