Esperanza

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Los ojos de Ana estaban hinchados, su cuerpo ahora se encontraba más limpio, pero aún había sangre seca sobre la blanca piel, la princesa pasaba largo rato viendo sus brazos, en donde la piel más fina mostraba la negra sangre que ahora corría.

La puerta se abrió pero fue Pyat el que entró, tras él había tres más de él, ayudaron a Ana a ponerse en pie.

-Mi princesa, un emisario os espera

Ana no entendía nada, pero tampoco le importaba mucho, vería a alguien distinto, tal vez su padre podría encontrarla. Debía mantenerse cuerda, al menos todo lo que pudiera. Los hombres la sacaron de allí, cosa que no esperaba, pero todos los pasillos eran tan o más negros que su celda, no pudo percatarse por donde giraban o seguían, entonces pararon. Oyó el sonido de unas puertas arrastrandose y la luz fue tanta que casi se cegó, era tan sólo el blanco brillo de la luna, pero aquello era más de lo que solía tener. La habitación era gigantesca, de mármol blanco por todos lados y enormes ventanales a lo largo de toda una pared, había una robusta mesa llena de comida, una bañera labrada de cobre, una gigantesca cama con dosel.

-No... no lo entiendo
-Sois la princesa, el emisario debe veros cómo sois, ya no correis peligro

Los hombres la dejaron sentada en la cama y rápidamente Larra entró, con luz se veía muy diferente, estaba vestida elegantemente y sonreía. Pyat se marchó dejando a las dos jóvenes solas, Larra comenzó a llenar la bañera, Ana se levantó con las piernas temblorosas hasta la ventana, con la luz de la noche no se podía apreciar mucho el entorno, igualmente todo lo que podía ver eran jardines.

Unas manos cayeron sobre sus hombros, se giró bruscamente, alterada, Larra tomó su mano hacia la bañera, donde se metió librándose del leve camisón que le cubría.

-Me recuerda mucho al primer día que os conocí -sonrió la joven
-Entonces debo preocuparme -trató de reír la pelirroja -Por aquellos días aún era yo

Larra tomó el paño y comenzó a frotar el cuerpo de la menor.

-¿Yo no sois vos?
-Creo que este cuerpo solía ser mío, pero ya no lo es, no es el mío

La joven continuó lavándola en silencio, permitiéndole disfrutar del agua caliente en paz, aunque casi estaba hirviendo. Después la cubrió con una fina bata de seda y dejó que se sentara a la mesa, Ana comenzó a comer de todo lo que había frente a sus narices, su estómago parecía un pozo sin fondo, pero ¿quién la podría culpar por ello?

Larra le dio entonces un camisón y recogió su pelo en una trenza, Ana entonces le entregó unas tijeras, la mayor la miró como si acabara de mostrarle algo inédito.

-Estoy harta de arrastrarlo por el suelo y de pisármelo -musitó como si nada -Por debajo de la cadera estará bien, Larra

La princesa se puso de pie y la joven se arrodilló cortando la trenza bajo la cadera de la menor, Ana deshizo la trenza y vio cómo su cabello rojo quedaba sobre ella, era extraño haber perdido tanto, pero cómodo. La menor se sentó en el alfeizar de la ventana mirando al exterior, perdida entre los árboles, los setos, las fuentes; tratando de ver más allá de los muros, viendo solamente las luces de las casas, pero no estas; y más allá estaría el mar, estaría el desierto, pero no podía verlos.

-Tal vez os vendría bien acostaros, princesa, descansar un poco

Ana asintió distraída pero no se movió, siguió mirando sin más.

-Me quedaré con vos si os agrada

La menor giró entonces el rostro y miró dentro de sus ojos verdes, la menor se levantó de la ventana y se tumbó en la cama, dejando su pelo suelto, Larra caminó hasta su lado.

El lobo de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora