Dos días habían pasado desde que emergí de aquel agujero en el suelo y estaba completamente perdido en cuanto a mi persona, no sabía que hacer ni adonde demonios ir.
Hasta ahora me había limitado a esconderme de día y a andar de noche por las zonas más oscuras de la ciudad, como por los innumerables callejones que se encontraban en las zonas bajas, también conocidas como Crappslum, donde nadie en su sano juicio entraría por mano propia. Sentía que buscaba algo en mis largos paseos nocturnos, como si alguien me estuviera llamando desde muy lejos.
Sin embargo mi temor a encontrarme a gente limitaba mis pasos dentro de aquellos estrechos callejones, sabía que si alguien veía mi aspecto provocaría un gran alboroto. Mi encuentro con el guarda de aquel cementerio me había dejado claro que no iba a encajar en la sociedad, aún recordaba la cara de horror que puso al contemplar mi rostro.
Y lo que era peor: me estaba muriendo de hambre (aunque no sé si la expresión "muriendo" era la más adecuada en este caso), mis tripas se contraían sonoramente para advertirme de que necesitaba comida. Había intentado comer algunas cosas que había conseguido de papeleras o de algunos puestos ambulantes sin ser visto pero cualquier alimento que ingería lo vomitaba al instante, como si fuera tóxico. No sé cuanto tiempo podría aguantar así.
Empezaba a amanecer y aunque por aquellos lugares no andaba nadie ni siquiera de día prefería esconderme para evitar cualquier probabilidad de encontrarme a alguien. Me metí en un pequeño edificio medio derruido que tenía pinta de haber sido abandonado hace mucho tiempo, las ratas y cucarachas andaban por doquier haciendo de aquello su hogar y la vegetación empezaba a abrirse camino entre las paredes y el suelo. Lo que antes habían sido muebles ahora no eran más que astillas y trozos de madera desparramados por todos lados, como si alguien se hubiera dedicado explícitamente a destrozarlos.
Empecé a adentrarme cuando de pronto escuché como una pequeña tos, una figura apareció en una de las puertas y me quedé totalmente paralizado.
- ¿Hay alguien ahí?- preguntó, con una voz ronca. Volvió a toser después de realizar la pregunta.
Se trataba probablemente de un vagabundo que por escapar de las frías calles se habría instalado allí momentáneamente. Una larga y sucia barba blanca decoraba su cara al igual que unos harapos mugrientos lo hacían con su cuerpo. Su mirada entonces reparó en mi persona, yo actúe rápidamente tapándome la cara con mi brazo, para evitar males mayores.
Me confundiría con otro de los suyos ya que yo tampoco iba muy presentable que digamos. Mi ropa no se distinguía mucho de las suyas y estaba seguro de que debía de oler mal por el tema de ser un cadáver andante.
- Aah, otro renegado de la sociedad. No te preocupes amigo aquí hay techo para todos, siéntete como en tu casa.
- Yo... yo pensé que no había nadie, perdón si le he molestado pero creo que es mejor que me vaya.
Me di la vuelta para salir por donde había entrado pero me detuvo poniéndome la mano en el hombro.
- Nada nada no digas eso, aquí hay sitio de sobra para los dos y no viene mal un poco de compañía de vez en cuando. Siempre que no te importe compartir techo con un viejales como yo- al decir esto empezó a reírse mostrando así una desdentada sonrisa.
- No quiero incomodarle- insistí, a ver si conseguía salir de aquel lugar antes de que me viera el rostro.
- ¡Que no lo haces leñe!- me agarró del brazo y tiró de él para que lo acompañara hacia dentro pero fue un error fatal: mi cara quedó al descubierto.
Al verla se quedó paralizado con los ojos como platos durante unos momentos, abría y cerraba la boca sin decir nada. Me soltó el brazo y se alejó un par de pasos de mí, sin dejar de observarme volvió a entrar en la habitación de la que había salido y se hizo el silencio.
Sabía de sobra lo que pasaría si me encontraba a alguien pero aunque fuera un simple vagabundo dolía el ser rechazado de esa manera.
Me acerqué a la puerta para salir de aquel lugar cuando de pronto una voz me detuvo.
- ¡Espera!- el vagabundo había vuelto a salir portando algo en la mano-. Toma esto.
Me tendió en la mano una máscara, con la forma de una calavera algo infantil.
- Todos tenemos nuestros problemas, sé que no es la más adecuada para esta situación pero si te sirve bienvenida sea.
- No... no te importa que...- aquel pequeño gesto me estaba calando hondo.
- Te he dicho que aquí hay sitio de sobra para los dos- dijo, y volvió a exhibir esa sonrisa despejada de dientes.
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Zead (reescribiendo)
RandomThomas Black, un chico de 17 años que misteriosamente vuelve a la vida, sin memorias de sí mismo más que su nombre. Sabiendo el rechazo que sufriría de la sociedad por su aspecto y su naturaleza decide esconderse de esta hasta que poco a poco va inm...