Capítulo 17: Llaves.

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Elevé mi vista, Castiel había pasado de tener una sonrisa imborrable por verme a estar hecho un demente. Su rostro se había transformado, ya no tenía esa hermosa sonrisa, sino que estaba conteniendo un grito de histeria. Me clavó la mirada y posteriormente caminó hacia la calle, mirando como Dakota se iba en la moto. Volvió a mirarme, suspiré y esperé como desataba su enojo en mí.

-¿Dakota te estuvo siguiendo? Me cago en todo.-dijo Castiel.

¿Qué? ¿En verdad era lo que se le había ocurrido? Realmente me esperaba lo que sucedió, que se hubiera dado cuenta que él me había traído hasta aquí. Tuve que analizar las opciones en microsegundos. Decirle la verdad y que todo se fuera por el caño o hacerme la que no me di cuenta y decirle que había venido a su casa en taxi, por lo que él no tenía forma de seguirme, tal vez fue una coincidencia, tal vez simplemente vivía cerca. Odiándome, decidí optar por la segunda opción. En ese momento me sentí sumamente aliviada de no haberle dado el justificante medico a Dakota para que se lo mostrara a mis jefes, de  lo contrario Castiel obviamente habría sabido que lo había visto fuera de horario de trabajo. En realidad no lo fui a ver, simplemente coincidimos. ¡Argh! Ya no sabía ni que pensaba, sabía que estaba haciendo todo esto para intentar limpiar mi conciencia, obviamente en vano. Suspiré y hablé.

-¿En verdad era él? Llevaba casco, por lo que sería difícil saber si efectivamente se trataba de él. No creo que me haya podido seguir porque vine en taxi, decidí que era más rápido y porque en verdad quería verte cuanto antes.-dije. Sentí mis mejillas sonrojándose, observé al suelo, rogando que Castiel no se diera cuenta que mentía y de paso para que no me viera tan ridículamente sonrojada. Sin quererlo, comencé a jugar con mis manos, estaba nerviosa. No me gustaba nada hacer esto, odiaba mentir. Escuché unos suaves pasos acercándose a mí y de pronto sentí una mano colocándose suavemente en mi mentón, Castiel con apenas un dedo me elevó la mirada hasta la suya. Adoraba a este grandullón, ya de por si era enorme y al tenerlo tan cerca se me imposibilitaba no sonrojarme. Me sacaba prácticamente una cabeza y media de altura, por lo que sus ojos en ese momento parecían tan distantes a mí. Él pasó de una mirada de enojo, a una sonrisa pícara.

-Hey, ¿lo que mis ojos ven son mofletes sonrojados? Anda niña, ¿no puedes ser más adorable?-dijo Castiel. Él inclinó su rostro hasta llegar a mis labios, de pronto todo se sintió bien nuevamente, todo era correcto. Sus labios eran una adicción, sentí ese beso suave pero a la vez anhelado. Cerré mis ojos y dejé que el tacto nos guiara. Pude sentir como él sonreía y una mano comenzaba a asomarse por mi cintura, atrayéndome hacia él. Tuve que separarme de él por miedo de que alguien pudiera vernos.

-Demonios, ¿sabes que tus labios son adictivos? Pero lamento informarte que estas tomándome de la cintura en una calle que es muy transitada, tanto como de vehículos como de transeúntes, y si Peggy una vez nos siguió y descubrió que vine a tu casa, seguramente haga un excelente reporte si nos ve así.-dije. Él pareció disgustado, pero me dio la razón. Se separó de mí y me observó con ternura de todas formas.

-Odio admitirlo, pero es cierto. ¿Quieres subir a casa o vamos directamente hacia la dirección de tu apartamento?-dijo Castiel.

-¿Habría algún motivo para subir a tu casa?-dije con una sonrisa pícara. Castiel soltó una carcajada y me guiñó un ojo.- Conozco esa mirada, grandullón. Si estamos solos en el apartamento podremos quedarnos allí un tiempo, además recuerda que hoy de noche me quedaré contigo, allí tendremos un tiempo a solas. Ahora es preferible ir al departamento, no me gustaría que surgiera un imprevisto y tú terminaras llegando tarde al trabajo.-dije.

-Sí, sobre eso, ¿tienes que ir a trabajar? ¿Qué te dijo el médico?-preguntó Castiel. Comenzamos a caminar hacia la parada, una vez que llegamos allí  nos sentamos a esperar el transporte. Allí le comenté brevemente lo que me dijo el médico, hasta que el sonido de un motor me distrajo, el autobús se acercaba. Ambos nos incorporamos y paramos el ómnibus, este frenó y lo tomamos. Una vez que pagamos y nos sentamos, proseguí hablando. Era extraño fingir ser amigos, sabía que era algo paranoico pero si un doctor podía reconocer a una cantante citadina de una localidad no muy importante en un país inmenso, las personas podrían fácilmente reconocer a la cantante y al guitarrista de dicha banda. Era mejor no arriesgarse. Aunque ya habíamos estado muchas veces solos y en lugares públicos, ahora era distinto, sabíamos la verdad. Y Lysandro tenía razón, debíamos controlar las miradas, las sonrisas, los deseos carnales. La voz de Castiel me sacó de mis pensamientos y me trajo a la realidad.

Entre dos amores: temporada 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora