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''Preguntándose si algún día todo mejorará
O si se va a sentir vacío por siempre,
Así que se pierde tratando de encontrar un camino diferente a casa
Mientras caminaba solo por el mundo.''


Alone - Nico Collins


La paleta del ventilador de techo giraba con una lentitud desesperante, y quizá yo era más desesperante que ella. Tendida en la cama de mi habitación sin ningún otro propósito más que observar el circular trayecto del aparato. Reconocía que hacía mucho más frío que calor, lo que evidenciaba la inutilidad de mantener el artefacto encendido, sin embargo, reconocía también que aquello me entretenía a un punto astral.

No exageraba, me había enfocado en lo mismo por un largo rato y amén del objeto, mi cabeza había partido al menos unas seis veces a divagues con poco sentido.

Pero incluso luego de un rato, volví a caer: Tomé mi celular.

El teléfono se disponía justo al lado sobre la misma cama. Pulsé la tecla lateral y al instante la pantalla se iluminó; la atención la robaba por completo una imagen oscurecida de una mujer de avanzada edad que permanecía eternamente sorprendida al momento de tomar esa foto. Superpuestas a ella y en la parte inferior, yacían dos únicas opciones: llamadas y desbloqueo. Dado que no había rastros de una nueva notificación, ignoré las opciones y sólo revisé la hora.

Tonto sería pretender que no me frustraba el hecho de no recibir mensajes o llamadas de mis amigos. Si bien me había mudado hace un poco más de tres semanas con mi abuela a Corea del Sur, imaginé que al menos el mes completo recibiría constantes mensajes y llamadas de mis amigos, pero no. Todavía peor era que esto ni siquiera había sucedido en la primer semana; me había tenido que conformar con mensajes de despedidas el día que me fui y una llamada de una amiga dos días luego de llegar a casa de mi abuela.

Eso me desilucionaba mucho, aunque pretendiera que maduramente entendía que mis amigos debían continuar sus vidas.

Resoplé molesta, muy molesta, con nadie más que conmigo.

No podía esperar algo diferente luego de haber sido yo quien no se portó bien con ellos. Mudarme con mi abuela, para mis amigos, había sido una decisión apresurada y sin previa meditación; algo que por supuesto no era cierto pero que era obvio que ellos no lo supieran. Esa había sido mi meta desde hace mucho y en los últimos meses me había preocupado por cumplirla más que por lo que ellos sentirían. Eso había sido egoísta y ahora era lo que me mortificaba, entender luego de la lejanía que había estado mal con ellos.

En cualquier caso, era pasada la medianoche cuando me puse de pie.

Muerta de aburrimiento e incapaz de conciliar el sueño salí al pasillo.

Aveces, cuando salía de mi cuarto, solía olvidar que me encontraba con mi abuela y no era sino hasta chocar con el viejo empapelado del pasillo que lo recordaba. Ahora no era el caso. En parte porque obviamente en ese momento lo había tenido muy presente y luego porque las luces estaban apagadas.

Caminé el trayecto completo del corredor hasta llegar a las escaleras rústicas, y con un dejo de felicidad, bajé a sabiendas que vería a mi abuela.

Al pie de la escalera se disponía la entrada y a mi derecha otro pasillo que conducía a la cocina, la caseta bajo la escalera y un baño. A mi izquierda se alzaba una pared con un marco ovalado en el centro, conducía a la sala, de donde provenía la única luz encendida.

Me paré en el umbral y observé a mi abuela, no esperaba que se encontrara dormida, pero consciente de que no me había regañado por nada más que abrir la puerta de mi habitación, debía suponerlo.

En el cuarto no se veía casi nada, pues no alumbraba demasiado un televisor de añales de antigüedad. Divisaba el contorno del sofá en el que siempre se sentaba y su melena sobresaliente, alzada en un alto moño.

Me bastaba verla, sentirla, saber que estaba ahí conmigo. Eso significaba mucho más de lo que la mujer imaginaba. Probablemente sí lo sabía, antes de mí, ella vivía en completa soledad al igual que yo.

Una vez que llenaba mi corazón con ese sentimiento de paz interna y satisfacción, siempre podía volver a dormir... O a mirar una serie, quizá.

Nada más pisar el primer peldaño, la escasa luz que aunque sea permitía saber donde estaba cada cosa, se fue.

Permanecí rígida en ese instante, asustada por la repentina impresión. Segundos luego, cuando había deducido que sólo el televisor se había apagado, me animé a caminar hasta el umbral otra vez.

—Abuela—La llamé sin temor puesto que no debía estar dormida.

Caminé hasta ella, no tener repuestas no era raro, normalmente me ignoraba,—¿la he despertado?—Pregunté frente de su silueta.

Incluso en ese momento me extrañó, por lo que sintiendo que mi cuerpo temblaba de miedo otra vez, le sacudí la pierna. Casi al instante me detuve y aparté la mano, pues una sensación húmeda fue lo que recibió a la palma de mi mano. Mi mano, incluso, permanecía mojada después de retirarla.

Como yo no había vivido con mi abuela mucho tiempo todavía, no podía asegurar lo que con ella ocurría, de modo que pensar que mi abuela, una mujer adulta, se había orinado encima era muy probable.

De inmediato me sentí terrible. No, no terrible, fatal, por sentirme aunque sea por un segundo asqueada de mi abuela y esa situación. Quise golpearme realmente por sentirlo y, como si quisiera remendar las cosas, me vi encima de ella para ayudarla.

La mujer claramente dormía y yo no tenía experiencia con mayores, pero por sentido común, pensé que lo primero que debía hacer era limpiarla.

La falda le llegaba hasta por debajo de los tobillos y, al momento de tomar el dobladillo, escuché un ruido proviniente de la oscuridad, a alturas de la cocina. Nuevamente me quedé estática unos segundos mirando a la nada y, en el proceso, sostuve a mi abuela del hombro, también húmedo.

Fue donde la situación se tornó pesada.

No sólo reparé en el sonido extrañó y en el hecho de que los fluidos de mi abuela no podrían haberle alcanzado el hombro, sino en algo que había ignorado hasta ahora: ¿Quién había apagado el televisor si mi abuela dormía?

—¿Abuela?—El miedo ahora me consumía y a la vez temblaba, mientras palmaba cada rincón del cuerpo de mi abuela, descubría cada área empapada por igual.

El miedo ahora era intenso y latente, incluso justificado. Como tonta yo sólo permanecía ahí, sacudiendo a mi abuela porque estaba aterrada como para subir a mi habitación a buscar mi teléfono.

—Tendrías que haber notado que eso no funcionaría desde hace ya un rato, ¿no crees?—oí, desde la oscuridad, una voz masculina. Cada rincón de mi cuerpo tembló, cada nervio se apagó, desvaneciéndose junto a un frío insoportable.—Quiero decir, si hubiera podido despertarse, ya lo habría hecho.

Entre la invisible presencia de esa persona y mi próximo ataque cardíaco, oí pasos.

Aquel sujeto, aquella pesadilla viviente venía hacía mí.

Hasta Romperte¹ |J•J•K|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora