Capítulo 8. Toda una vida esperándote.

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Narra Verónica.
- Lo mismo digo. Yo Verónica... me dicen Vero -, le dije imitando su gesto y esperando a su reacción al decirle mi nombre. Para mi sorpresa, el rubio siguió hablándome como si nada. "No se acuerda de mí".

Estuvimos hablando un montón de tiempo. Me preguntó de dónde la conocía a María y le dije que era compañera de trabajo. Obviamente que eso desencadenó en hablar sobre a qué me dedicaba y si estudiaba. Sentí que hablé mucho sobre mí la mayor parte del tiempo pero quería evitar a toda costa el caer en preguntarle a él sobre a qué se dedicaba. Si ya sabía quién era. Escuchaba su voz y la de Patricio casi todas las mañanas yendo a mi trabajo. Si se había robado mi atención desde que yo tenía 11 años. Iba a quedar como una caradura, aunque él, aparentemente, ni se percatara de eso.

- Lo bueno es que trabajas pocas horas y te pagan re bien. A parte está relacionado con lo que estudias... -, me decía Guido.
- Sí, por suerte sí. Reconozco que soy una afortunada por trabajar no sólo de lo que estudio, si no de lo que me gusta. Desde que decidí dedicarme al derecho penal no me imaginé en otro lugar que no sea trabajando en la justicia... no me veo ejerciendo la profesión como tal.
- ¿Y cómo hiciste para entrar? ¿Tenés algún conocido?
- No, no. Hace más de un año rendí un examen en el que quedé en orden de mérito 46. Los primeros 100 salían sorteados para entrar en distintas fiscalías. Yo recién salí sorteada en enero de este año y así entre.
- Bieeeen -, y aplaudió - te felicito, nada mejor que el mérito propio.
- Totalmente. Amo mi trabajo, aunque a veces es medio estresante... - mientras hablábamos, nos alejábamos de la barra buscando con las miradas dónde sentarnos. Como estaba todo ocupado, Guido se sentó en posición de indio al costado de la pileta.
- Me imagino, estás en contacto con temas nuy jodidos todo el tiempo... ¿Cómo hacés para no pensar en eso? ¿Para no engancharte con los casos que te tocan ver?
- La verdad que no sé... Siempre trato de no perder la empatía para que el otro se sienta comprendido, pero después me desconecto enseguida. No es frialdad, es saber disociar las cosas en el momento justo viste... y como distracción, voy bastante seguido al gimnasio y una vez por semana a batería.
- Naa, jodeme ¿en serio? No te tenía así eh. Bueno, yo con mis hermanos tengo una banda...
"Cagamos", pensé. "¿Y ahora de qué me disfrazo?... Sí Guido ya lo sé, te doy desde mis 11 años cuando tocabas la batería con una cara de púber tremendo. Definitivamente no."
Me contó de sus hermanos, que él era el más chico. Me habló de su último disco y de que estaban por tocar en Obras.
- Sí algo escuché del último CD...
- ¿Ah sí? ¿O sea, que nos escuchas? -, sonrió divertido.
- Sí sí, obvio. Los temas más conocidos viste... - "mentirosa", me decía a mí misma - sabía quién eras. La verdad que no saqué el tema porque no daba...
- No, ¿por qué? Todo bien jaja. No me molesta hablar de eso, o sea, es a lo que me dedico. Para mí la música es todo.
Empezamos a hablar sobre las bandas que escuchábamos y descubrí que teníamos gustos muy similares. Le gustaba más bien la música setentosa, ochentosa, igual que a mí. Entre eso, le conté sobre mi fanatismo por Kiss y Metallica. Notaba cómo me miraba sorprendido con esos ojos color chocolate divinos que tenía y que tan bien le hacían resaltar su pelo rubio largo enrulado. Cuando se reía, se le achinaban los ojos y se le formaban unas arruguitas a los costados de los mismos, además de que no sólo se le asomaban los dientes si no que también parte de las encías. "No soy la única deforme", pensé. Odiaba reírme y que se me vieran las encías. Por suerte, no era la única a la que le pasaba eso.

Después de un largo rato, nos dimos cuenta de que yo había dejado re colgada a Lucía y él a Patricio. Empezamos a caminar por el jardín para encontrarlos. Miré a mi alrededor hasta que la vi.
- Mucho drama no se hizo. Está hablando con mis otros compañeros de trabajo -, le dije a Guido.
- Joya... mirá, ahí esta mi hermano. Vení que te lo presento.
"Oh Dios".
- Pato... Pato... Che boludo -, y le pegó en la cabeza.
- ¿Qué, qué pasó? - me miró - ah hola, ¿cómo va? -, se levantó de la silla en la que estaba sentado y me saludó con un beso en la mejilla.
- Bien todo bien ¿y vos?
- A veces se pone medio pelotudo con el celular -, me dijo Guido y me empecé a reír.
- Pará tonto, me dejaste acá solo como un hongo un montón de tiempo ¿qué iba a hacer?
Giré mi cabeza hacia un costado y vi que justo Lucía me miraba. Le hice un gesto para que se acercara. Puso su mejor cara de poker y vino hacia nosotros.
- Hooolaa -, dijo Lu tímidamente.
- Chicos, ella es Lucía. Lu, él es Pato y él Guido. Cuando se cruzó por delante mío para saludarlos, le dije bien bajito al oído - hacete la boluda -. Y la verdad que le salió bárbaro. Estuvimos hablando bastante entre los 4 hasta que Pato propuso de salir.
- Che, ¿les parece ir a tomar algo a algún lugar por Palermo? O no sé, donde quieran.
- Por mí no hay drama -, dije y miré a Lucía quien me dio su aprobación en silencio.
- Por mí tampoco... ¿le hablo a Chelo a ver qué lugar nos recomienda? ,- le preguntó el rubio a su hermano. El morocho pelilargo asintió. El flaco era un fuego también. Tenía un pelo largo lacio castaño oscuro con mechitas rubias que con la barba desprolija le daba un toque oscuro, de otro mundo. Digamos que era nada más y nada menos que Pato Sardelli... si me llegaba a cruzar a un pibe así o como Guido en la calle que no tocara ni se transformara en el escenario como hacían estas bestias, difícilmente llamaría mi atención. El morocho vestía un jean negro con borcegos negros y una remera blanca con mangas tres cuartos. Tenía una nariz tan perfecta, chiquita y delicada, que parecía una mina. De perfil era divino. Guido tenía mucho de Gastón, o por lo menos su nariz no se parecía en nada a la de Pato... El rubio estaba vestido con una remera blanca de rayitas negras finitas (me hacía acordar al vestido que me puse el día de la Trastienda), una camisa de jean celeste clarito y un pantalón negro con borcegos negros. Tenía los collares y las pulseras que tanto lo caracterizaban. Y un perfume que me volteaba...

El conocido de los chicos les dijo de que vayamos a Olivia's Club en Palermo/Recoleta, ya que nos hacía ingresar gratis, con precintos para el sector vip y consumiciones free. Nos despedimos los cuatro de María, y con Lucía también de nuestros compañeros.
Llegó el momento de organizar cómo era que íbamos a ir. Yo había llevado mi auto, y daba por hecho de que Lucía vendría conmigo. Además, más tarde iba a tener que alcanzarla a su casa.
- Yo tengo el auto ahí nomas -, señaló Pato a un Peugeot 307 blanco que estaba estacionado unos autos más adelante que el mío. Guido por su parte ni aportaba. - ¿Cómo hacemos?-, preguntó Pato. - ¿Querés venir Lu? -, no me esperaba esa pregunta de Patricio hacia mi amiga. Guido y yo nos quedamos mudos y miramos a Lucía para ver qué decía. Ella me miró como diciéndome "¿qué hago?" y cuando miró a Patricio, éste le guiñó el ojo. Ahí entendí todo. Se estaban complotando para que Guido fuera conmigo en mi auto.
- Bueno, ya que tu hermano te pateó, no te queda otra que subirte al Gol...-, le dije a Guido para descontracturar un poco la situación.
- ¿Viste? Esa es la familia -, se rió, siguiéndome la corriente.

Atrapados Sin OpciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora