Familia

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Me instalé en aquella casa semiderruida durante un par de semanas junto a la compañía de Errol (así se llamaba el vagabundo) que resultó ser una persona interesante a la par que graciosa. Había viajado por muchos lugares y había vivido mil aventuras, pero por quehaceres del destino había acabado refugiándose en aquellas mugrientas paredes. Manteníamos duraderas charlas hasta las tantas de la noche, tan agradables que hasta olvidaba el hambre que sentía por aquel entonces.

Él me aceptó como si fuera un miembro de su familia, algo que pensaba que no iba a suceder jamás debido a lo que yo era. Aunque claro, él pensaba (y porque le mentí sobre aquello) que lo que me pasaba era debido a una enfermedad degenerativa. De cualquier modo contándole la verdad me habría tomado por loco y se hubiera reído a carcajadas con aquella risa tosca que tenía.

Aprovechaba los momentos en los que él salía en busca de comida para observar mi cuerpo, o mejor dicho, para comprenderlo. Notaba muchos cambios en él desde la noche en la que emergí de aquel agujero en el suelo. Mis sentidos de la vista, el olfato y el oído se habían desarrollado bastante, por lo menos más de lo que los tendría un ser humano corriente. Y en cuanto a la fuerza pasaba lo mismo, podía saltar desproporcionadamente alto o podía romper ladrillos sin dificultad con unos cuantos dedos.

Aún no tenía idea de porqué había vuelto a este mundo pero pensaba averiguarlo tarde o temprano.

Fue entonces cuando un día lluvioso Errol estaba tardando más que de costumbre, siempre volvía antes del anochecer y hacía ya mucho que la luna coronaba el cielo. Por primera vez desde que llegué a aquella casa decidí salir afuera, no sin antes ponerme la máscara que me había regalado mi desaseado amigo.

Recorrí los callejones en su busca, pero aún así iba sin preocupación. Estaba disfrutando a pesar de la lluvia de aquel paseo nocturno después de dos semanas metido en aquel cochambroso lugar, aunque estaba feliz de poder llamarle hogar.

De pronto un olor captó mi atención, un maravilloso olor de hecho. Era algo hipnótico, mis tripas empezaron a rugir fuertemente mientras aquel indescriptible aroma me guiaba a través de las callejuelas... hasta que llegué a su origen.

En un lugar apartado incluso en aquellos parajes yacía un hombre completamente cubierto de sangre y heridas, resultado de una grotesca paliza. Sentía su forzada respiración desde un par de metros de distancia.

Fui acercándome lentamente hacia él, la boca se me hacía agua con cada paso que daba. Extrañamente sólo podía pensar en comer.

Hasta que lo tuve justo a un palmo de mí y, en pocos segundos, pasé del hambre al horror. El hombre que yacía a mis pies no era otro que Errol.

-¡Errol!- grité.

Me agaché para voltearlo hacia arriba, tenía la cara hinchada de los golpes que había recibido. Por suerte aún seguía consciente.

- Thomas...- dijo casi susurrando. Empezó a toser sangre después de pronunciar mi nombre.

- ¿Qué te ha pasado?- pregunté-. ¿Quién demonios te ha hecho esto?

- No... no lo sé, simplemente estaba volviendo a casa cuando me atacaron por la espalda- volvió a toser.

- No te preocupes, voy a... voy a llevarte a un hospital o a un médico o a lo que sea que esté más cerca.

Empecé a levantarlo intentando no ser brusco para no hacerle más daño del que tenía y lo cogí en la espalda. Corrí lo más rápido que pude pero sabía que mis esfuerzos eran en vano ya que ni siquiera sabía a donde me dirigía.

- Thomas- volvió a decir.

Me detuve. Mi vista empezaba a emborronarse por las lágrimas.

- ¿Sí...?- dije, agachando la cabeza sabiendo lo que venía.

- Gracias por estas dos semanas, no sabes lo feliz que me ha hecho tu compañía... para mi has sido más que un amigo, has sido mi familia- calló durante unos breves segundos-. No repudies a la sociedad, ahí fuera hay gente que te aceptará como he hecho yo.

Tras esto, emitió un largo suspiro y sentí como su corazón dejó de latir.
Caí de rodillas al suelo con el cuerpo de Errol aún en la espalda y grité lo más alto que pude tanto de pena como de impotencia por no haber podido ayudar a la única persona que me había tratado como a su igual. Unas lágrimas de un rojo espeso cubrían mis ojos.

Tras unos largos minutos allí quieto conseguí las fuerzas para levantarme. Pensé en llevarlo a nuestra casa pero de pronto un olor parecido al de él llegó a mis fosas nasales, no tardé en pensar a que se podía deber aquello.

- Ahora vuelvo amigo mío- le dije al inerte vagabundo mientras lo colocaba a un lado de la calle, sus ojos habían perdido el brillo característico de los seres vivos.

Salí en persecución del origen de aquel otro olor idéntico a Errol.

Zead (reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora