La ceremonia empezó al amanecer y se prolongó hasta el ocaso. Fue un día interminable de borracheras, festines y trifulcas. Entre los palacios de hierba se había erigido una gran tribuna de tierra y allí estaba Narcisa, sentada junto al rey Anton Corbin, que miraba de manera radiante a todos los invitados (sus soldados, consejeros y los pobladores de Orion). Narcisa nunca había visto tanta gente junta ni cuando habia contraido matrimonio con Lucius, ni personas tan extrañas y aterradoras. Tanto hombres como mujeres vestían chalecos de cuero pintado sobre el pecho desnudo, y calzones de crin sujetos con cinturones de
bronce; y los guerreros se aceitaban las largas trenzas con grasa derretida. Se atiborraban de carne de caballo asada con miel y chiles, bebían leche fermentada de yegua y los excelentes vinos del reino, todos bebían hasta embriagarse por completo, y se intercambiaban bromas y puyas por encima de las hogueras con unas voces que a los oídos Narcisa sonaban ásperas y extrañas. Draco como su hijo ocupaba un lugar bajo ella, y estaba impresionante con una túnica nueva de lana negra que lucía un dragón escarlata sobre el pecho, el rey Corbin había mandado a traer los mejores ropajes para Narcisa y para quien acompañaban, Hermione y Pansy estaban sentadas junto a él ambas con vestidos de seda color azul cielo, con un cinturón de plata a la cintura y sus cabellos recogidos en largas trenzas que habían sido adornadas con pasadores con perlas. El puesto que se les había asignado por ser las damas de honor de la mujer. Narcisa jamás se había sentido tan sola como allí, sentada en medio de aquella vasta horda de desconocidos. Si bien ella había aceptado el matrimonio con el rey Corbin sentía algo de miedo. Pansy le había recomendado que sonriera, así que sonrió hasta que le dolieron los músculos de la cara y las lágrimas le asomaron a los ojos. Los esclavos ponían ante ella trozos de carne humeante, gruesas salchichas asadas y empanadas, y más tarde frutas, compota de hierba dulce y delicados pastelillos de las cocinas de Castle Orion, pero ella lo rechazaba todo. Tenía el estómago del revés, el anciano rey Corbin sonreía a su lado encantado gritando órdenes y chanzas a sus soldados, y se reía con sus respuestas. Cuando el sol estuvo por fin muy bajo en el horizonte, Anton Corbin dio unas
palmadas; los tambores, los festines y los gritos se interrumpieron al instante. Corbin se levantó e hizo ponerse en pie junto a él a Narcisa.
- Es el momento de que se haga entrega de los regalos de boda- dijo Corbin a Narcisa, la mujer vio como comenzaban a ponerse de pie los invitados poco a poco.-Es una nadería, su majestad -se disculpó Ser Ferrell el comandante del ejercito de lord Corbin por su regalo-, pero un pobre hombre como yo no puede permitirse más- Añadió mientras ponía ante ella un pequeño montón de libros antiguos.
Eran historias y canciones de los Reinos, Narcisa le dio las gracias de todo corazón pues ella amaba leer. Ser Cardellini el consejero dio una orden, y cuatro esclavos corpulentos se adelantaron
portando un gran cofre de cedro con adornos de bronce. Al abrirlo descubrió los mejores terciopelos y damascos que se podían encontrar en el reino.
Los jinetes del rey Corbin le presentaron las tres armas tradicionales, y eran
sin duda magníficas. Haggo le ofreció un gran látigo de cuero con empuñadura de plata,
Cohollo una espada magnífica con engastes de oro, y Qotho un arco largo, más alto que ella. El consejero le había enseñado la fórmula tradicional para rechazar aquellos obsequios.-Es un regalo digno de un gran guerrero, y yo soy una simple mujer. Que los reciba en mi lugar mi señor esposo dijo Narcisa.
-un anciano como yo que esta a las puertas de la muerte no podrá hacer nada con estos hermosos obsequios, por lo tanto dadcelo a mi futuro heredero Draco Black- el rubio se sorprendió por lo dicho por el anciano y sé lo agradeció felizmente de manera que Draco también tuvo «regalos de novia».
Otros soldados le entregaron también obsequios sin fin: chinelas, joyas, anillos de
plata para el cabello, cinturones de medallones, chalecos teñidos, suaves pieles, sedas, frascos de perfumes, prendedores, plumas, diminutas botellitas de cristal púrpura y una túnica tejida con las pieles de un millar de ratones.
-Un regalo principesco, lady -dijo el consejero acerca de esto último cuando le contaron de qué se trataba-. Trae buena suerte- Narcisa miro la túnica aunque no pudo negar que era muy linda jamas usaría aquella cosa hecha de ratones. Los regalos se apilaban en torno a ella en grandes montones, más de los que podía imaginar, más de los que quería o tendría tiempo de usar en toda su vida. Y, por último, Anton Corbin ordeno que llevaran ante ella su presente. Un susurro expectante se inició en el centro de la multitud. Era una yegua joven, briosa y espléndida. Narcisa sabía de caballos pero aquel animal era realmente impresionante. Era gris como el mar del invierno, con crines que parecían humo plateado. Extendió el brazo con gesto titubeante para acariciar el cuello del animal, pasó los dedos por la plata de sus crines.
ESTÁS LEYENDO
Juegos de guerra I: Kingdom Of Wisdom
AléatoireLos años no pasa en vano, las cosas jamás son como las imaginamos y menos aun como las planeamos. Voldemort había muerto y sus seguidores se encontraban en Azcaban, la paz por fin reinaba en el mundo mágico y todos pensaban que al fin el mal se hab...