XXVII

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Uno de aquellos días en los que por aquel instante era todo normal, mi madre cocinando kimchi, el día lluvioso y el jardín con tierra mojada, decidí bajar a la casa en la cual estábamos pintando JungKook y yo hace semanas. Antes de siquiera tocar el pomo escuché a alguien llorar e inhalar sus mucosidades, por lo cual rápidamente abrí la puerta sorprendiéndome con el resultado.

Era JungKook. Era él, vestido con una camiseta blanca, cazadora y pantalones negros y unas timberlake, las típicas. Me miró, secó sus lágrimas e hizo ademán de levantarse, pero volvió a su posición anterior al ver que yo cerraba la puerta y cerraba el paraguas. Me tendió su cámara dando señal de que pudiese mirar su contenido y eso hice.

Sabía que habían fotos de las casas de todo el vecindario -recalquemos la mía por supuesto-, pero no sabía que había un vídeo. JungKook no me dijo nada acerca de aquello, pregunté si podía verlo y no contestó, estaba ocupado llorando en silencio y secando sus lágrimas que brotaban cada vez menos de sus ojos rasgados.

En el vídeo salía él, explicando todo y cada detalle de su historia, era increíble pero a la vez era impactante. JungKook podía salir de aquella depresión, no fácil claro está, pero al menos saldría con ayuda de psicólogos y de gente cercana. Mis ojos se cristalizaron al final del vídeo, ni siquiera dejé que acabase, lo paré y abracé a JungKook. Volvió a llorar más, es cierto, pero correspondió el abrazo envolviéndome entre él fuertemente para que no le soltase.

Los segundos y los minutos transcurrieron demasiado lento, tardó en calmarse pero lo consiguió. Nos quedamos en la misma posición, sin separarnos, en un denso silencio que sólo podía romper la lluvia que sonaba en el techo de la cabaña y fuera de esta.

Dulce Amargura - Jeon JungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora