Momentos de paz

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Desembarco del rey la había recibido de una forma espectacular, el día en que llegó la gente estaba en las calles, con risas y vítores, algunos incluso le regalaron flores. Ana recordaba los relatos de su tía Arya, sí, la pobreza seguía existiendo, la miseria y la mendicidad, pero aquello no tenía nada que ver. La ciudad había cambiado. 

Los caballos pararon ante el puente de la Fortaleza Roja, Daenerys descabalgó y así hizo todo el séquito, los guardias doradas estaban a lo largo del puente aguardando a su reina. Tyrion tomó la mano de su esposa e iniciaron la marcha, Jon ofreció su brazo a su hija, detrás entraron Arya del brazo de Lord Reed, que había sido nombrado guardia personal de la princesa, Aggo y Jhogo después, el hijo menor de Lord Glover junto al mediano de los Karstark, por último Lord Lake junto al capitán de la guardia Lord Holt, y tras ellos tres soldados de cada casa.

Missandei, Gusano Gris y Varys esperaban junto a la puerta, la mujer en medio, Jorah Mormont estaba a mitad de camino, cuando Daenerys le alcanzó se arrodilló.

-Mi reina, es un placer y un alivio teneros de vuelta -dijo besando su mano

-Oh, levántate, Jorah -sonrió la mujer -Eh de encargaros un importante asunto, de vital importancia: debéis cuidar algo muy preciado para mí

La mujer giró y llamó a su familia, Jon y Ana se aproximaron, el caballero se había puesto en pie pero volvió a arrodillarse al instante, frente a Jon estaba ante su Príncipe pero también ante su rey, pues Jorah no dejaría nunca de ser un norteño de la Isla del Oso.

-Mi príncipe -dijo agachando la cabeza -Majestad

-Vamos, Jorah... aquí no soy rey -sonrió Jon -Y odio las reverencias

Jorah se volvió a poner en pie, entonces miró a Ana, sus ojos se abrieron descaradamente, había acudido a la Isla del Oso en varias ocasiones, un par a Invernalia, pero nunca había visto a la joven, ni siquiera de bebé.

-Mi... mi señora -tartamudeó -Sois la viva imagen de vuestro padre, el Rey del Norte

-¿Cuál de los dos, ser Jorah?

-Vuestro padre Robb -sonrió el hombre besando su mano -Es asombroso

Ana sonrió, tomó la mano del caballero y susurró en su oído.

-No lo repitáis mucho, o correrá el rumor de que mi padre me engendró y soy bastarda, a papá no le gusta demasiado

Jorah miró a los ojos a la muchacha, no estaba segura de si sería una amenaza, un aviso o una chanza, pero supo enseguida que la chica bromeaba, aunque no faltaba verdad en sus palabras. La comitiva continuó su viaje hasta la puerta, Daenerys abrazó a Missandei con todas sus fuerzas, Gusano Gris y Varys se inclinaron, las puertas se abrieron y entraron a la fortaleza.

El castillo no había cambiado mucho. Se habían retirado las rejas con el símbolo de los siete de las ventanas, las calaveras de los antiguos dragones volvieron a colgar de las paredes, con Balerion el Terror sobre el trono. De su calavera caía el estandarte de los Targaryen, la de los Lannister en las columnas más próximas, en las siguientes las de los Stark, después los Tyrell, los Martell, los Tully (aunque ahora el pez saltarín se encontraba en boca de un lobo), los Arryn, los Baratheon, los Greyjoy. Todas las casas gobernantes, por orden de tamaño del reino, permitiéndose la licencia de los Lannister en honor al rey. A la reina le pareció lo más justo, dos estandartes por casa, y dependiendo de donde se estuviera, unas eran las primeras o las últimas. Sobre la puerta que daba a la sala del Trono, caía un estandarte con el cuervo negro de la Guardia de la Noche, Daenerys había considerado que eran tan importantes como cualquiera. 

El trono seguía estando por encima de todos, con la escalinata de espadas que lo alzaba, en el mismísimo suelo a la derecha, un trono de mármol blanco con una corona de oro tallada, en donde se sentaba el rey consorte Tyrion; a la izquierda había una silla de mármol negro con la mano grabada en plata, en donde se sentaba la mano de la reina, puesto que ahora ocupaba Missandei. Un escalón más abajo, cinco grandes sillas de madera pulida con una moneda de oro, una balanza de plata, una araña negra, un barco azul y un fuego rojo, cada una para cada miembro del consejo según su labor; Lorent Cawell era el Consejero de la Moneda, Ser Jorah Mormont era el Consejero de los Edictos, Lord Varys era el consejero de los Rumores, Ursula Upcliff era la Consejera Naval, y el Maestre Alistair. Al final, al principio de la escalinata no había silla, pero un estandarte con el símbolo de la Guardia Real estaba clavado en el suelo, puesto de Gusano Gris; en los laterales, dispuestos de manera que miraban al Trono y también a la sala, cuatro sillas de granito a cada lado, para las ocho casas de Poniente, asientos que ocupaban sus señores cuando acudían a la capital del continente.

La vida comenzó entonces allí. Todos los días desayunaba en el patio junto a su tía, su padre y su tío, la mayoría de las veces también con el Consejo Privado, Daenerys había dispuesto una mesa extra para poder acoger a los señores norteños. Tras el desayuno acudían a la sala del Consejo, donde la reina oía a diario todo lo que sus consejeros le decían, y luego determinaba qué asuntos requerían su propia persona, al principio Ana sólo escuchaba, pero con el paso de los días su tía comenzó a preguntarle. Después recibían en la sala del Trono los asuntos que requerían a la reina, allí siempre estaban presentes el rey, el consejo, la mano, el Lord Comandante, su padre que se sentaba en la silla de Invernalia, y ella, que solía sentarse sobre cojines dorados en los escalones del Trono de Hierro.

Aquello solía ocuparle toda la mañana, tras la comida, que realizaban todos juntos, Ana recibía clases particulares cada día diferente, tres horas con cada consejero. El primer día de la semana con Missandei, el siguiente con el Maestre Alistar, luego con Ser Jorah, después con Lorent Cawell, el penúltimo con Lady Upcliff y el último con Lord Varys. A la semana disponía de dos días de descanso, en los que las únicas lecciones que obtenía eran las que la gente quería regalarle, normalmente paseaba por Desembarco del Rey junto a su padre, calle por calle. Pero aquello no era todo, pues dichas tareas tan sólo ocupaban su mañana y tres horas de la tarde, tras sus lecciones intelectuales, acudía al campamento dothraki que se establecía a las afueras de la ciudad, en él, Jhogo y Aggo le enseñaban a manejar las armas como ellos, también su cultura. Pues su lengua ya se la enseñaba Missandei. Tras las clases de lucha, Ana iba a Pozo Dragón, donde cuidaba y volaba junto a su tía a Drogon y Viserion. A veces su padre la acompañaba en las lecciones, lo cual era un apoyo y alegría, aunque siempre ponía cuidado en no distraerla. En algunas ocasiones, en sus días libres, Jon enseñaba a su hija a luchar como un caballero ponientí, o su tía Arya, en su modo especial y particular de lucha.

Cualquiera diría que aquellas eran demasiadas labores para una niña de 16 años, pero a pesar de los miedos iniciales, y de la paciencia que se requirió, Ana consiguió amoldarse a su rutina, a su vida, y poco a poco formó parte de ella hasta el punto de encontrar la paz en ellas.

Tres meses pasaron, tres meses sin cambios, en los que no dejaba de cartearse con su padre, casi mandaba un cuervo al día, al final, el Maestre Alistar le dijo que escribiera una al día pero que mandarían un cuervo a la semana. Ana estuvo de acuerdo. Así que al final de la semana mandaban un cuervo a Invernalia, contando el día a día, esperando noticias de vuelta. Robb hacia lo mismo, escribía una carta diaria y mandaba un cuervo a la semana, así que las preguntas obtenían respuesta a la semana siguiente. Su padre aseguraba echar de menos a los dos, contando tres con Fantasma, enormemente; a veces encontraba el papel manchado por lo que parecía humedad, Jon le aseguraba que eran las lágrimas de su padre y hermanos.

-Imposible, padre no llora, los Stark son muy resistentes -decía ella

Jon se reía, durante largo rato, recordando miles de veces que había visto llorar a su esposo.

-Por favor, mi amor, tu padre hasta lloró el primer día que te vio -sonrió el hombre -Es más Tully que Stark, un bicho raro muy sentimental

Ana reía junto a su padre. Otras veces encontraba rosas invernales secas entre los papeles, ella las guardaba entre las páginas de sus libros, aunque algunas eran para Jon. La joven podía ver como su padre jugaba con el colgante de la luna cada vez que leía una carta, sabía que lo echaba de menos, conocía la dura historia de sus padres.


El lobo de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora