Capitulo 31. Te Estoy Liberando

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No soy como el.

No eres como el.

Me observé en el espejo. Tenía sus mismos ojos. Grises y vacíos.

—¡No soy como el! —Grité cuando sentí la cólera llegar a mi cerebro.

Siento que voy a colapsar. Siento que estoy llegando a mi límite y no voy a poder resistirlo más tiempo. Necesito hacerlo... lo necesito.

Quite mi chaqueta y la deje en el suelo. Me dirigí a mi habitación y busque la pequeña hoja de metal que usaba a diario. Me recline en el suelo y la coloque en mi brazo. Apreté y observé una pequeña gota de sangre formarse debajo. Un suave dolor se apoderó de la zona. Entonces, la deslice a lo largo de mi brazo. No era muy profundo.

No lo suficiente.

La deje en el suelo y comencé a ver la sangre brotar de la herida. El dolor era fuerte, más fuerte que los que usualmente siento cuando me autoflagelo. Pero había un dolor peor que ese, y era el dolor que mi mente provocaba.

La mancha que mi padre tiene la tendré por siempre. Cargare con ella toda mi vida. Pero eso no es lo que me preocupa en realidad.

Sino el hecho, de que soy igual a el.

Cuando mis padres murieron, nadie pudo probar que realmente fuese un accidente.

Se que mi padre se suicidó. Y se llevó a mi madre con el, porque no podía soportar el hecho de que mi madre sea buena, y que su pasado psicótico lo persiguiera. No quería hacerme daño... 

Pero lo hizo.

Dejo en mi el peor aspecto de su personalidad. El y yo somos muy parecidos.

Pero no quiero hacerlo. No quiero matar, no quiero secuestrar, no quiero seguir oyendo voces. No quiero seguir viendo el reflejo de mi padre en el rincón más oscuro de mi habitación.  No quiero sentirlo cerca de mi, no quiero convertirme en el...

—Eres como el.

—No es cierto. —Murmure. —No soy como el.

—Sabes que es mentira.

—¡Déjame solo! —Grité.

—No puedo. Por que soy tu.

Comencé a llorar. Las lágrimas frías acondicionaban mi rostro hinchado. Limpie algunas, observé la herida. Ya no sangraba.

—Recuerdas... es día en el que tomaste ese ave... ¿Del suelo? —Oí una carcajada. Sorbi mi nariz. —Lo mataste haciéndolo sufrir. Golpeaste su cabeza, para que no pudiera defenderse. Rompiste sus alas así no podría volar. Y lo mantuviese cautivo en el fondo de tu casa. Sólo para ver cuando tu quisieras su sufrimiento. Murió de inanición, y tu lo disfrutaste.

—Lo siento... yo no quiero ser como el... —Me coloque en posición fetal en el suelo.

Eres la viva imagen de tu padre, pero de forma cobarde. Por que eres un cobarde niño.

—No soy cobarde. —Sonreí, sentí la ira una vez más llenarme por dentro.

Si lo eres.

—No soy un cobarde. Y voy a probartelo.

—¿Qué piensas hacer? ¿Matar a alguien? ¿Secuestrar a la obvia de tu mejor amigo? Ese cuento ya lo oí.

—Ya lo verás.

(...)

No fíe fácil ver a mi madre a los ojos ese día. Intente no visitarla. No siquiera se si era lo correcto decirle que conozco al hijo de su secuestrador, y no sólo eso, sino que era amigo de mi novio.

¿A quién le debo contar? O ¿Debería contarlo?

Probablemente me crean una loca, pero es un momento confuso y difícil de manejar. Es decir... si le dijera a mi padre, lo mataría, si le dijera a mi madre, de veras no se como reaccionaria.

Aguardan un segundo.

Esta embarazada.

No puedo decirle. Quizá corra riesgo su bienestar por eso. No podría soportarlo.

«Deja de pensar en eso por amor de Dios, es un buen chico.»

El mensaje de Zeed llegó a mi teléfono iluminando la pantalla. Hice una extraña mueca con mis labios.

—Oye Lucy, iremos a una fiesta con los chicos. ¿Vienes? — Pregunto Robert desde la puerta.

—No... estoy bien... creo que mejor me quedaré en casa hoy... No se me antoja salir. —Sonreí.

—¿Qué hay de Zeed? ¿No vendrá?

—No lo creo... tiene que trabajar y estará ocupado. — Jugué con mis dedos.

—Tu estas extraña. ¿Te sucede algo? —Frumcio el ceño.

—Estoy bien... —Sonreí.

Tras un corto silencio río y se despidió. Bajo y desde las escaleras comentaron que había helado de chocolate en la nevera.

Baje luego de dos largas horas de merecida lectura. Lo necesitaba para relajar mi sistema y aclarar algunas ideas. Oí la puerta e imaginé que Zeed había salido temprano. Corrí y la abrí, pero no observé a nadie detrás.

Me relaje en el sofá y comencé a ver una serie en Netflix. Saque el pote de la nevera y escuche otro ruido, proveniente de mi habitación.

Comencé a sentir miedo, pensé en llamar a la policía. Pero no estaba segura de haberlo oído, quizá halla sido mi cerebro paranoico y quedaría como idiota si no es verdad.

Me senté una vez más en el sofá, aunque aún tenía un mal presentimiento. Fue cuando volví a oír ese ruido, como si tiraran cosas a propósito. Tome el teléfono y subí las escaleras, con cautela. No tenía armas, pues era lo bastante idiota como para creer no necesitarla.

—¿Hay alguien ahí? —Pregunté observando la puerta. No hubo respuesta.

Tome el pomo de la puerta, y la abrí lentamente. Una silueta descansaba en mi cama y el pánico invadió mi cerebro.

—Lucy... —Murmuró. La piel se me hizo hielo al escuchar su voz.

—¿Qué quieres? —Estaba temblando, en el umbral de mi puerta. Estática.

El estaba sentado en mi cama, la ventana estaba abierta. Metió una de sus manos en su chaqueta y observé un poco de sangre en su brazo. Entre en pánico.

—No solo soy el hijo de un secuestrador. —Su risa rebotó en el silencio de la habitación. —También soy un psicópata. —Me observo. Fijo a los ojos. Levantó su brazo, con el arma empuñada y sin más apunto a su cien.

—Espera... ¿¡Qué haces!? —Me acerqué unos pasos. 

—Te estoy liberando. —Mencionó.

—¡No! ¡Aguarda! —Observé su dedo, pulsar del gatillo.

Luego de eso, un sonido atolondrado, ciego y vacío se escuchó, disipandose y dejando un horrible zumbido en mis oídos.

Te estoy liberando.

Te estoy liberando.

Te estoy liberando.

Gracias por leer pequeños !-

Heladito 😘

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