Capítulo 4. Bajos instintos. Parte I.

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8 de noviembre de 2016.

Narra Guido.
Miércoles a la noche. Tenía tanto sueño que mis neuronas dejaron de conectar hace rato. Ya estaba imaginando ese momento sagrado de desvestirme para meterme en la cama y apoyar la cabeza en el colchón.

Nunca dormí con almohada porque nunca me gustó, así que simplemente me ponía boca abajo y usaba mi antebrazo derecho como de apoyo y: "¡charán!", dormía como bebé. El problema después era despertarme porque cuando dormía, lo hacía bien profundo. Incontables son las distintas formas en las que me han intentado despertar a lo largo de mi vida: tirándome un vaso con agua, destapándome y arrastrándome de las pantorrillas, poniéndome un celular en el oído con Metallica sonando a todo lo que daba, subiendo a Tomba y a Finito a mi cama para que me laman y mordisqueen las orejas, etc. Sin embargo, también hay épocas en las que me cuesta pegar un ojo. En especial, cuando me agarra la inspiración a cualquier hora de la madrugada y entonces tengo que levantarme para poner, por lo menos, esas melodías que se vienen a mi mente en tarareos o simples riffs de guitarra para no olvidármelas. Ni hablar si se me ocurren letras. Cuando me pasa eso, me desvelo y le doy duro y parejo a mi proceso creativo hasta que me doy cuenta que sale el sol y no dormí un carajo, y entonces vuelvo a la cama y me la paso todo el día durmiendo. Bien a contramano de la rutina de la mayoría de la gente. Dedicarse a la música producía esos efectos en mi vida y en la de mis hermanos.

Después de cenar unas ricas milanesas con puré que cocinó mi vieja, me iba a bañar para después dormir. Cuando estaba por ingresar a la ducha, recibí un llamado de Pato.
- Gata, ¿dónde estás? ¿te agarró la lluvia?
- ¿Sos boludo? ¿Vos viste que esté lloviendo? Estoy por entrar a bañarme.
- Jajajajajaja qué pendejo. Cuchame, Chelo nos espera en Isabel hoy. Así que bañate rápido y ponete lindo.
- No Pato, hoy no. No doy más con mi vida. Entre los ensayos de estos días y las obras en casa no puedo más.
- Ah, es verdad. ¿Cómo va eso? ¿Cuándo te mudás?
- En teoría va a estar todo listo para fines de diciembre, después de Obras. Pero coincide con las fiestas y me da paja hacer la mudanza en esos días. Así que no sé, les pediré ayuda a vos y a Gaston más adelante, en el verano, para llevar todas las cosas de acá a mi nueva casa.
- Ah, sos de lo peor. Te compraste una casa frente a la de nuestros viejos y la mudanza consiste en cruzar tus cosas de vereda ¿y te da paja?
- Bueno ¿qué querés? Estoy cansado. Me voy a bañar y a dormir, cha...
- No no, pará. En 40 minutos cruzo y te paso a buscar. Estate listo.
- Qué pesadooooooo.

Cuando Pato se ponía así, era insoportable. No entendía que yo estaba cansado. No sé de dónde saca tanta pila para querer ir a todos lados todo el tiempo.
Me había comprado una casa frente a la de mis viejos y al lado de la de Pato, porque amaba mi barrio y no quería caer en la típica de irme a vivir solo a capital. No soportaba el tránsito, el nerviosismo de la gente, me irritaba bastante, y además capital a veces traía recuerdos a mi mente poco agradables. Cuando empezamos a ser más conocidos, y por ende a tener una independencia económica bastante holgada, a mis 20 años me mudé solo al barrio porteño de Recoleta. En ese entonces, tipo año 2009, tuvimos serios problemas con un ex manager con quien, como producto de nuestra inexperiencia, firmamos un contrato el cual nos ligaba a él de por vida. Quilombos fueron y vinieron, por lo que decidí volver a la casa de mis viejos. Estuvimos guardados con los chicos durante dos años, resolviendo tremendo bardo, juntando fuerzas de algún lado, para terminar coronando nuestro renacimiento en el 2011 con el disco Vorágine. Lo más importante que aprendimos de eso fue: que los tres somos uno, y no hay nadie que pueda contra nosotros. Así que a partir de ese momento, todo lo que hicimos hasta ahora, discos, videoclips, son made by Airbag. Desde aquella época que estaba viviendo con mis viejos aunque no por mucho tiempo más. Ahora a mis 27, en un arrebato de madurez y de pensar en que tengo que invertir lo que gano, me compré una casa frente a la de mis viejos y al lado de la de Pato. Decidí quedarme en Martinez, San Isidro, provincia de Buenos Aires, a unas cuadras del Unicenter, porque estoy tranquilo, lejos de todo y sin distancia alguna que con el auto no pueda acortar.

Salí de la ducha y me puse un jean celeste claro, una camisa negra de mangas largas que arremangué, los borcegos de color beige (que como dice mi vieja, falta que me bañe con ellos) y los ochocientos collares y pulseras que solía utilizar. Mientras esperaba a Pato, le mandé un WhatsApp a Nicole en el que le puse "en breves nos vemos" y un emoticon que guiñaba el ojo, a lo que enseguida me contestó "dale bombón". Al mismo tiempo, recibí una llamada de Pato:
- Salí gata.
- Voy.

Llegamos con Pato a Isabel a la misma hora de siempre, pasadas las doce de la noche, y ni bien atravesamos la puerta grande, pesada, de color negro, para ingresar al salón, divisé a Chelo, un relacionista público amigo del lugar, junto con un grupo de chicos y chicas, entre los que estaba Nicole, con los labios pintados de un hermoso rojo carmesí, dispuesta para matar.

Atrapados Sin OpciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora