Sectumsempra

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2 de mayo 1998

Isadora pasó junto a la ventana de la sala de estar y como acto reflejo miró a los tres mortífagos que constantemente vigilaban un predio que para la vista de ellos estaba vacío. Su miedo siempre era el mismo: que les fuese revelada la ubicación de la casa o que el hechizo se cayera. A veces llegaba a pensar que ellos veían la casa pero hacían de cuenta que no, esperando para atacar. Y unas pocas veces, cuando la paranoia no se le quitaba iba hasta el límite de la propiedad y les apuntaba con la varita como si fuese a atacarlos, pero ellos no se movían, sólo entonces se tranquilizaba, volvía a la casa y vigilaba que sus hijas estuviesen a salvo.

El encierro le costaba cada vez más, las visitas de la Orden habían sido cada vez más espaciadas y prácticamente habían cesado de existir. Todos se habían escondido, ya ninguno trabajaba para la Orden en el ministerio porque no había nada que averiguar, no había secretos, Voldemort había tomado el poder.

Sorprendentemente para ella, Sirius era quien llevaba se llevaba mejor con vida en un escondite, tal vez era porque ya lo había hecho antes, o quizá fingía que todo estaba bien por sus hijas. Isadora no conseguía aún ver la diferencia.

Faltaban algunas horas para medianoche, Isadora bebía hidromiel y le daba golpecitos a la radio tratando de sintonizar Pottervigilancia.

- Porquería – murmuró mientras sacaba la varita. Apuntó a la radio y dijo: - reparo – el objeto prendió una luz que parpadeó y se volvió a apagar - ¿Cómo era la contraseña de hoy? – preguntó de mala gana.

Sirius ayudaba a Raphaella a dar pasitos alrededor de la mesa y cuando Isadora le habló alzó la vista.

- Fawkes – respondió – espero que no esté rota porque no es como si pudiésemos ir a Callejón Diagon a comprar otra nueva.

Isadora hizo caso omiso del intento de broma y dijo la contraseña pero nada sucedió. Exasperada cogió su capa de abrigo y salió a la noche.

El límite del encantamiento Fidelio estaba marcado con arbustos de unos pocos centímetros de altura, <como si eso lo hiciese más bonito>, pensó ella.

Como era su costumbre buscó con la vista a los mortífagos que solían frecuentar la zona. No estaban, ¿por qué? Siempre estaban. Se dio cuenta que el hecho de que no se hallaran allí la inquietaba más. Dio una vuelta alrededor de la casa hasta que volvió a encontrarse junto a la puerta principal. Tratando de confiar en la explicación más lógica se dijo que tal vez era el cambio de guardia, pero aún con esa idea en mente se quedó afuera esperando que los nuevos llegaran.

- Voldemort – dijo en voz baja, tratando de apurarlos.

Nada.

Se quejó de la impuntualidad de los Mortífagos y consideró la idea de cruzar el límite. No, mejor no. Tal vez si su familia no hubiese estado escondida con ella podría haberlo hecho.

El tiempo se le hacía largo y pesado y su mente comenzó a divagar, recordó que muchas veces había sopesado la idea de matar mortífagos desde la comodidad de su escondite, sólo tenía que decir el hechizo, y más irían llegando. Casi podía ver el reguero de personas envueltas en capas negras, desparramadas alrededor de la propiedad. Sacudió la cabeza al recordarlo, hubiese sido toda una cobardía, ellos no podían verla. También pensó que, en el caso de cruzar el límite, habría sido fácil derrotarlos. Los carroñeros que solían pasar por allí no eran lo que se diría diestros en la magia. Finalmente decidió que un patio con enemigos muertos amontonados tampoco creaba una buena atmósfera familiar.

Sirius Black: el velo de la muerte¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora