No había luz alguna, Ana no podía saber si era de día o de noche, siempre estaba tan oscuro que no se veía a sí misma, pero podía contar los días. El brujo la visitaba dos veces, una para la comida y otra para la cena, él mismo se lo decía, así que de esa forma podía saber cuanto tiempo llevaba ahí. Eran 5 días.
La joven no había probado bocado, se negaba a comer o beber, no aceptaría nada de ese hombre, en parte por cabezonería, en parte por precaución. ¿Acaso no podría estar envenenada la comida? ¿No podría drogarle? La respuesta era sí, y ella se negaba a correr dicho riesgo. Ana tenía la boca siempre cerrada, siguiendo los consejos que una vez Tormund le había regalado: "si tienes sed mantén la boca cerrada, bebe tu propia saliva; si tienes hambre, muerde la punta de tu lengua". Esto no la alimentaba, pero le hacía más llevadera la tortura.
Poco a poco su cuerpo comenzó a demacrarse, tenía grandes ojera de a penas dormir, el pelo sucio y enmarañado, la piel sucia y llena de rozaduras, incluso heridas al haberse raspado con la pared, las uñas comidas y sucias, sus labios estaban agrietados y resecos.
Fue al sexto día cuando no pudo aguantar más la tortura, miró el plato que el brujo había dejado, era un trozo de pan cubierto por tres finas lonchas fritas de panceta, un par de huevos fritos y una jarrita con un líquido blanco. Con lágrimas, escasas, cayendo por sus mejillas debido a la rabia, Ana estiró la mano alcanzando el plato y se obligó a sí misma a comer despacio, lo dejó absolutamente limpio, como si la comida no hubiera existido en él; luego tomó el vaso y olió, parecía leche endulzada, la probó levemente notando que era de vaca y que llevaba miel, ahí no pudo resistir sus ansias. Dejó el vaso sobre el plato y giró el rostro, no quería verlo, no quería ver que había cedido, pero ¿cómo no iba a ceder? ¿qué iba a hacer, morir?
La puerta se abrió, vio una llama titilante y el rostro pálido del hombre tras él, sonreía con sus dientes azules, entró despacio y se convirtieron en dos, uno tomó el plato y se retiró, el otro se acercó a ella. Acarició su pelo y comenzó a deshacer el recogido, todo el cabello de Ana cayó al suelo en tres enormes trenzas, el hombre sacó un cuchillo de debajo de su túnica, tomó una de las trenzas y cortó un palmo. Se fue sin mediar palabra, con su pelo en la mano, pero Ana sabía lo que quería simbolizar: había perdido, había obtenido su primera derrota.
En los siguientes dos días trató de volver a resistirse, pero cada vez que el hambre le azotaba y trataba de contenerse, le parecía ver a sus padres. Brillantes como luz de luna, blancos y transparentes, vestidos como el último día que los vio, le decían que comiera, que la castigarían si no lo hacía, ella les gritaba que lo hicieran, que vinieran a por ella y la sacaran de allí para castigarla, pero entonces desaparecían y ella comía entre lágrimas. Casi siempre la comida era la misma, pan con carne y huevos, y casi siempre bebía leche con miel o limonada. Pyat nunca hablaba, se limitaba a sonreír, y nunca más volvió a cortarle el pelo.
Pasó una semana cuando sucedió un cambio en la rutina. Aquel día Pyat entró junto a una muchacha y varias copias de sí mismo, sujetaba un antorcha y con ella encendió todas las que había en la sala, otros dos Pyat entraron con una bañera de cobre, cinco Pyat entraron con pesadas jarras llenas de agua caliente, luego se marcharon. Ana se permitió entonces alzar la vista, la sala era de piedra caliza, grande y circular, había cuatro enormes anillas de hierro dispuestas en cruz, ella estaba encadenada a una de ellas. Miró entonces a la joven, era una muchacha delgada de curvas marcadas, sin duda era mayor que ella aunque no por mucho, su piel era tostada, tenía los de un verde claro que parecía refuljir, y su cabello era negro, liso y largo, hasta un palmo por encima de la cintura. Llevaba un vestido naranja de finísima tela, parecido al de Ana, que se anudaba en un redondo collar en su cuello.
Se acercó a Ana muy despacio, mirándola a la cara, tenía una llave en su mano.
-No escapéis, princesa, podéis huir de mí, pero no lograréis salir de esta sala
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El lobo de fuego
FanfictionDieciseis años después del día de su nombre, años de felicidad en todo Poniente, con Daenerys Targaryen en el Trono de Hierro, un terrible suceso deshace el final feliz de la familia Stark - Targaryen. La desaparición de un miembro importante de la...