Capítulo 23.

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Dipper

  No abrí los ojos, ni siquiera cuando todo a mi alrededor estuvo en completo silencio, ni siquiera cuando oí pasos detrás acercándose a mí. Ni cuando Bill rió a un lado.

—No te visité en la mindscape y a ti no te importó, y asumí que eras tú el culpable de mis inesperadas muertes.

  Lentamente abrí los ojos y lo primero que hice fue observar donde se suponía estaría el anterior Bill, el que murió envenenado por ese maldito vino. Para mi suerte, allí no había nada más que una elegante alfombra y una chimenea con las llamas extintas. Ni siquiera era capaz de girarme a ver a Bill, sólo podría ver al Bill que se retorció y ahogó hasta morir frente a la fría mirada de mi otro yo.

—No sería capaz de matarte.

—Me sorprende que digas eso luego de ver a Mason del siglo XIX.

  Sentí su delicado agarre en mis caderas y me giré hacia él, colocando mis manos sobre sus brazos. Debió causarle gracia la expresión en mi rostro, porque rió y dejó un beso en mi pómulo izquierdo.

—Tranquilo, sé que este Dipper no es capaz de lastimarme —dudó un momento y sin borrar su sonrisa agregó:—... físicamente, claro.

  Sonreí sin poder evitarlo, y apoyé mi frente en su hombro.

—Dijiste que esto, aquí, es un sueño, ¿verdad? —susurré, sin querer separarme de él— ¿Por qué todavía no se transformó en una pesadilla?

  Me tomó de los hombros y nos separamos, y sólo pude concentrarme en su amplia sonrisa.

—La vez anterior no sabía que estabas dormido. Es todo lo que diré.

  Sólo me bastó asentir ligeramente con la cabeza para dejar claro que esa respuesta era todo lo que necesitaba. Me tomó de la mano y me guió hasta quedar frente a la chimenea de ese extraño lugar.

  Estuvimos tonteando y riendo durante bastante tiempo, sentados en el piso uno frente al otro, sin soltarnos las manos. Esperaba recordar todo luego de despertar, y que no recordase sólo fragmentos como con los sueños, eso estropearía todo. No quería olvidar momentos como estos, donde éramos sólo nosotros y nadie más.

—Bill —dije en un momento que nos quedamos en silencio, cuando él recostó su cabeza en mis piernas y yo no hice más que apoyar las manos sobre la alfombra—. Estuve pensando y —desde de mis piernas, guardó silencio y esperó que continuase—...dijiste que te habías rendido conmigo. Ahora sé por qué, pero no creo que estés aquí si te hubieras rendido realmente.

  Me miró, y pude ver perfectamente su sonrisa.

—Sé que la última vez no me mataste, Pino —lo dijo con tanta normalidad que parecía no ser la primera vez que hablaba de algo así conmigo—. Podré no haber estado... muy bien aquella noche, pero sé que no fuiste tú.

  Se levantó y, aún sentado, se giró hacia mí con los brazos extendidos, como si estuviese invitándome a abrazarlo. Me acerqué para hacerlo y no le costó nada acostarse en el piso conmigo atrapado entre sus brazos. Sólo reí, y no me negué a quedarme en esa posición con él, con lo que había extrañado ese tipo de gestos no iba a desaprovechar.

  Me divertía la forma en la que podía estar diciéndome hijo de puta en un momento y al otro abrazarme y besarme como si nada hubiese pasado, pero me alegraba de cierta forma, lo sentía como si nada hubiera cambiado, como si nuestro amor aún siguiera allí con nosotros. Y con ese pensamiento rondando mi mente, dejé que me abrazara todo lo que quisiera y, en silencio, lo miré con una leve sonrisa. Su rostro poco a poco fue tiñéndose de rojo, hasta que reí y lo soltó:

—¿Qué?

  Parecía molesto, su tono de voz lo decía, pero nadie podría creer eso jamás si sus mejillas y orejas le hacían parecer un gran tomate. Llevé mi mano derecha hasta su rostro, notando la calidez que desprendía su piel, sin quitar mi sonrisa en ningún momento.

—No creo que seas capaz de entender lo mucho que te amo —dije justo antes de plantarle un beso de piquito en los labios—. No importa lo que ese Dipper te haya hecho, porque yo jamás te haría algo así.

  Él sonrió ampliamente, y luego de unos segundos en los que yo iba a hablar de nuevo, me abrazó por la cintura y me acercó para poderme llenar de besos.

—Pequeño idiota, eres tú quien no entiende —reímos en voz baja, como si aquella mansión -que parecía un maldito castillo- estuviera llena de gente otra vez y no quisiéramos que nadie nos escuchase. Luego le miré divertido, preparado para soltar alguna tontería—. He pasado siglos amándote, ¿quieres competir contra eso? Já.

  Coloqué ambas manos en sus mejillas, haciendo que de nuevo nos mirásemos sin decir palabra alguna durante algunos segundos. No podría explicar la felicidad que sentí al ver ese hermoso brillo en sus ojos, ese que estuvo presente la primera vez que dije que lo amaba, también cuando nos reconciliamos con una simple sonrisa, ese brillo que me hacia sentir que era verdad, que su amor por mí seguía ahí, latiendo con cada cosa que pasara entre nosotros.

  Yo podía asegurar que sin duda, amaba a un demonio desquiciado y que él me amaba también.

—o—

—o—

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MindScape •BillDip•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora