Capítulo 3.

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Paula despertó a Álvaro, este se despertó sobresaltado, asustado. Cogió rápidamente el teléfono, sin dirigirnos la palabra a ninguna. 

-Mierda. Mierda.-dijo leyendo atento su teléfono.

Repetía lo mismo muy rápido.

-Pero, Álvaro, ¿qué ha pasado?-le preguntó Paula preocupada.

-Mi hermano, joder.-dijo empezando a llorar.

Tiró el teléfono en la mesilla del comedor, con rabia, con dolor. Se tapó la cara con sus manos, lloraba cada vez más fuerte, cada vez con más dolor. Cada vez con más desconsuelo. Paula rápidamente le abrazó. Yo me uní al abrazo.

-¿Qué ha pasado?-pregunté cuando lo vi algo más calmado.

-Han matado a mi hermano.-dijo secándose las lágrimas que brotaban de sus ojos.

-¿Qué?-dijo Paula sorprendida.

-En la calle, un grupo de mal nacidos. Ya llevaban tiempo increpándole. Era solo un niño, tenía tan solo 14 años.-dijo entre lágrimas.-Le han matado por ser quién era.

-¿Quién era?-pregunté.

-Un chico, era un chico, Malú. Al resto nunca le pareció bien que lo fuera, sufrió bullying en la escuela, ahora, parecía que en el instituto ya estaba adaptado, que le aceptaban. Pero esos... los del colegio... Le han matado mientras volvía a casa, venía de las pistas de atletismo, lo mataron delante de casa, Malú.-dijo volviendo a llorar muy fuerte.

Paula la instante le abrazó y le puso la cabeza en su pecho para que pudiera abrazarle más y se sintiera más arropado. Yo le acariciaba la espalda.

-Malditos mal nacidos...-murmuré.

-A esos no se les puede considerar humanos.-dijo Paula mientras le acariciaba el pelo a Álvaro.

Con el alma destrozada, la primera coraza cayó. La luz empezaba a colarse por nuestro pasado. Álvaro lloraba a pleno pulmón, se aferraba a los brazos de Paula como si ella fuera un bote salvavidas y él un náufrago. El dolor y la rabia se coló por la puerta de nuestras vidas, sin pedir permiso, sin avisar, sin contemplación. La vida volvía a ponernos los pies en el suelo, la burbuja Barcelona poco a poco empezaba a explotar, la realidad vino para recordarnos de donde veníamos y de qué huíamos.

Cuando Álvaro se calmó un poco, le ayudamos a sacarse los billetes del tren, necesitaba ir con su familia aunque fueran 3 días. Necesitaba el calor de la familia, decirle adiós a su hermano, aceptar su dolor, asimilarlo. Vivimos en una sociedad que condena al libre, al que se muestra tal y como es, al que se siente diferente y lucha por ello. 

Álvaro se marchó y Paula y yo empezamos en la universidad. Llegué a la facultad, di la última calada y entré. Busqué mi clase y cuando llegué, me senté en la cuarta fila, no quería estar delante pero tampoco detrás del todo. La gente empezó a llenar el aula, llegó el profesor, un chico de unos 30 años como mucho, más que un profesor parecía un alumno. Iba a hablar para iniciar la clase cuando de pronto alguien entró a toda prisa y con la respiración agitada.

-¿Puedo pasar?-preguntó una chica con el pelo revuelto.

-Por supuesto.-respondió el profesor. 

La chica volvió la mirada en busca de una silla libre. Cruzamos las miradas. Sonreí. Sonrió. Ojos verdes. Se acercó. Se sentó detrás de mí ya que había una silla libre. Se me había acelerado el pulso. La clase pasó rápido, era el primer día así que hoy tocaban presentaciones. Me levanté de la silla y cargué la mochila a mi hombro. Empecé a salir de la clase y alguien me susurró.

-Gilipollas.

Puse los ojos en blanco.

-No sabía que dejaban matricular a imbéciles.-respondí girándome.

-Te dejan matricularte a ti, imagínate.-respondió riendo.

-Me caes mal.-dije volviéndome a girar.

-Sabes que no.-dijo contra mi oreja.

Continué caminando, no quería que notara que me había puesto nerviosa. Tenía una apariencia de dura que debía cuidar. A muy pocas personas les había dejado traspasar la línea, muy pocos me conocían de verdad. Todo por el miedo, por el dolor pasado, por la cicatriz que nunca había llegado a cicatrizar y que limones con nombre y apellidos, habían avivado y alimentado. Marché de Madrid y tan solo se lo había dicho a mi hermano y a mi cuñada. Conocía a mucha gente pero a nadie le consideraba amigo, tan solo capullos que veían en mí a alguien que convenía tener a favor que en contra. Era la tia dura sin escrúpulos a la que todos temían, me había convertido en la chica del misterio, la que hacía temblar al miedo con tan solo una mirada cuando en realidad era frágil y estaba demasiado rota como para dejar entrar a alguien en mi vida. 

Me senté en segunda fila, estábamos en el aula de música. Se sentó a mi lado. No dije nada, su compañía, en realidad, me gustaba. Apareció el profesor, apagó las luces, se sentó en el taburete del piano y empezó a tocar una melodía lenta, delicada, emocional. Aquella melodía dolía, picaba, llegaba. Finalizó la interpretación y se levantó. Todo el mundo estaba callado. 

-Ha costado. Sí. Ha costado que todos estuvierais en silencio y no, no pasa nada. No es un reproche ni nada por el estilo. Es normal, vivimos con miedo a emocionarnos, nos da vergüenza y apuro que el del lado nos vea emocionados, conmovidos, preferimos hacer una broma para romper el hielo, para romper toda esa emoción. Preferimos aparentar que no sentimos nada a atrevernos a mostrar lo que realmente sentimos.-dijo mientras caminaba por la clase con las luces apagadas.

La chica de los ojos verdes me miró, esta vez sin vacilar, me miraba con sinceridad en sus ojos. La clase continuó y ella continuaba con sus miradas. Al terminar, sonrió y me acompañó hasta fuera. Antes de irse se paró frente a mí.

-¿Qué haces, imbécil?-pregunté sonriendo.

-Verás, gilipollas,-sonrió.- es que resulta que tengo nombre. Me llamo Vanesa.-dijo sin apartar su mirada de mí.

-¿Te llamas?¿a ti misma?-respondí sonriente.

Rió y puso los ojos en blanco.

-Yo me llamo Malú. Aunque sinceramente, tenía su gracia que fueras la imbécil de ojos verdes.-respondí guiñándole un ojo.

-Por cierto, han comentado de salir hoy de fiesta, ¿irás?-preguntó cambiando de tema.

-Me ofende que dudes de mí, Vanesa.-dije remarcando su nombre.

-Pues creo que te vas a ofender bastante pero de ti tengo muchas dudas.-dijo guiñándome el ojo.-Nos vemos esta noche.-dijo antes de irse.

Sonreí negando con la cabeza. Me mordí el labio. Llegué al piso, Paula me contó su día por la universidad, la noté triste, algo apagada. Terminó confesándolo, echaba de menos a Álvaro y estaba algo desganada con la situación. Incluso había rechazado ir de fiesta esta noche con los de su carrera, le hice replanteárselo, no podía quedarse encerrada en casa tampoco.

Fue avanzando la tarde hasta llegar el momento de irnos. Había optado por unos vaqueros negros ajustados, una blusa negra con escote en V y una chupa roja. El pelo suelto y ondulado, y como no, mis superstars. Salí del piso sabiendo muy bien que aquella noche, sería la noche. 


AQUÍ TENÉIS OTRO MÁS. Siento mucho la espera, mañana seguramente escribiré el cuarto, espero poder publicarlo y poco a poco a poco volver a engancharos. Espero vuestros comentarios.

¿Qué os ha parecido este capítulo? ¿qué creéis que sucederá en el próximo capítulo? ¿os ha gustado la chica de ojos verdes? ¿creéis que Álvaro volverá? Si vuelve, ¿qué esperáis de él? ¿y de la noche?

Beso fuerte, nos vemos en el próximo capítulo!

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