Capítulo 20. Hotter than hell.

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Narra Guido.
Las birras que me tomé durante toda la noche habían comenzado a surtir efectos. Entre las risas y las anécdotas, había perdido la cuenta de cuántas botellitas había tomado.

Cada tanto, mi mano derecha se escapaba hacia el costado del mismo lado, en donde estaba Vero sentada, para incomodarla tocándole su muslo mientras hablaba con el resto.
Era genial ver las miradas que me lanzaba de reojo para que me detuviera, al mismo tiempo que intentaba disimular ante los demás lo que sucedía por debajo de la mesa poniendo su mejor cara.

En un momento, pidió permiso para ir al baño y me levanté "a mostrarle dónde estaba". Fuimos todo el camino jugueteando y riéndonos de las pavadas que hacíamos.
Una vez que entró al baño, fingí irme, pero en realidad me quedé afuera. Cuando salió, de un tremendo beso la metí adentro de nuevo. Ella me generaba eso: sacaba mi lado salvaje sin importar el lugar. Con los besos y las caricias, la temperatura empezó a subir en ese cuarto de cuatro paredes.
- Pará Guido, acá no. Es el baño de la casa de tus viejos.
- ¿Y qué tiene? - no podía controlarme.
- No da, mirá si viene alguien.
Nos acomodamos y salimos como si nada.
- Preparate porque hoy en casa te destrozo - le dije al oído y empezó a reírse.
Cuando bajábamos del primer piso, nos cruzamos a Pato.
- ¿Te olvidaste de dónde quedaba el baño de los viejos, marmota? - me preguntó y nos miró a los dos con cara pícara.

Tipo 2 y algo, decidimos irnos. Cuando cruzamos el umbral de mi nueva casa, agarré de atrás a Vero, la giré para que quede de frente a mí y empecé a besarla apasionadamente.
- Pará - me dijo.
- ¿Y ahora qué? ¿Me vas a decir que las paredes miran?
- No, tarado jaja. Se me ocurrió una idea.
Tomó mi pañuelo, que lo tenía enredado en su muñeca, ese mismo que más temprano yo le había atado en el pelo, y vendó mis ojos. Me guió hacia mi habitación y me sentó en la cama, obligándome a apoyar la espalda contra el respaldo del sommier. Me sacó la musculosa que llevaba puesta y luego tomó otro pañuelo mío, que supuse que encontró entre la ropa que quedó tirada por ahí para acomodar, y me ató las muñecas por encima de mi cabeza.
- ¿Qué hacés? - le pregunté.
- Shhh, y no vale bajar los brazos ¿oíste?
El corazón se me aceleró y empecé a sentir calor. Me sacó el pantalón y quedé en boxer. De repente, se me sentó encima y sentí su piel rozar contra la mía. Pude notar que ya estaba en ropa interior.

Empezó a recorrer mi cuello con besos chiquitos, lamiéndolo cada tanto. Lo mismo hacía en mi pecho, y yo cada vez estaba más caliente. Entre medio, cuando nuestras lenguas se encontraban, se destrozaban. Me sacó el boxer y comenzó a practicarme sexo oral. A veces hacía rozar mi miembro con sus pechos. Me estaba volviendo completamente loco, necesitaba estar dentro de ella urgentemente.
Sentí que paró y que se alejó, volviendo hacia mí con algo entre sus manos que hacía ruido, como si se tratara de algo plástico metalizado.
Luego de unos segundos, cuando empezó a acariciarme nuevamente en el cuerpo y en mi zona de placer, noté sus manos aceitosas. Se había puesto lubricante, cuya sensación húmeda mezclada con sus caricias me estaba haciendo prender fuego.

- Esto me está poniendo de la cabeza. Necesito cogerte ya - le dije agitado, casi rogándole.
No me respondió, y de repente sentí cómo de un movimiento, ella que estaba a horcajadas mío, hizo que nuestras partes más íntimas se encontraran violentamente. Sentí que moría de placer. Se levantó apenas y luego volvió a sentarse sobre mi miembro bruscamente. Todo era en tiempo lento. Cada tanto, hacía que nuestras partes sólo se rozaran, las cuales se deslizaban con facilidad debido a lo aceitoso del asunto.
- No puedo más Vero, en cualquier momento te voy a acabar.

Cuando le dije eso, definitivamente desperté a su fiera interior. Empezó a galopar sobre mí bruscamente, mientras me agarraba con fuerza de las muñecas y enlazaba su lengua con la mía. Si no me besaba, destrozaba mi cuello a mordiscos. Al cabo de unos minutos, acabamos los dos juntos en un grito ahogado de placer. Jamás me había sentido así antes.

Terminó rendida sobre mí, agarrada de mis hombros y yo, atado.
Me sacó el pañuelo de las muñecas y luego el de los ojos. La tomé de su cara y la besé apasionadamente después de tremendo acto.
- Sos increíble. ¿Vos viste cómo me la ponés no? - me encantaba hablarle así, sucio. Me entusiasmaba el hecho de saber que nos entendíamos tanto en todos los planos.
- Cómo me gusta calentarte rubio - me dijo mientras me correspondía los besos y se reía pícaramente.

Cuando uno empieza a salir con alguien, real que se quiere coger todo el tiempo. Pero lo que me pasaba con la morocha, era de otro mundo. No me importaba cuándo ni dónde, me calentaba como nunca nadie antes.

Luego de la tremenda sorpresa que me dio con el juego que propuso, nos quedamos los dos abrazados, acariciándonos, mirando a la nada. Las caricias otra vez empezaron a intensificarse al igual que los besos.
- Ahora, el que va a controlar todo, soy yo chiquita.

Le dije, sin saber, que esa noche, explotaríamos de placer dos veces más.

Atrapados Sin OpciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora