Julio - 1993 -

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Llegamos a 1993 :') y esto amerita un cambio en el reparto. 

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Sirius

Agregó una porción de pan al ligeramente mohoso montón que guardaba en una de las esquinas de la celda

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Agregó una porción de pan al ligeramente mohoso montón que guardaba en una de las esquinas de la celda. Hacía mucho tiempo que no podía transformarse en perro, no le sobraba ni un poco de energía. Al no poder pasar desapercibido para los dementores recurrió a no pensar en nada que pudiera atraerlos; la obsesión no los atraía, ya no que no podía considerarse un buen recuerdo. Su mente giraba una y otra vez sobre lo mismo: él era inocente, no había hecho nada malo. Fantaseaba con encontrar a Peter Pettigrew y asesinarlo para poder vengar a James y Lily. No estaba entre sus planes morir en Azkaban.

Cornelius Fudge y algunos de sus empleados del ministerio habían pasado por Azkaban esa mañana para realizar una inspección. Sirius pudo oír que se acercaban pero no tenía ganas de apartarse de la reja así que no lo hizo. Fudge llevaba un ejemplar de El Profeta del día bajo el brazo. El ministro observó a Sirius y pareció apiadarse un poco, tal vez por su lamentable aspecto, y le entregó el periódico aunque sin decirle nada.

Una vez que Fudge desapareció, Sirius tomó El Profeta del suelo y lo acercó a la diminuta ventana, que parecía más una grieta en la pared. Sintió esa presión en el pecho que se genera cuando sucede algo paralizante. En la portada, junto a los Weasley se encontraba Pettigrew, disfrazado de rata como el cobarde que era; en la comodidad de un hogar con una familia que lo resguardaba. Y él pudriéndose en esa rocosa mugre.

Trató de no pensar por segunda vez en lo que estaba a punto de hacer, para no recaer en lo suicida que su plan era y en las pocas posibilidades de éxito que tenía.

Primero se devoró toda la comida que había dejado amontonada, luego se aseguró de que no quedara nadie que pudiese detenerlo, pues no tendría segunda chance; y por último, después de mucho tiempo, logró tomar la forma de un enorme perro negro, aunque ahora estaba famélico y con el pelaje enmarañado y opaco.

Lentamente y con sumo sigilo asomó la cabeza por entre los barrote, de a poco fue avanzando hasta que todo su cuerpo pudo pasar. Al menos haber pasado un hambre desesperante por tanto tiempo había tenido sus frutos. No había ni un auror en toda la prisión, el ministro era tan bruto como para dejar sólo dementores al cuidado de todos los reclusos, que eran seres tan básicos que no podían detectar a un animago. Pensó en Remus, si no hubiese sido por su condición, él y James nunca habrían considerado la posibilidad transformarse en animales; y Sirius nunca hubiese podido escapar.

Había recorrido una incontable cantidad de pasillos y escaleras, pero al fin se encontraba fuera de Azkaban, de pie en el borde de la isla piedra que sostenía la construcción. Las olas azotaban la orilla y él tenía el pelaje empapado, no había otra forma de salir de allí. Tendría que nadar hasta la siguiente orilla, incluso aunque apenas podía verla. El agua estaba tan helada que sentía sumergido en un mar de agujas clavándosele en el pecho. Nadar como un animal era increíblemente difícil y agotador, podía sentir el gusto del agua de mar en la boca cada vez que las olas más altas lo tapaban. No tenía más que dos opciones: pasarlas o ahogarse en el intento, pues no volvería a la costa de Azkaban. Retornó a su forma humana, hundiéndose más de un metro mientras llevaba a cabo la tarea. Salió a flote, usando la poca energía que le quedaba. Un cuarto de hora más tarde ya estaba en la calma de alta mar y debía mantenerse en constante movimiento, pues tenía al menos cien metros de agua bajo sus pies. Pensar en eso le dio escalofríos, le encogió el estómago.

Sirius Black: el velo de la muerte¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora