Noviembre - 1981 -

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Sirius

Ya había perdido la cuenta de cuantos días hacía que estaba encerrado en esa mugrosa celda de Azkaban. Aurores y otros empleados del Ministerio iban y venían entre los apestosos, fríos y oscuros pasillos de piedra de la prisión. Todo estaba continuamente vigilado, incluso vio cuando Alastor junto con otras personas encerraban a Bellatrix, su adorada prima, a los Lestrange y a Barty Crouch Jr. Sirius juntó las piernas al pecho en una esquina de la celda y trató de confundirse con la pared, mientas se sumergía en la más horrible desolación; era tarea constante pensar en Lily y James, en cómo les había fallado; también se le ocurrían varías ideas sobre cómo podía asesinar a Peter, porque sabía que estaba vivo, él lo había visto escapar y no importaba cuanto tiempo le llevara, algún día saldría de Azkaban. La única tranquilidad que le quedaba era no haberle fallado a la persona que más amaba, no habría soportado verla pudriéndose junto a él por algo que no había sido su culpa. No... era mejor así, sólo él debía quedarse allí. Le reconfortaba e incluso le quitaba un poco de culpa imaginar que Isadora podría rehacer su vida, le daba un poco de valor, le incentivaba a seguir allí. Sólo había cometido un error: no tendría que haberle hecho saber que él era inocente, sería más difícil para ella, en el momento no lo pensó. Se sintió egoísta.

Una hilera de magos desfiló por delante de su celda, el inconfundible Moody lo miró con asco y siguió caminando con grandes zancadas. Sirius en poco tiempo se había habituado a que lo observasen como si fuera la peor escoria. Resignado, se recostó sobre el suelo tratando de ignorar que el estómago le ardía de hambre, no recordaba cuando había sido su última comida, tampoco tenía demasiada noción del paso de los días. Mientras su cabeza divagaba entre pensamientos un recuerdo asaltó su mente: esa última tarde que había pasado con ella, había sido por demás divertida, sonrió; su estómago volvió a crujir y al mismo tiempo una gélida brisa barrió la mugre del suelo. Se maldijo a sí mismo, había sido tan estúpido como para regalarse un recuerdo como aquel. La fantasmal sombra de un dementor se reflejaba en la pared y el aire parecía solidificarse en sus pulmones. Volvió a revivir sus peores recuerdos, muchos de los cuales seguían frescos, y lo último que vislumbró antes de desvanecerse fueron esas horrendas y pustulentas manos esqueléticas.

Isadora

Ni bien entró en su casa, cerró la puerta tras de ella con un sonoro golpe, arrojó su abrigo encima del sofá y pateó adrede una de las cajas que aún estaban en el suelo de la sala de estar. Hacía unas tres semanas que iba y venía al Ministerio de Magia y nadie parecía querer escucharla; supuestamente había muchos testigos que habían visto como Sirius mataba a Peter Pettigrew. Al recordar ese último nombre hizo una mueca de asco. No importaba que le dijera a la ministra o a Crouch o a quien fuere; no importaba que tan desahuciada sonara, ni lo convincente que fuese su relato, simplemente era lo mismo que nada, todos los días había sido así, excepto ese último. Aparentemente habían perdido la escasa paciencia con que la trataban, Crouch había apresado a su propio hijo y a unos cuantos más sin un juicio, el hombre estaba cada vez más fuera de sí. Ese mismo día la había amenazado a Isadora con enviarla a Azkaban y la situación resultó tan tensa que de milagro no hubo una pelea en el mismísimo ministerio. Ya no podría acercarse allí y tampoco lo intentaría por un tiempo, pues ella no servía de nada en Azkaban, debía estar allí afuera, intentando probar la inocencia de Sirius aunque pareciese imposible. Él la había salvado a ella de terminar allí, no podía retribuirle aquello encerrándose junto con él.

Orion entró revoloteando en la cocina, llevaba dos sobres y un ejemplar de El Profeta.

- Gracias – murmuró Isadora sin ganas. El ave picoteó amistosamente su mano, pero ella no se animó ni un poco, así que Orion se alejó con un revoloteo exagerado.

Mientras revisaba lo que su mascota le había traído pensó que debía de recompensarle los esfuerzos que hacía el pobre animal por alentarla, después de todo era el único ser vivo con el que interactuaba regularmente. Las cartas de Remus y Alaric no contaban, pues había dejado de leerlas. No podía evitar estar enfadada con ellos. La última vez que los había visto ambos habían hablado mal de Sirius, igual que todo el mundo, aunque a ella le dolía más viniendo de quienes eran sus amigos, y más aún de Remus, quien había sido también amigo de Sirius.

Isadora se sentó en uno de los sillones a leer el periódico, el tema seguía siendo el mismo, la caída de Voldemort. Eso no era lo que le molestaba, sino los odiosos y nefastos textos de Rita Skeeter, estaba harta de leerla pero no podía evitarlo; quedaba roja de furia luego de llegar al final de un párrafo en el que comentaba lo peligroso y despiadado que era Sirius Black; o lo ingenua que había sido ella al confiar en él. ¡¿Qué demonios podía saber esa estúpida de Skeeter?! ¡No se daba una idea de cómo era la verdad!, sus columnas eran por mucho las peores, una descarada mentira tras otra. Apartó El Profeta y se sentó en suelo, en medio de todo el amontonamiento de cajas. Las había juntado de la casa que había sido de ella y de Sirius y de la que Moody les había otorgado para que se escondan. Ahora, en la casa que había sido de sus padres, sentía que estaba lista para abrirlas, aunque se arrepintió en cuanto lo hizo. Se encontró con una inmensa cantidad de fotos, cartas y objetos; entre estos últimos, el reloj que le había regalado a Sirius. Lo abrió con las manos temblorosas. Ahí estaba, el nombre de él, el de Remus, el de Alaric, Harry... Pero muchos habían desaparecido, pues esas personas ya no estaban allí. Dejó el reloj en su lugar y tapó la caja, decidió que era suficiente.

Ya era de madrugada cuando conjuró todos los hechizos protectores y se recostó en la cama, aún no se acostumbraba a que Sirius no estuviese a su lado y aunque no era muy buen consuelo, tomó la capa de viaje de él y se cubrió hasta la cabeza con ella, inhalando ese aroma que intentaba no olvidarse. Esa noche soñó con su familia, con la familia que hubiese tenido si nada hubiera pasado, con la que de hecho tuvo porque ya había comenzado, incluso antes de que ella lo hubiese notado. Soñó con cómo habría sido su vida sin toda esa horrible tragedia: ella, Sirius y un hijo de ambos; incluso pudo ver a James y Lily. No necesitaba despertar para saber que era un sueño; ninguno de ellos estaba allí, nada de eso iba a pasar. Los había perdido a todos.

Remus

Eran casi las siete cuando Remus volvió a su casa. Suspiró y miró hacia la polvosa mesa del diminuto y maltratado mono ambiente. No había cartas, tal y como suponía. Cajas yacían apiladas en todos los rincones, las de más arriba cubiertas de polvo. No podía guardar su contenido porque no había suficiente lugar, ese departamento era lo mejor que pudo conseguir con el sueldo que le pagaban en la librería muggle en que trabajaba. Tampoco se molestó en desempacar demasiado, pues ya había sido echado de un trabajo previo. Por suerte la anciana que lo empleaba no tenía inconveniente en que faltara uno o dos días de cada mes, con descuento en su paga, desde luego. Y ese día sería el primero, ya que la luna llena asomaba entre los árboles. Amagó a leer el profeta pero se arrepintió, siempre era lo mismo, más y más mortífagos atrapados, el mundo mágico recuperándose de la guerra. Alguna que otra vez leyó a Rita Skeeter hablar de Sirius, pero no llegó a pasar del primer párrafo.

Luego de cenar tomó un abrigo se desapareció; ya no tenía poción matalobos y su destino ahora era un galpón abandonado y alejado de la ciudad. Había pasado las dos noches anteriores adecuándolo, asegurándose de poner hechizos para que nadie se acercara, reforzando la entrada para no poder escapar. Se sentó en el suelo de tierra, abrigado con una frazada mugrienta, esperando la transformación. Se concientizó de lo solo que estaba, de lo deprimente y espantoso que era ese lugar. En otro momento cuatro animales más lo habrían acompañado. El galpón estaba igual de destartalado que la casa de los gritos, pero por una obvia razón, extrañaba a ésta última y aborrecía al primero. Sintió la inevitable necesidad de llorar, pero la sensación de su cuerpo mutando se lo impidió y lo último que pudo oír antes de que su conciencia se nublase fue su propio aullido.

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Hola!, ya volví ♥. Mil perdones por haber colgado la historia así, es que francamente se me hizo imposible actualizar (tengo mucho que estudiar), y además estuve unos cuantos días bloqueada. Por el recreo que me tomé consideren esto como una segunda temporada. Espero que les haya gustado este nuevo capítulo, aunque sigue siendo igual de sad que los anteriores :(

Gracias por leerme y por todos los lindos comentarios ♥

Sirius Black: el velo de la muerte¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora