siete.

3K 157 56
                                    

– ¿Qué?

Inpakta3

– Me gusta una mina, po – Levantó los hombros, restándole importancia.

Mi corazón.
Me va abandonar.

– ¿Y que queri que haga?

Sonreí incomoda, realmente me incomodaba, la raja, me molesta que a mi mejor amigo le guste alguien.

Río incomodo - Tú eri mina, sabes que le gustan, ayúdame. - Se encogió de hombros.

- Primero debes decirme quién es ella.

- No.- Me guiñó el ojo, - así pierde la magia.

De la nada apareció la Sofi con un puchero.

-¿Me están excluyendo? siempre es lo mismo.- Nos miro mal para después irse.

-¡Sofi, espera! - Comencé a caminar detrás de ella.

- ¿Qué huea querí Lisseth?

Chama no entendí.

-¿Andai con la regla? - Le pregunté mirándola de forma comprensiva.

- Sucede que tú le gustai al Martin y ni cuenta te dai, y menos se dan cuenta ustedes dos que estoy enamora'hasta las patas del Martin.- Dijo irónica.

Hice una sonrisa torcida, para reír falsamente.

- No le gusto al Martin, y nunca me contaste que te gustaba el Martin.- Susurré/Grité.

Tocó el timbre, le mencioné que esta conversación no había terminado y fuimos a la sala.

El día pasó lento, entre risas con los hermanos Díaz, la Sofi me ignoró y el Martin me daba miradas extrañas. Una vez que tocó el timbre de salida, ordené mis cosas, y cuando salí estaba mi apesito lindo precioso esperándome.

- ¿Vamos? - preguntó con media sonrisa.

El camino fue en silencio hasta que tomamos la micro, el se sentó y..

- ¡Conchetumare! ¡Yeta culiao! - me reí con ganas.

El culiao se había sentado en el mismo lugar donde me había sentado ayer, haciendo que la silla se hiciera mierda.

Por ultimo que pongan esas cintas que ponen los pacos gringos para que nadie se siente, digo yo.

– Yayaya, ayúdame si po. – Hizo un puchero.

Me. Encanta.

– Deja de hacer esa huea que parecí pato. – Me miró mal.

– Nunca me veo mal. – Susurró contra mis labios.

Ay mami, está muy cerca. ¿Que hago?

– Soy lela.

Ke, Dios perdóname por mentir tanto.

– Entonces, ¿por qué me estai mirando los labios?

– Porque soy baja y es lo único que alcanzo a ver.

  – Ya, y ¿por qué estai babeando?

Me reprendí mentalmente, y miré a otro lado, demás que parecía manzana de lo roja que estaba, teníamos que bajarnos de la cromi así que toqué el botón, pero el botón reculiao no sonaba, volví a apretar pero seguía sin sonar, toa' indigna, y con mi súper personalidad, miré a mi apesito y le dije:

  –  El timbre no funciona, jé, ¿podí grita... –  Antes que terminara de hablar el loco ya estaba chillando que abrieran la puerta. –  ¿Sabes? podríamos salir más seguida cuando andemos en cromi, tu gritai por mí y yo no paso vergüenza.

Levantó una ceja, para después sonreírme y desordenar mi pelo.

  –  ¡¿Que huea te pasa?! ¡Mi pelo conchetumareeee!   –  Grité molesta.

  – ¿Lisseth? ¿Dejai de gritar?

Me giré a la izquierda para cachar que el mino que me había dicho eso era el mismo  que me había encontrado ayer en el ascensor.

  – ¿Cómo sabí mi nombre?   – Miré con recelo

  – Lo sé porque de cabros chicos jugábamos juntos, soy el Nacho, me acabo de volver a mudar con mi viejo.

Y todos los recuerdos aparecieron en modo flash un niñito de seis años con pecas y pelo castaño tirado a rubio, era una miniatura.

Un niño de ocho años jugando a las escondidas y cuando lo toman del brazo se queja, dejando a la vista una cortada fresca, al parecer hecha con una botella.

Un pre-adolescente de trece años, que se mudaba con su madre alcohólica "rehabilitada".

Ese niño era Ignacio Pinto, mi primer mejor amigo, el amor de mi vida.

Hasta que conocí a mí verdadero, egocéntrico, estúpido, verdadero amor.

Mi apesito.

Salté abrazando al nachito, pero después le di un wate porque ayer no me había saludado.

  –  ¿Estoy tocando el violín? – Preguntó mi ap.

– Sí.

– No.

Miré mal al Nacho por decir que sí.

– ¿Qué? Me sigues gustando, ¿quién es ese? – Apuntó al bebito precioso cosita bella arroba ap.

– Su pololo. – Pasó sus brazos por mis hombros.

No grites, no grites, no grites.

– ¡Ah! – Chillé emocionada pero me miraron terrible raro. – ¡Ah... tenemos que estudiar! ¡Se me había olvidado! – Sonreí nerviosa.

– Vamos. – Me sonrió mi ap para comenzar a caminar, aún estaba con su brazo alrededor de mis brazos.

– Es hacía la derecha. – Apunté con mi pulgar la dirección del edificio.

Caminamos en silencio, me giré unas dos veces pero no cachaba a donde se fue el Ignacio, me descolocó el hecho que me haya dicho que le seguía gustando, porque puta, estaba rico, rico, rico.

– Oye, Lisseth, ¿es acá? – Preguntó el cabro a mi izquierda, estábamos parados frente a mi edificio.

– Sí, deja ver si traje llaves de la reja o... ¡Don Carlos! ¡que bueno que abrió! no podía mantener la farsa de que tenía llaves.

– Siempre lo mismo mijita... – miró reiteradas veces a mi ap y a mí. – Pasen chiquillos.

Caminamos por el pasillo para llegar a los asecensores cuando escuchamos un grito de Don Carlos.

– ¡Si quieren les voy a comprar condones! ¡Se como es la juventud hoy en día!

– Sería tu sueño, ¿no? psicopata culia. – Dijo entre burla y ternura, si eso fuera posible.

•••
hasta que me digne a escribir un capitulo ahre.
nacho pinto en multimedia a a

ahí está si no aparece en multimedia uwu

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

ahí está si no aparece en multimedia uwu

¿Pa' qué me psicopateai'?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora