Sola

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La gente entonces se sentó en los bancos que habían dispuesto, a Tyrion le recordaba el día de su juicio, pero al menos ahora esas gradas tendrían un bello significado. Sin embargo, el bastón sonó una vez más, y la voz del hombre se alzó.

-Su Altezas, Drogon, Viserion y Rhaegal Targaryen

Unos rugidos sacudieron el aire, dos hombres que se encontraban en los correderos superiores aparecieron con largos ganchos, y abrieron las ventanas que cerraban la cúpula de cristal que había en el techo, dejando tan sólo la estructura de hierro. El techo templó cuando los dragones se posaron, pronto una gigantesca cabeza negra apareció en la sala a través del techo, otra blanca le acompañó. Ana se adelantó caminando embobada, con sus ojos en los dragones, casi tropezó con su propio vestido al bajar el escalón, pero Fantasma corrió a ella y le hizo mantener el equilibrio.

-No sería yo si no me cayera, ¿no, Fantasma?

El lobo pareció asentir, pero nadie estuvo muy seguro. La muchacha caminó hasta las cabezas, que la miraron y resoplaron, bañándola con el azufre de su aliento. Ana agitó la mano frente a su cara, miró su vestido algo manchado de ceniza, y luego castigó a los dragones con una mirada. Otra cabeza verde, ya que con el sol y el calor había retomado su color, Rhaegal la miró con ojos húmedos, sus fauces se abrieron ligeramente y un caliente viento corrió entre ellas levantando la ceniza de la joven, Ana sonrió con un par de lágrimas en las mejillas.

-Soy una maldita llorona

El dragón emitió un sonido extraño y calmado, uno que tan sólo conocían Ana y sus padres, era el mismo sonido que hacía cuando estaba enferma y sus padres la velaban llorando, cuando se rompió el brazo y sus padres la vigilaban a todas horas, cuando se cayó la primera vez que echó a andar y lloro. Era el sonido de consolación, de apoyo, de fraternidad.

Ana estiró la mano pero no lograba alcanzarlo, Drogon y Viserion se apartaron, Rhaegal se pudo deslizar un poco más cerca, pero aún así la joven no la alcanzaba. De repente unas manos cayeron sobre su cintura, y con delicadeza la alzaron sentándola sobre un ancho y fornido hombro, Ana miró abajo viendo el rostro quemado de Ser Sandor Clegane, le sonrió. Devolvió su vista al dragón y estiró su mano, sus dedos rozaron la barbilla del animal y se deslizaron por su mandíbula, Rhaegal pareció ronronear.

-Yo también te he echado de menos -susurró besando su morro -Eres el hombre de mi vida

Rhaegal batió sus alas alegre y rugió, lo que resonó en toda la sala, Ana sacudió su oreja creyendo que la había dejado sorda.

-Sí, bueno, creo que voy a tener que obtener una trompetilla, Rhaegal, me dejaste sorda

El dragón volvió a hacer un extraño sonido que casi sonó como una risa, Ana musitó un "puñetero" mientras él hundía el pico de su morro en su cuello. El Perro la tomó de nuevo por la cintura y la dejó en el suelo, Ana volteó a verlo sonriente, y poniéndose de puntillas, requiriendo que el hombre se inclinara un poco, besó fuertemente su mejilla.

-Gracias, mi señor, a veces desearía ser tan alta como vos

-¿A veces?

-Sí, tan sólo a veces -rió -Siendo tan alto estáis más lejos del suelo, y el culetazo sería más grande cada vez que me cayera... pero claro, vos no os caéis -sonrió inclinándose -Espero que volváis con nosotros a Invernalia

Ser Sandor le miró impresionado, la gente no solía ser simpática con él, había compartido un tiempo agradable y divertido junto a las hermanas Stark, pero ellas jamás la habían tratado con esa dulzura y familiaridad.

-Vuestra dulzura e inocencia os costará un disgusto, princesa

-Eso es porque no la habéis visto enfadada -sonrió Jon -Corred si alguna vez lo presenciaís

El lobo de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora