Retoños de invierno

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Hace mucho
Mucho tiempo atrás
Existía una historia
Una historia que se volvió cenizas, se disperso por el viento
Y fue acallado por el bosque.

Había una vez
Hace mucho tiempo
Un niño
Y un demonio.

La montaña daba cobijo a las bestias que caminan en cuatro patas, que cantan en los árboles, que se arrastran en el suelo y a aquellas que huian de la muerte.

Había pasado la época de lluvia y la temperatura descendía con rapidez, un viento helado que se metía hasta los huesos silbava entre las hojas rojisas de los árboles viejos.

Las hojas se mesian moribundas en sus ramas, luchando por no caer al vacío.

El demonio caminaba en silencio.
Un silencio de muerte de cigarras, de hojas y de estaciones.
Arrastraba los pies con pesadumbre, los vestidos estaban llenos de lodo y rasgados como meros harapos de un mendigo cualquiera, el cabello llegaba a las rodillas y se encontraba en peor estado que las ropas de este.

Los animales se ocultaban de la infernal aparición, los árboles preferían que sus frutas se pudieran a que el demonio le diera una mordida.

Sus paso se hundian silenciosamente en el fango de la temporada de lluvia.

Cuanto a pasado

Se pregunto el demonio con voz gangosa y tremula, pues no le quedaban fuerzas para hablar.

¿Donde estoy?

Pero como las preguntas eran acalladas por el bosque, los árboles viejos le decían:

Demonio sin nombre... Deja de caminar, acepta tu destino y muere

Pero el demonio se negaba a acabar sus días en aquel lugar y contesto:

Viejos robles, ustedes saben que mi especie es terca, les suplico perdone mi insolencia, pero me niego a morir en este penoso lugar.

Los viejos árboles que había visto pasar décadas se callaron y el demonio siguió andando sin rumbo.

Las noches caían y la diosa de la luna le negaba su luz, los traviesos zorros le hacían tropezar y al despuntar el día el sol le heria la piel y secaba su cuerpo pero los árboles se negaban a darle nada y los animales huian aterrados.

Dia y noche, caminaba sin descanzo, sin salida de aquella montaña que sería su tumba.

Tras días y días de caminar llegó aún acantilado que mostraba la ciudad de los humanos, pensó en ellos, en lo diminutos que eran, lo fragiles y arrogantes que podían ser y un sentimiento de empatía invadió su corazón, abajo del acantilado diviso un río de hermosas aguas.

Se sentó con los pies colgando al vacío, pensó en aquellos mortales y en el sentimiento que le hacían emerger en su alma.

El olor de la pólvora, el sonido de un arma de fuego perturbo aquel amortiguado del bosque, las aves huian hacia el inmenso cielo.
El demonio cayo al infierno, mientras su sangre se convertía en aves rojas que intentaban vanamente seguir a aquellos seres de hermosos plumajes.

El Ruhk carminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora