Prólogo

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Porque había aprendido a amarlo. Por eso era así, por eso solo yo sufría.

Con sus cosas, sus agresiones, su indiferencia, sus humillaciones y, sobre todo, con el posible detalle de que yo realmente no sea nada para él, aun así no podía gobernar a mi corazón. Y aunque todo en él desacuerde con lo que mi corazón entiende, lo amo.

No sabría decir en que punto pude pasar de aterrorizarme, de querer huir y de idear maneras de matarlo a perder completamente la cabeza por él. Quizá porque nunca hubo un ''paso'', no fue uno o lo otro, quizá siempre lo amé, pese al temor, lo amaba de alguna manera.

Porque era él mi destino, yo lo sabía. Podría haberlo encontrado en la escuela primaría, en un trabajo o en un parque, podría haberlo encontrado en cualquier instancia de mi vida y yo sabría que él es mi indicado, incluso si el encuentro fuera aquel que marcó un antes y un después en mi vida. Eso lo hacía mejor, pues pensar que lo amo a pesar de todo lo que viví a su lado es la prueba más exacta de que no hay nadie más que pudiera ocupar su lugar.

Pero entonces piensas en lo más trivial, ¿qué harías para no perderlo?; ¿Qué estaría dispuesta a hacer yo por él? Siempre he sido su marioneta, he acatado sus órdenes y me he mantenido en la postura de ''buena niña'' para no molestarlo o estorbarle, pero, todo hasta ahora, no es ninguna prueba que valga, pues no hice nada por él. Si bien mis actitudes eran por amor, aunque no lo sabía en aquel momento, nunca tuve la iniciativa, solo lo obedecía, creyendo que era suficiente. Y no, no lo era.

Entonces mi cuerpo se agitaba con un intenso sentimiento totalmente desconocido para mi, y ardía, me quemaba, pero en mi mente solo se repetía ''¿Qué había hecho yo por él?'' una y otra vez, y por supuesto, debía hacerlo ahora, debía demostrarle cuanto lo amo...Debía saber que era solo mío.

Yo era suya y él mío, es así como era, desde el principio, desde los inicios de la vida, ya estábamos destinados el uno al otro, nadie podía cambiarlo, nadie podía entrometerse. Menos ella. Él era mío, mío, mío, mío, mío. Y así lo entendería, así lo entendió la mujer, cuando de la mesa a mi lado tomé el cuchillo, JungKook lo había dejado ahí, él me lo había pedido sin palabras, él lo quería así, él quería su cuello rebanado y la sangre salpicando. Su larga melena se enredó entre mi mano en el momento del ataque, sus rodillas flaquearon de la sorpresa y cayó al suelo, arrodillada. Mi mano en alto, con el cuchillo, con todo mi amor en él, cayeron y se enterraron en el cuello de ella, lo hicieron, y entonces la mujer se desvaneció en el suelo, tirada, incapaz de intervenir una vez más...Ella supo que él era mío.

—Mío...mío... 

Hasta Romperte¹ |J•J•K|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora